En el desglose de los 385 superclásicos de la historia, cada hinchada elegirá su edición más placentera. La de Boca irá, presumiblemente, por la final del Nacional 1976 (el tiro libre de Rubén Suñé), los cuartos de final de la Copa Libertadores 2000 o el morbo de los amistosos veraniegos de 2012 en Chaco y Mendoza, cuando su rival transpiraba en la segunda categoría. La de River, a su vez, seguramente optará por las dos finales de 2018, la de la Supercopa Argentina y en especial la de la Copa Libertadores en Madrid, o el 2-0 de 1986 en la Bombonera (unió la vuelta olímpica con los goles de Norberto Alonso). Pero hay un superclásico aparte, acaso el más insólito, y del que poco se sabe: la semifinal que River le ganó a Boca por corners. Y no fue en un partido amistoso, sino oficial, ni tampoco correspondiente a la borrascosa era del amateurismo (o sea antes de 1931), sino en el presuntamente más organizado profesionalismo. La historia es generosa. También el presente.
La de este domingo será la 21ª definición mano a mano entre River y Boca, es decir series a eliminación directa, ya sea en encuentros únicos o en partidos a ida y vuelta (en el caso de empate hoy en Córdoba en los 90 minutos, habrá penales, sin alargue). En el heterodoxo abanico de torneos locales e internacionales, desde las competencias más importantes hasta las copitas más forzadas (pero siempre oficiales), el superclásico se jugó en finales, semifinales, cuartos, octavos y hasta por un motivo extraño: el desempate por el primer puesto de la primera ronda del campeonato 1937, aún jugado a dos ruedas. De los 20 duelos directos, River ganó 13 y Boca festejó 7, una tendencia clara que va en contraste con el historial general, liderado por Boca con cinco partidos de ventaja.
Si se calibra el microscopio en el detalle del detalle, seis de estas 20 series no se definieron por cantidad de goles durante los partidos sino por diferentes formas de desempatar esa igualdad. En las semifinales de 1969, por ejemplo, el clásico terminó 0-0 pero River avanzó a la final por una cuestión reglamentaria: había convertido más goles en la fase regular.
Los cuatro mano a mano que se definieron por penales fueron favorables a Boca, un absoluto especialista en el género: cuartos de final de Supercopa 1994, semifinales de Libertadores 2004, cuartos de Copa de la Liga 2021 y octavos de final de Copa Argentina 2021. Pero, y aquí está la historia que hoy suena a ciencia ficción, hubo un empate en goles del que River salió ganador por sumar más corners en el partido.
River, Boca y el resto de los clubes están desde antes de nuestros abuelos y seguirán hasta después de nuestros nietos pero el fútbol no nació con los penales para desoxidar empates: se inventaron en 1952 en los Balcanes y recién se implementaron oficialmente en las Copas del Mundo en España 1982 y en la Primera División de AFA en 1971 (aunque hubo antecedentes en el país que apelaron a este método a partir de 1960 y que incluyó la Copa Argentina 1969). La selección le ganó 3-1 a Holanda la final del Mundial 78 durante el alargue pero, si el 1-1 de los 90 minutos se hubiese mantenido en el tiempo suplementario, el campeón se habría resuelto en un segundo partido a las 48 horas.
El mano a mano inicial entre River y Boca, por la primera fase de la Copa Competencia 1915, fue el superclásico más largo de la historia: duró 150 minutos. Tras el 1-1 de los 90 reglamentarios, se jugaron cuatro tiempos suplementarios, cada uno de 15 minutos, sin que el resultado se alterara. Recién a la semana se organizó un desempate en el que River ganó 4-2.
Durante décadas, el fútbol apeló a nuevos partidos, tiempos suplementarios o lanzamiento de monedas. La selección Sub-20 de Argentina fue campeona sudamericana en 1967 gracias a dos monedas lanzadas al aire: eliminó a Colombia en la semifinal y a Paraguay en la final porque el capitán argentino, Jorge Dominichi, tras dos empates 0-0 y 2-2, eligió cara antes que ceca.
3 a 2 en corners
Pero a finales de la década del 30 la AFA intentó otro tipo de desempate: en caso de igualdad, avanzaría el equipo que hubiese sumado más corners. Si bien el fútbol se valora en juego pero se mide por goles, parecía un premio al equipo de mayor vocación ofensiva en contrapartida a una definición, la de los penales, exógena al partido.
El conejillo de Indias fue la Copa Adrián Escobar, una competencia oficial pero con un formato atípico, distendido, como de balneario de verano: tuvo seis ediciones, entre 1939 y 1949, y se organizaba a finales de la temporada con la participación de los primeros siete equipos del campeonato reciente. Se parecía mucho a un torneo relámpago: la competencia se resolvía en dos días, en una única sede, y con partidos más cortos de lo normal, de dos tiempos de 20 minutos. Un equipo podía jugar hasta tres encuentros en el día.
En la edición 1942, las dos semifinales fueron clásicos, River-Boca y Huracán-San Lorenzo, o sea que las cuatro hinchadas convivieron en el Monumental: según reportes de la época, ese 1 de diciembre hubo 20 mil espectadores, es decir que el estadio estuvo por debajo de la mitad de su capacidad. En primer turno se jugó el superclásico que, con el 0 a 0 en goles, se resolvió a favor de River por los tiros de esquina: 3 a 2.
¿Pero cómo se jugaban esos partidos? ¿A provocar corners una vez que un equipo estaba cerca del área contraria? ¿A quién se le adjudican los “goles”? ¿Al delantero que intentaba provocarlo o al defensor que los cedía? La crónica del diario La Hora, del día siguiente, deja algunas pistas.
El redactor señaló que River (que en ese año había estrenado su famosa delantera La Máquina, aunque en este superclásico jugaron tres de sus cinco integrantes, el Charro José Manuel Moreno, Adolfo Pedernera y Félix Loustau) empezó con el dominio del partido, “pero a los 12 minutos Ramos (José, mediocampista de River) se vio precisado a ceder corner”.
“Poco después logró River empatar las posiciones en lo que a corners se refiere ya que Valussi (Víctor, defensor de Boca) también cedió uno”, agrega el comentario de La Hora. “Reanudada la lucha en el segundo tiempo, a los 6’, en un peloteo frente a la valla, River cedió otro corner. Pero a los 17’ Sosa (Carlos Adolfo, lateral derecho), también concedió esa pena, quedando empatadas las posiciones. El mismo jugador de Boca se vio precisado a ceder otro puntapié de esquina. Poco después finalizó la lucha con la victoria de River por 3 a 2”.
Es decir que el héroe de River, o el villano de Boca, fue Carlos Sosa, un gran lateral que, tras haber llegado de Atlanta, jugó 10 años en Boca entre 1941 y 1951. También se podría decir que River perdía a falta de tres minutos y terminó ganándolo dramáticamente con dos tiros de esquina sobre la hora.
Si este partido quedó en el olvido también fue porque los diarios del 2 de diciembre hicieron foco con la noticia principal de la jornada: Huracán fue el campeón de la Copa Escobar 1942. Tras vencer a San Lorenzo en las semis, también por corners, luego le ganó 2 a 0 al local (por goles) en la final. Pero a River ya nadie le sacaría esta rareza. «Yo te gané por corners» podría ser una leyenda de camiseta en el insólito historial del superclásico. «