¿Qué clase de sociedad es ésta, en la que se encuentra en el seno de varios millones de almas la más profunda soledad; en la que uno puede tener el deseo inexorable de matarse sin que ninguno de nosotros pueda presentirlo?

Karl Marx

En una reseña sobre el informe de un archivista de la policía parisina(Jacques Peuchet) que compila casos de suicidio, Marx inscribe el suicidio como parte de los síntomas de “la lucha social general”. Entre la diversidad de casos revisados, hay un porcentaje importante de trabajadores despedidos o caídos en la miseria, a los que el joven Marx exime de todo juicio, prefiriendo enfocarse en la siempre incierta relación entre el modo en que somos desconocidos para nosotros mismos y el modo que unas condiciones sociales, políticas y anímicas nos arrastran a un destino quizás inesperado.

El 9 de agosto Juan Manuel Medina se suicidó a los 46 años. El trabajador despedido de Air Liquide estrelló una avioneta (Cessna 152) contra las instalaciones de la sucursal rosarina de la empresa que lo había despedido recientemente por reducción de personal. El dramatismo del hecho no logró perforar las noticias más allá del raid provinciano de la semana y algunas notas escuetas en medios nacionales. Tampoco volvió tendencia en redes sociales.

Un trabajador que se dirigió al Aeroclub de Rosario del cual era socio para tomar un pequeño avión y, haciendo uso de un saber hacer, como es volar una aeronave, apuntó a la empresa que lo había empleado por 14 años y se jugó todo lo que le quedaba de vida en un gesto que no le habla solo a una patronal en tiempos de despidos, sino al conjunto de la sociedad.

La Fiscalía Regional 2 de Rosario confirma la acción premeditada, es decir, el suicidio. También se sabe, por la Junta de Seguridad en el Transporte, que el conductor procuró dirigir el impacto al sector de carga de tubos de oxígeno. Medina se había vuelto a afiliar al club de vuelo exclusivamente para este último acto de su vida, al servicio del cual dispuso de su licencia y su experiencia de vuelo.       

La columna de hormigón que componía la estructura del galpón ubicado en Perón al 7600 (jurisdicción de Alvear) fue la superficie de impacto, a pocos metros del depósito de tanques de oxígeno. ¿Tenía intenciones el conductor de hacer estallar en mil pedazos las instalaciones llamando la atención de la ciudad y del país entero? Dada su experticia, ¿decidió durante el eterno último segundo de su descenso acotar las dimensiones del golpe? De seguro no fue un “accidente” como se insistió en el portal de TN, ni “una desgracia con suerte” como se afirma miserablemente en una nota del diario rosarino La Capital (30/8). Ni un accidente ni un accidente dentro de otro.

Es que una circunstancia desoladora como la que tuvo lugar sólo puede ser pensada en situación, por eso no sabemos, por eso hay que insistir. Toda mirada “general”, todo enunciado que se exima a sí mismo del salpicadero, camina por la cornisa de la canalla. Para los excesivamente cuerdos se tratará de un desequilibrado que no aceptó el realismo económico del momento, para los amantes del heroísmo nihilista conocimos a un nuevo personaje de comic. Pero mejor no satisfacer aspiraciones estéticas ni morales de baja estofa.

Fabio Basteiro, apenas retirado de la actividad aeronáutica que lo encontró como trabajador, luego sindicalista con los cargos más altos e incluso como legislador porteño, se pregunta en una entrevista para Radio Rebelde por la contención que cualquier trabajador o trabajadora necesita en momentos aciagos como el actual, incluso propone interrogarnos por la salud mental de los trabajadores bajo este estado de amenaza permanente. ¿Dónde estaba el sindicato? De hecho, ¿existe un sindicato petroquímico o se trata de una fachada, una simulación más en tiempos de algoritmos y puros fantasmas?

Air Liquide es una multinacional de origen francés que tiene más de 68 mil empleados en todo el mundo y reside en nuestro país desde la década del 30. Sus responsables no se pronunciaron. Como ocurrió con Mercado Libre tras el suicidio de uno de sus trabajadores en Brasil (donde obligaron a los demás a seguir trabajando), o con el intento de suicidio de un trabajador de Amazone en Seattle, o incluso, en abril de este año, con una trabajadora del Ministerio de Salud de la nación… se impone la indiferencia, el cálculo y, finalmente, cierto desprecio por la vida. Valga el documental “Retiros (in)voluntarios” sobre los 19 suicidios de trabajadores de France Telecom por los que tres CEOs fueron condenados.

En una atmósfera de escándalo fácil, donde el escrache en redes está a la orden del día; en un contexto signado por el griterío y la completa ausencia de densidad de la lengua y los discursos, no conocimos pronunciamientos ni políticos, ni sindicales, ni periodísticos a la altura de una herida profunda como es el suicidio de un trabajador despedido. La época dominada por las lógicas facciosas, donde cada quien piensa en su molino y solo su molino, no se caracteriza, claro, por la abundancia de actores sociales y políticos que tomen la posta de un hecho complejo, difícil de “capitalizar”, más árido, tal vez, de lo que pueden soportar las nuevas plataformas…

Se escucha a Basteiro (autor junto a Roberto Reinoso de Por qué fracasó la revolución de los aviones) elocuente: “Lo que preocupa, duele y enoja es la falta de respuesta a estos interrogantes, hasta por curiosidad, o incluso por audacia o valentía para avanzar en alguna respuesta de forma más saludable… recorrer, dialogar, construirnos en esa respuesta.” ¿Qué modelos sindicales sobreviven hoy con capacidad sostenerse en la hermandad de la clase y, desde ahí, interpelar al conjunto de la sociedad? ¿Con qué recursos organizativos y sensibles contamos ante un hecho como este? Ya no alcanza con una erosionada capacidad de sorpresa o con la indignación refleja, porque todo lo que circula como fría información se mantiene lejos de la posibilidad de actuar.

En una situación inédita del país por la velocidad de la pérdida de empleo y la destrucción de la actividad económica y del consumo (conservando un alto costo de vida) a la que curiosamente llaman “baja de la inflación”, la fragilidad creciente de las vidas debería estar en el centro de nuestras ocupaciones, de nuestras organizaciones y redes de amistad y solidaridad.

Escuchamos con Fabio Basteiro la mítica canción de Chico Buarque, Construção (1971), dedicada a un trabajador que “Se sentó a descansar como si fuese sábado,
Comió frijoles con arroz como si fuese un príncipe, Bebió y sollozó como si fuese un náufrago, Danzó y se rio como si oyese música, Y tropezó en el cielo con su paso alcohólico,
Y flotó por el aire cual si fuese un pájaro, Y terminó en el suelo como un bulto mórbido,
Y agonizó en medio del paseo público, Murió a contramano entorpeciendo el tránsito…” Esa poética que por entonces excedía las condiciones de un Brasil en sus años de plomo, hoy nos falta, casi tanto como el sentido de la urgencia. ¿Dónde está? ¿Dónde estamos?

El autor es ensayista, docente e investigador (UNPAZ, UNA), codirector de Red Editorial, encargado del área de Nuevas Tecnologías del IEF CTA A, integrante del Grupo de Estudios Sociales y Filosóficos en el IIGG-UBA. Autor de Nuevas instituciones (del común), Papa Negra y Globalización. Sacralización del mercado; coautor de La inteligencia artificial no piensa (con Miguel Benasayag), Del contra poder a la complejidad (con Raúl Zibechi y Miguel Benasayag), El anarca. Filosofía y política en Max Stirner (con Adrián Cangi), entre otros.