Es curioso que el estigma con el que Gerardo Martino dejó la última selección que dirigió, la argentina, haya sido el de haber llegado a finales y perderlas. Con menos de ese recorrido, a Martino le alcanzaría para convencer a los mexicanos de que el hombre ideal, el que los lleve de la mano al quinto partido, acaba de llegar y tiene puesto la campera verde oficial del equipo sobre una camisa con corbata. El uniforme no parece el adecuado, pero fue la forma en la que se presentó a Martino como nuevo técnico de la selección mexicana. Y si Martino es o no el adecuado, se verá. Por lo pronto, como para no generar falsas expectativas, él no promete nada.
El quinto partido es lo que México no puede jugar desde el Mundial 1986 cuando perdió con Alemania por penales en cuartos de final. Desde entonces, la barrera siempre fue octavos de finales, en dos ocasiones con la Argentina, Alemania 2006 y Sudáfrica 2010. Martino eludió la demogogia. Los triunfos en el fútbol no se pueden garantizar. “Queremos jugar el quinto partido, pero también nos interesa crear un equipo con sentido de pertenencia”, dijo en la conferencia de prensa. “Le faltó valor”, tituló el suplemento deportivo del diario El Universal, que además contó que la federación mexicana estableció contactos con veinticinco entrenadores antes de elegir a Martino como reemplazante del colombiano Juan Carlos Osorio.
Martino es el tercer entrenador argentino que dirige a México después de César Luis Menotti, entre 1991 y 1992, y Ricardo Lavolpe, entre 2002 y 2006. Cayetano Rodríguez sólo estuvo a cargo del equipo un partido como colaborador de Menotti. No sólo cuando dijo que tener a un jugador como Lionel Messi no es algo normal pareció referirse a la Argentina. También, de manera implícita, cuando contó que le había pasado en otros lugares que no valoraban haber jugado finales. “Acá no podemos dejar de valorar jugar sistemáticamente los octavos de final”, dijo casi como si se tratara de una lección a futuro para los mexicanos.
Martino llega después de haber sido campeón de la MLS, la liga estadounidense, con el Atlanta United. Cuando se supo que se quedaría sin equipo, la AFA pensó en él. Martino no dejó la selección porque no pudo lidiar con las finales. La dejó en medio de la intervención oficial en la AFA, con el comité normalizador de Armando Pérez, mientras se acumulaban las deudas salariales y los clubes le regateaban futbolistas para armar la Sub-23 que jugaría en los Juegos Olímpicos de Río 2016. Pero meses atrás, todavía en Estados Unidos, Martino dijo que no veía mejoras en el fútbol argentino.
“Lo primero que revisa un entrenador es si hay seriedad en el lugar donde va a trabajar, si hay respeto en la forma de contratación, y por último, y lo más importante, si hay futbolista para hacer un buen trabajo. Todas fueron respuestas positivas, así que eso es lo que me ha llevado a estar ahí”, dijo en un tramo de la conferencia. Ni siquiera lo debe haber pensado así, pero cada ítem puede servir para evaluar por qué la Argentina atraviesa estos días con un entrenador sin experiencia, Lionel Scaloni, mientras los que desea, aún con estilos diferentes, como Diego Simeone, Mauricio Pochettino, o el propio Martino eligen otras experiencias. Hasta Gallardo explica a quienes le consultan que por ahora prefiere no llegar a la selección. Tampoco es México el paraíso del fútbol. Y eso también debería decirle algo a la AFA.
En Brasil 2014, cuando la Argentina intentaba pasar la barrera maldita de los cuartos de final, algo que no conseguía desde Italia 90, Alejandro Sabella habló del cruce del Rubicón, el río que separaba Italia de la Galia Cisalpina y que protegía a Roma de las amenazas militares. Martino no es el técnico de la Argentina. Eligió México. Y ya tiene su propio Rubicón.