En materia comunicacional, los seis primeros meses de la presidencia de Javier Milei no registran antecedentes. En los 40 años de democracia hemos tenido varios gobiernos de espíritu refundacional, pero lo de Milei es otra cosa. Milei no vino solo a cambiar la forma de gobernar, o de gestionar la economía. En sus propios términos, su misión es el cambio de régimen. Él es la revolución: “Soy el topo que viene a desmontar el Estado desde adentro”.
Por lo tanto, Milei no hace comunicación de gobierno. A diferencia de Cristina Kirchner, Mauricio Macri o Alberto Fernández, Milei no usa el micrófono público para anunciar actos de gestión. Precisamente porque Milei no hace comunicación de gobierno, su vocero Manuel Adorni alcanzó una notoriedad inédita, llegando a convertirse en uno de los funcionarios más importantes. Otros voceros presidenciales pasaron inadvertidos, desconocidos hasta para los mismos periodistas. Pero la expectativa que generan las intervenciones de Adorni se debe a que Milei no habla de la agenda del gobierno.
Tampoco lo de Milei entra en los cánones convencionales de la comunicación política. De acuerdo con las definiciones de manual, la comunicación política construye estratégicamente los discursos y mensajes para direccionar el apoyo del público hacia las propuestas de un determinado gobernante o candidato. Pero Milei no hace eso. Él se concentra en el antagonismo. Se ubica por fuera del sistema, y desde su rol de outsider se dedica a oponerse a la casta. Y dicha casta, en rigor, va mutando sus formas, pero siempre nos remite a un tipo de sistema. Todo lo que dice y hace Milei es para recordarnos que él está luchando incansablemente contra una casta que tiene más poder que él, y que está decidida a impedirle gobernar. Milei hace comunicación antipolítica.
Por esa razón, Milei es el perfecto distinto. Nada de lo que dice o hace lo asemeja a un político tradicional, y ahí radica su fuerza. El presidente se ocupa de representar a los enojados contra el sistema, contra la casta. Y como bien sabemos, los enojados son un sector considerable de la sociedad argentina contemporánea. Mucha gente está enojada porque los precios son altos, los salarios son bajos, los servicios son malos, las perspectivas son peores, y todo ese enojo no se canaliza contra Milei. Por el contrario, todo ese enojo se convierte en apoyo a Milei.
Para comprender esto, es necesario ver bien el panorama de los enojados. Quienes vivimos el 2001 y todo lo que eso significó, creemos que el enojado es aquel que se cayó del sistema sociolaboral de la Argentina del siglo XX. Pero más de veinte años después, aquel viejo enojado pasó a ser un resignado, y los enojados son otros. Los jóvenes empobrecidos seducidos por Milei nunca vivieron aquella Argentina de ingresos medios, solo conocen los últimos 10 años de parálisis y desencanto, y Milei les ofrece una ilusión. Milei también se ganó a los trabajadores en negro, a los norteños y litoraleños enojados con el AMBA, a los religiosos en desacuerdo con el aborto legal, y a otras “tribus” de la Argentina contemporánea que rompieron lanzas con la Argentina de 1983. Consciente de ello, el “topo” Milei dedica buena parte de sus largos días, a través de sus potentes redes sociales o de los reportajes que da a periodistas afines, a renovar su alianza emocional con la Argentina enojada. Que se transformó, si sumamos cada una de sus múltiples partes, en una súbita mayoría, imprevista para los cálculos de la política tradicional.
Este juego, fundamental para entender los pasos de Milei, tiene un correlato en la estructura de la política actual. Milei es presidente pero la Libertad Avanza, además de tener pocas bancas en el Congreso nacional, no tiene ningún gobernador o intendente propio. Hay algunos más amigos que otros, pero propio lo que se dice propio, ninguno. Eso significa que el espacio del presidente no solo lleva adelante una comunicación antipolítica a nivel nacional, sino que es opositor a nivel provincial o municipal. Lo vimos en Misiones, donde los jóvenes libertarios apoyaban las protestas de policías, médicos y docentes. Por lo tanto, la campaña electoral de 2025 será muy peculiar: en la mayoría de las provincias, sino en todas, los candidatos legislativos de La Libertad Avanza van a oponerse al gobernador provincial, quien indefectiblemente será parte de la vilipendiada casta. Esa doble condición de ser oficialismo y oposición le dará a la Libertad Avanza la oportunidad única de continuar llevando adelante su comunicación antipolítica en las elecciones de mitad de mandato, a pesar de estar en el ejercicio del poder Ejecutivo Nacional desde diciembre de 2023.
Para la oposición, esto es desconcertante. Una pregunta habitual es: ¿hasta cuándo tendrán paciencia los argentinos? Pero en realidad, la pregunta correcta debería ser: ¿cuándo comenzarán los argentinos a echarle la culpa de sus problemas al gobierno nacional? Y la respuesta no es sencilla, porque la comunicación antipolítica que lidera Javier Milei está muy bien diseñada para evitar que ello suceda. «