La selección argentina conoce el sufrimiento. Lo aprendió a transitar durante el Mundial, desde el golpe inicial de Arabia Saudita hasta los penales contra Francia después de un partido que hasta los ochenta minutos estuvo controlado. El sufrimiento es parte de la idiosincrasia del equipo. Lionel Scaloni también lo conoce porque es un ciclista aficionado, un hombre dedicado a la resistencia: en las ascensiones, en la montaña, también en la velocidad del llano. Pero es otro tipo de sufrimiento. Por eso dijo que no disfrutó el partido con Ecuador, que más allá de la clasificación no le generó una alegría. “Ganar así -dijo- no se disfruta”. 

También fue otro tipo de sufrimiento el que experimentó la Argentina con Ecuador, distinto a las tensiones que vivió durante el Mundial. Porque los partidos tienen sus momentos, pueden ser cambiantes, pero aún así el equipo puede mantener la línea. Sobre el césped emparchado del estadio de Houston, la Argentina se encontró con una incomodidad que tenía olvidada. Al menos en los últimos tres años no se había visto así de sometida. Fue un partido que merece ser pensado por fuera del resultado que entregaron los penales. 

En la mesa de trabajo del cuerpo técnico se estudiarán por estas horas correcciones, además del plan de juego para el cruce de semifinales. Son entrenadores obsesivos, atentos a los detalles. En ocasiones no los ha conformado lo que a simple vista parecieron buenas actuaciones. Siempre había algo para mejorar. Después de una fase de grupos sin sobresaltos, el primer partido definitorio mostró a una selección errática, distante de la imagen que construyó en este tiempo. Pudo ser apenas una mala noche, también pudo ser un aviso.

La historia de la clasificación frente a Ecuador fue la de Dibu Martínez, su leyenda agigantada al mismo nivel de lo que él hace en el arco ante cada penal. “El mejor arquero del mundo”, lo declaró Lionel Messi, que en una noche deslucida también erró su penal picado. No fue sólo lo que hizo en la tanda de definición, sus dos atajadas: también le tocó salir al rescate durante el partido. Después de Messi, no hay otro jugador de este equipo tan idolatrado. Y ningún otro arquero con tanta influencia sobre lo que ganó la selección, una Copa América, un Mundial, y el camino hacía la trilogía. Por eso ya se lo ubica como el mejor de la historia.  

El arquero es otra pieza de un equipo, fundamental, pero la heroicidad de Dibu esta vez expuso los problemas de funcionamiento de la selección. Salvó lo que pudo haber sido una salida dolorosa. No por la derrota en sí, que también hubiera dolido pero es algo que puede ocurrir en la competición, sino por el modo en el que casi se escapa el partido. Sólo tuvo dos remates al arco. Ahí debió haber estado la cuestión de por qué Scaloni dijo que no disfrutó. 

Hay un desafío para esta selección que es el que marcó el entrenador la noche en el Maracaná en la que anunció que paraba la pelota. El desafío es mantenerse a tope. Está a dos partidos de conseguir algo inédito, emular a la España que entre 2008 y 2012 (aunque con dos técnicos distintos, Luis Aragones y Vicente Del Bosque) consiguió dos Eurocopas y un Mundial. Al margen de los títulos está el desafío de la transformación. Con Messi descubriendo que su cuerpo de 37 años es humano, que no sólo puede haber lesiones, también el temor a que se produzcan nuevas o reincidan las que superó, como dijo que le pasó en Houston.

La selección también tuvo la prueba de que puede sentir temblores. Acostumbrada al dominio y, sobre todo, al triunfo. Es cierto que ya Uruguay la había golpeado el año pasado pero dentro de unas eliminatorias en las que tiene las espaldas anchas. Ahora es tiempo de revitalizarse para mantener la identidad. Todo lo que escapa al elogio con esta selección suena injusto. Pero la mirada crítica ayuda a encontrar el camino. Fue lo que Scaloni dijo que buscó después de la victoria en Brasil: “Reforzar los conceptos, no bajar el pistón. Es lo que se trata: seguir compitiendo”. Esas mismas palabras sirven más que nunca a esta hora.