Desde su título con reminiscencias shakespearianas, El rey Tuerto se inscribe en la mejor tradición de las obras clásicas de teatro político. Sin embargo, al estar ambientada en la contemporaneidad es lógico que no nos encontremos con las despóticas y sanguinarias monarquías medievales al estilo Ricardo III o Enrique IV en la que la gente creía religiosamente. El tiempo actual y la realidad argentina solo pueden engendrar reyes tuertos, poderes autoritarios y potencialmente violentos, pero, en cierta forma, poco perdurables y mal paridos desde su nacimiento.

El punto de la partida de la obra son dos amigas de la infancia, Lidia (Maite Velo) y Sandra (Melisa Hermida), que se reencuentran para cenar y presentar a sus parejas. Lo que no parecen calcular las antiguas confidentes es que no solo las separan los años de distancia transcurridos, sino que, en ese lapso, también se elevó en el medio de ellas el muro de la mentada grieta política argentina. Así, lo que en principio parece salvable -meras discrepancias verbales- se transforma en la imposibilidad de restablecimiento de un vínculo. Pero, imprevistamente, el vínculo se produce entre sus dos novios, dos seres aparentemente inconciliables: David, un policía antidisturbios proclive al gatillo fácil contra participantes de protestas sociales (especialista en custodiar containers para salvarlos del fuego) e Ignacio (Matías López Barrios), un documentalista cinematográfico que acaba de perder un ojo merced a una bala de goma que le propinó el primero en una manifestación a favor de la cultura.

Como si el conflicto del punto de partida resultara poco, la cena se ameniza con los discursos de una vocera presidencial (una efectiva Cinthia Guerra) que, desde la pantalla televisiva anuncia las malas y supuestamente necesarias medidas de ajuste económico para la mayoría de la población en función de los malos gobiernos anteriores. El argumento falaz de la política tiene gusto recocido: su basamento es lo que la filósofa Isabelle Stenger y el historiador Philippe Pignarre denominan alternativa infernal, es decir, falsas encrucijadas tales como “o nos sacrificamos todos” (o sea la clase trabajadora) o se viene la hiperinflación”; o “ajustamos o nos quedamos sin PBI” o “no hay plata” (particularmente para los sectores populares). En todo caso, el discurso de la vocera no parece precisar del clásico subtítulo “cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia” para la realidad actual argentina.

Adaptación sutil

La adaptación de Adriana Roffi -que también oficia de sólida directora- extrapola sutil y brillantemente al contexto local la realidad catalana o española en que el autor del texto, Marc Crehuet, se inspiró para imaginar esta verdadera fábula política.  Por un lado, el texto deja evidencia de que el mentado neoliberalismo crea realidades y conflictos universales. Por otro, teniendo en cuenta que dicha adaptación lleva más de cuatro años sorprende su vigencia para el momento actual argentino. Evidentemente, no por remanida deja de ser veraz aquella frase de Marx al comienzo de El 18 Brumario de Luis Bonaparte: “La historia se repite dos veces, una vez, como tragedia y la segunda como comedia”. En la Argentina, desgraciadamente, más que duplicarse parece cuadriplicarse.

Dirigidos impecablemente por Roffi, las interpretaciones resultan naturales y con rasgos de excepcionalidad, particularmente en los duelos dialógicos-dialécticos entre Noguera y López Barrios y en la relación erótica y de mutuo amor e incomprensión del matrimonio compuesto por Velo y Noguera.  Con ciertas reminiscencias a la local Saverio el cruel (1936) de Roberto Arlt, los intérpretes conducen un difícil y vertiginoso camino que comienza como un clásico drama teatral y desemboca en una historia paroxística de ribetes impensados, alucinantes y hasta surrealistas con espectaculares toques de comedia y comedia negra. Y, sobre todo, que apela a un agudo e inteligente humor que provoca risotadas hasta la hilaridad para narrar una verdadera tragedia a nivel individual y colectivo.  

El rey Tuerto es una obra de teatro, reflexiva y necesaria y sobre todo, incómoda, nunca complaciente, profundamente compleja y en las antípodas de los simplismos. Por ello, nuevamente en la mejor tradición del teatro político no ofrece respuestas ni muestra pancartas, sino que incita al público a la reflexión sobre las manipulaciones de los poderes y los sistemas políticos y sobre las miserias y esperanzas de una sociedad -que puede votar a la derecha o a la izquierda del espectro político- víctima de esas manipulaciones.  

El rey Tuerto, una tragedia colectiva.

El rey tuerto

De Marc Crehuet. Dirigida por Adriana Roffi. Con Maite Velo, Jorge Noguera, Cinthia Guerra, Matías López Barrios, Melisa Hermida. Viernes a las 21:30 en Timbre 4, Boedo 640.