La derecha española está en ebullición. Alberto Núñez Feijóo, al comando del Partido Popular, no termina de resolver su liderazgo. Por resultados electorales siempre insuficientes para acceder al Palacio de la Moncloa desde su antiquísima aspiración luego de años de gestión en diversos estamentos. Y también porque le hacen sombra algunos caudillajes fuertes en su propia fuerza, como por caso es el que ejerce Isabel Díaz Ayuso, la impulsiva y polémica, además de joven, presidenta de la Comunidad de Madrid.
Claro, como si fuera poco, al escenario también se sube Santiago Abascal Conde, el controversial comandante de la extrema derecha española, personificada en Vox.
A Núñez Feijóo y Abascal nunca los unió el amor, pero sí los territorios ideológicos en disputa, por lo que los acercamientos y las diferencias fueron y vinieron en el tiempo. Así lo reflejaron los acuerdos o desacuerdos de ambas fuerzas. Aunque ahora parece haber llegado a un punto de crisis de difícil retroceso. Sin embargo, entre estas alineaciones de derecha con límites indefinidos, nunca se sabe…
Lo concreto es que durante esta semana la ultra dio un grave paso de quiebre. De hecho, consumó la ruptura en el cogobierno con la derecha moderada, en las cinco regiones autonómicas que disponían en común: Aragón; Castilla y León; Murcia; Extremadura y País Valencià e Illes Balears.
Los motivos nunca se hallan en un sólo lugar. Desde las filas de Vox responsabilizan a sus socios de mantener una muy estrecha relación con el gobierno central del PSOE y que cada vez están más cerca de los lineamientos del presidente Pedro Sánchez, tanto en las conducciones comunales como en el parlamento. Por supuesto que el PP lo desmiente, aunque admite que para lograr gobernabilidad se requieren acuerdos y diálogos. Hablando claro: si no quieren que desde Madrid se corte el chorro, se deben mantener buenas migas, dicen.
Pero esas cuestiones no son fáciles de digerir por los ultras que, por otra parte, no tienen pocos chispazos internos (ver “Se acabó…”) y ni qué hablar los externos: los reagrupamiento de las ultras europeas son muy complejas. Por cuestiones estrictamente ideológicas regionales (las características del este del continente son francamente diferentes a la de Europa central, por ejemplo) y también por la apetencia muy puntual de ejercer el liderazgo continental de un abanico ideológico que está creciendo (la antiquísima cuestión de que cuantos más son, más difícil es la convivencia). Además, no es menor el tema de la guerra: las afiliaciones con Volodímir Zelenski o con Vladimir Putin, parten aguas, provocan intrincadas operaciones y generan increíbles desavenencias. Y si no que lo diga el húngaro Viktor Orbán…
Y no se debe desdeñar la siempre conflictiva cuestión del trato migratorio, que parece unificar las visiones de la derecha, aunque no siempre ocurra de esa manera.
En definitiva, por un motivo o el otro, la crispación en Vox llevó al rompimiento. Y liberó las acusaciones públicas de un lado y del otro. Núñez Feijóo saltó casi perdiendo la compostura: “Es un disparatado movimiento con el que se han pasado de frenada y han descarrilado”. Apuntó directamente, como nunca antes, contra Abascal. No soslayó que la ruptura pueda acarrear problemas de gobernabilidad. “Si se quieren borrar, allá ellos, pero que no pongan dificultades en el camino hacia el cambio político”, acusó.
También, bastante obvio, consideró que Vox se está prestando a hacer una “pinza” al PP, por lo que lo acusó de ser funcionales al gobierno de Sánchez. De la vereda de enfrente deslizaron argumentos semejantes, claro.
En definitiva, el alcalde de Murcia, José Ballesta Germán se quedó sin el vice José Ángel Antelo; el aragonés Jorge Azcón sufrió la renuncia de su ladero Alejandro Nolasco; Alfonso Fernando Fernández Mañueco es el presidente de Castilla y León, pero Juan García-Gallardo ya no es su vice; Carlos Mazón (PPCV) deberá gobernar la Comunitat Valenciana sin su vice Vicente Barrera, igual que Marga Prohens en las Islas Baleares, sin su actual titular de parlamento regional, Gabriel Lesenne y Presedo. Todos los titulares, menos Mazón, responden directamente al PP central. Los mensajes que enviaron ellos desde sus comunidades en las últimas horas reflejaban preocupación. También alivio. «
Se acabó la fiesta
La ciudad francesa de Estrasburgo está muy cerca de la frontera con Alemania, pero influye en la política española. Es la sede formal del europarlamento. ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra? La punta de la madeja la tiene un tal Luis Pérez Fernández. En la guía española abunda esa combinación de nombres. Pero el personaje en cuestión nació en Sevilla hace 34 años, es conocido como «Alvise». Tipo muy polémico, especie de influencer que vive su mundo en las redes, en especial Telegram y X, donde suele despacharse con todo tipo de inventos, engaños, operetas, fakenews o bulos (cómo lo llaman en España) por lo que, incluso, hasta fue suspendido en esas aplicaciones. También anduvo pululando grupos supuestamente libertarios de su región, por caso Ciudadanos y UPyD (Unión, Progreso y democracia), hasta que se le ocurrió crear una agrupación a la que llamó «Se Acabó la Fiesta». Así se acercó a Vox, pero, como suele ocurrir en las filas ultras, con actitudes anárquicas y repartiendo diatribas a troche y moche. Pero esas posiciones independientes y anárquicas picaron en los sevillanos que lo votaron en las parlamentarias continentales: logró unos 800 mil votos, que le suministró tres bancas nada despreciables…
Desde Vox, lo empezaron a mirar de soslayo y con desconfianza. Para ciertos analistas españoles, Alvise representa un grano para la más alta estructura dirigencial de Vox. Es más, consideran que puede ser un grano infectado…