Europa pierde el equilibrio porque su eje fue corrido de lugar por las legiones de migrantes que vulneran sus fronteras cada día. Es todo el otrora centro de la cultura occidental el que entró en crisis, pero el punto crítico se corrió estos días hacia España, donde se concentra el 71% de los que llegaron huyendo de guerras, miseria y hambruna. Se les llenó de pobres el recibidor, cantaba Serrat. El estallido llevó a que al cierre de una gira por Asia y Oceanía, el papa Francisco –cuya agenda se planifica con años de antelación– haya dicho el viernes que probablemente viaje pronto a las Islas Canarias para “orar junto con esos pobres expulsados de sus tierras”.
En el otro polo, otra sensibilidad, el mismo viernes. Suecia también habló. Ofreció pagarles 965 dólares a quienes se vayan y asuman el compromiso de no volver.
Sólo a las Canarias llegaron en julio-agosto 25.542 personas, lo que supone un alza del 123% respecto del mismo lapso de 2023. En Ceuta, el antiguo territorio colonial del norte africano, sobre el Mediterráneo, la situación se repite, con el agravante de que la mayoría de los emigrantes procedentes de Senegal, Mali, Gambia y Mauritania son menores que permanecen hacinados en los llamados centros de acogida. El gobierno de Pedro Sánchez y las autoridades de la Unión Europea no tienen respuestas para semejante situación. Se limitan a contar cuántos son los que ingresan al país o a concretar el traslado de los cuerpos de las víctimas que viajaban en los cayucos o pateras (míseras embarcaciones de madera) que naufragan a diario en las aguas del Mediterráneo o del Atlántico.
A la falta de compromiso del gobierno se suma la política de odio que aplica la extrema derecha de Vox y el Partido Popular, que sólo aboga por la expulsión masiva de esos parias.
Las autoridades de Canarias y de Ceuta decidieron demandar al gobierno de Madrid por el delito de «dejación de funciones». El presidente canario, Fernando Clavijo, denunció que “el gobierno de Sánchez nos abandonó, con todo lo que eso implica cuando hablamos de miles de personas que llegan famélicas, deshidratadas, con penosos signos de desnutrición”. Juan Vivas, su par de Ceuta, hizo también un dramático llamamiento: “Se nos mueren los niños, estamos al límite, no entendemos que este no sea un drama para el todo de España”. A falta de oídos receptivos en Madrid, ambos lanzaron un SOS a los gobiernos autonómicos para repartirse a los migrantes, especialmente a los niños.
El silencio de tantos rompe los tímpanos. Hay, sin embargo, poderosas voces que traspasan las fronteras. Como la del cineasta Pedro Almodóvar, que formuló una profunda reflexión cuando presentó en el Festival de Venecia su primera película en inglés (The room next door/La habitación de al lado), y en el reparto de responsabilidades no dejó títere con cabeza. «Es delirante, puro odio –dijo– que la ultraderecha española quiera convertir a los inmigrantes en invasores. Quiero mandar un mensaje de brazos abiertos a todos esos niños sin acompañantes que luchan por llegar a nuestras fronteras y para quienes la ultraderecha pide que el gobierno les mande la Marina para impedir que entren. O sea, en su odio, convertirlos en invasores. Es una postura delirante, profundamente estúpida”.
A la sombra de las crisis que se padecen en Canarias y en Ceuta, que son la misma crisis que oscurecen a todo el mundo noroccidental, un historiador marxista español y un banquero italiano llegaron a caracterizaciones en alguna medida complementarias, sin necesidad de someterse, antes, a ningún debate ideológico. Por lo general las cosas se han planteado en extremos de blanco y negro. Por un lado, los que llevados por razones humanitarias, como el papa Francisco, se acercan a los migrantes con espíritu protector. Por otro, todo el efervescente nazi fascismo europeo –o Donald Trump en Estados Unidos–, que proponen superar el tema echando a los pobres a sus tierras de origen, allí de donde salieron económica o políticamente expulsados.
«Aparte de la asistencia que pueda brindárseles a los migrantes, y más allá del control de fronteras que pretende imponer la Unión Europea, cabe preguntarse por la dificultad de atacar los motivos que empujan a la gente a aventurarse al mar», se cuestiona el académico José Miguel Villarroya. Y se responde: «La solución real al problema tendría que ser en origen, es decir, impedir que los países de los migrantes sean expoliados por las grandes multinacionales, que son las que mantienen a sus gobiernos corruptos y provocan guerras civiles y hambrunas». Villarroya asegura que «no se contempla tal posibilidad porque, en realidad, lo que se busca en una doble explotación, en origen y en Europa».
El razonamiento del español podría continuar con una breve pregunta –qué ocurre– seguida de una respuesta contundente: «A la larga se devalúa el mercado laboral de los países que reciben a los migrantes, pero no es por culpa de esos migrantes, sino por culpa del sistema, al que le interesa que los pobres vengan para provocar una devaluación del mercado laboral y la consiguiente pérdida de derechos. Al haber más demanda que oferta de trabajo, es el empleador el que pone las condiciones laborales y salariales». Casi como un complemento de lo expuesto por Villarroya, el banquero italiano Fabio Panetta, una estrella del staff del Banco Central Europeo, se sinceró. Dijo que «es necesario auspiciar una mayor inmigración joven para hacer frente al envejecimiento de la población europea y proteger su economía».
Un largo trecho entre Madrid y Ceuta: dos formas de llegar
Fueron dos formas de llegar, a la misma hora, el mismo domingo, el 8 de septiembre al atardecer, en dos puntos contrapuestos del Reino. Una fue en Madrid, la capital de la España monárquica, y la otra en Ceuta, un territorio africano sobre el Mediterráneo, resabio colonial que goza del bufonesco status de Comunidad Autónoma. Ese día, a la gran ciudad arribó con todos los honores el venezolano Edmundo González Urrutia, hombre de paja de la ultraderecha de su país, un diplomático retirado que recibió la orden de presentarse a unas elecciones que perdería y que serían tildadas de fraudulentas. Todo se sabía. A los arrabales africanos llegaron cientos de pobres para los que no hubo gestos de bienvenida.
González Urrutia no llegó solo ni por sus propios medios. Lo acompañaba toda su familia y lo llevaron a tierra europea –»tierra de la libertad», diría– en un Dassault Falcon F-900 del muy ampulosamente llamado Ejército del Aire y del Espacio. No hubo salvas ni alfombras rojas, pero la base de la OTAN en la madrileña Torrejón de Ardoz estuvo cerrada hasta que la última limusina salió de allí rumbo a una residencia costeada por el Estado. Mientras, en los pedregales de las costas de Ceuta, donde tantas veces se recogen los cadáveres de niños y adultos ahogados en su intento de llegar a la “tierra de la libertad”, sólo hubo palos y el traslado de los migrantes a campamentos donde el hacinamiento roza el 500 por ciento.
Desde China, donde estaba en misión oficial, el canciller José Manuel Albares habló con González Urrutia para adelantarle la oferta de asilo político. El presidente Pedro Sánchez lo recibió en audiencia especial, sólo para darle un afectuoso abrazo. En España, donde sus paisanos se han convertido en los regalones de Vox y el Partido Popular, y tienen fluido contacto con el resto del nazifascimo europeo, González compartirá tertulias con varios dirigentes de la ultraderecha venezolana. Entre ellos, Leopoldo López, Antonio Ledezma, Julio Borges y otros líderes de la disuelta Mesa de Unidad Democrática con los que dirigió la campaña terrorista que a mediados de la década pasada dejó decenas de muertos, cuando en el marco de «La salida» intentaron derrocar «a como sea» al gobierno de Nicolás Maduro.
Esa no es la única parte turbia de la vida de González Urrutia. Se formó en el sistema educativo público venezolano. En 1981 se radicó en Estados Unidos y entonces derrapó. Se graduó en relaciones internacionales por la American University, adscripta a la Iglesia Metodista. Según fue denunciado y no lo ha desmentido, sus nexos con el terrorismo datan de entonces y en Centroamérica. Durante el gobierno de Luis Herrera Campins (1979-1984) trabajó en la misión diplomática en Washington y como secretario itinerante de la embajada en El Salvador. Allí habría cultivado, y no lo negó, una estrecha relación con el mayor Roberto D’Aubuisson, un egresado de la Escuela de las Américas y creador del Escuadrón de la Muerte que, en 1980, asesinó a monseñor Oscar Arnulfo Romero.
El viaje hacia la libertad en Tea-Bag
En Tea–Bag, el escritor sueco Henning Mankell se mimetizó en Jesper Humlin para dar vida a un grupo de jóvenes africanas que relatan la huida de su aldea, el viaje hacia el norte, hacia «la libertad», con obligada escala en las costas españolas. En su doloroso y breve alegato final, Tea–Bag resume el sufrimiento que padecen, hoy mismo, millones de seres:
«¿Recuerdas cuando estaba en la playa, al sur de Gibraltar? Parecía que era una ciudad sagrada para los fugitivos, un palacio de arena mojada desde donde un puente invisible llevaba al paraíso. A muchos de los que llegaban les horrorizaba que hubiera agua de por medio. Recuerdo la emoción y el miedo que teníamos mientras esperábamos el barco que iba a llevarnos al otro lado. Cada grano de arena era un soldado vigilante. Pero también recuerdo una particular frivolidad, personas que canturreaban en voz baja y se movían como en lentas y reprimidas danzas victoriosas. Era como si ya hubiéramos llegado. El puente estaba tendido, la última parte del viaje era sólo un salto en el vacío ingrávido.
No sé qué hizo que sólo yo sobreviviera cuando la embarcación se destrozó contra las rocas y las personas desesperadas que estaban abajo, en la oscuridad de la bodega, empujaban y arañaban para subir y salir de allí. Pero sé que ese puente que todos creímos ver cuando estábamos en la playa en el extremo norte de África, el continente del que huíamos y al que ya llorábamos, ese puente va a ser construido. Porque la montaña que formarán los cuerpos comprimidos en el fondo del mar será tan alta en algún momento –te puedo asegurar– que la cima va a surgir del agua como un país nuevo, y el puente de cráneos y costillas golpeará esa pasarela que ningún vigilante, ningún perro, ningún marinero borracho, ningún traficante de personas va a poder arrancar. Entonces cesará esta locura cruel, donde multitudes inquietas que huyen desesperadas para salvar sus vidas son obligadas a bajar a túneles subterráneos para convertirse en los cavernícolas de la actualidad.
Yo sobreviví, no fui engullida por el mar ni por la traición, la cobardía y la avaricia (pero) tal vez me esconda (aunque) creo que soy más fuerte que esa luz gris que quiere hacerme invisible. Existo a pesar de que no tengo derecho a hacerlo, soy visible aunque viva en la oscuridad».