En junio una familia de cuatro integrantes necesitó ganar $ 873.169 para no ser pobre. Lo dijo el mismo Indec que el viernes anunció una inflación del 4,6%, a pesar de que prepagas, telecomunicaciones, servicios, alquileres y medicamentos estén subiendo bastante más que ese número. Pero en la Argentina de hoy se vive una distopía constante, en la que la realidad va por un lado, y las discusiones públicas por el otro. Con un gobierno que aprendió como nadie a distraer. Así, un día Milei habla de las Sociedades Anónimas en el fútbol, otro día viaja a algún país, otro día apunta como fabuladores de un intento de Golpe de Estado a supuestos amigos banqueros de Sergio Massa por la suba del dólar blue (aunque sean los mismos que el exministro de Economía no pudo controlar en su gestión), otro día el presidente viaja a algún país; otro día se sube a un tanque, otro día el presidente viaja.
Pero hay otra cosa que el gobierno hace con aún mayor énfasis que la distracción: la política de la crueldad. Desde diciembre se instauró el nuevo signo de época. Parece la victoria cultural del libertarismo, o de ciertas esferas del poder que nunca cambian. Se ve en los medios, en la calle, en las redes, en las escuelas. El otro no es la Patria, el otro es el que tiene la culpa. O el otro directamente no existe. No vivimos un gobierno que intenta tapar que haya gente que la esté pasando mal. Más bien se jacta de esto. Con orgullo.
En la calle se ve como en ningún lugar. El territorio habla y sufre. Pero el objetivo es invisibilizarlo. Que no se vea. A veces, de manera literal. Es lo que sucede desde hace meses en la Ciudad de Buenos Aires con las personas en situación de calle, en un combo explosivo: por un lado, el ajuste y la crisis socioeconómica generan nuevos pobres semana a semana. Nuevos caídos del sistema. Muchos terminan en la calle y engrosan la enorme lista de personas sin techo que deambulan por el distrito más rico del país. Pero al mismo tiempo, el Ejecutivo a cargo de Jorge Macri se propone «limpiar» las aceras. Que esa gente no se vea. Se multiplican los operativos de Espacio Público (recordando a la vieja UCEP), o de la policía porteña echándolos de las veredas, quitándoles las pertenencias, instándolos a que se vayan lejos. O peor aún: como denuncia Tiempo este domingo, también crece la población en situación de calle que es enviada a hospitales de salud mental. Desde el Borda denuncian que la guardia está «estallada». Y que se llena de móviles policiales. Días atrás, el propio gobierno porteño impulsó a través del SAME una comunicación que habilitaba el encierro sin justificación: “Pacientes en situación de calle, con o sin trastornos psiquiátricos, deberán ser trasladados a hospitales». Ya no son personas en situación de calle, sino directamente ‘pacientes’. Ante las críticas, dieron de baja la iniciativa. Pero las personas siguen «cayendo», sin conocerse la metodología utilizada (a pesar de que la Ciudad anunció hace un mes un nuevo protocolo de salud mental del cual no se sabe el modo de aplicación) ni qué profesionales intervinieron. «Tenemos gente que la sacan de la calle o de un parador y la mandan acá. Si le decís a un policía que no, porque no da el perfil de patología mental, llama a un juez o forense y si hay orden judicial para internar no importa lo que uno opine», denuncia Gabriela Sánchez, del Borda. Mientras, en plena ola de frío el Ministerio de Capital Humano retiene más de 65 mil frazadas en sus depósitos. Como antes los alimentos, y antes los medicamentos oncológicos. Signos de estos tiempos de crueldad.