Ante todo, un interrogante histórico: ¿acaso hay algo en común entre lo que, a comienzos el siglo XIX, fue la rústica Posta de Yatasto, situada en un camino rural del noroeste salteño, con lo que, en el presente, es el Jockey Club Bistró, un elegantísimo restaurante porteño, situado en la avenida Cerrito al 1400?
Pues bien, en el primer establecimiento ocurrió, al clarear el 17 de enero de 1814, durante la Guerra de la Independencia, un encuentro que incidiría en su resultado: el de los generales Manuel Belgrano y José de San Martín. En el otro, al mediodía del 21 de noviembre de 2024, sucedió lo que, desde un plano simbólico, podría considerarse su contracara: un cruce –debidamente acordado de antemano– entre el juez de la Corte Suprema, Carlos Rosenkrantz, y Fabián Rodríguez Simón “Pepín”, prófugo, hasta apenas media hora antes.
Ellos se abrazaron con un exagerado afecto, ante las miradas de soslayo del resto de los comensales.
En paralelo, las señales televisivas de noticias informaban que ese sujeto, sindicado como el factótum del lawfare durante régimen macrista, había vuelto al país a bordo del Buquebus, luego de permanecer refugiado en Uruguay por más de tres años y medio. Y que, desde la terminal portuaria enfiló con apuro hacia los juzgados federales de la avenida Comodoro Py, donde lo aguardaba la magistrada María Servini.
En su momento, un gran disgusto le había causado a ella la fuga de aquel tipo a Uruguay, tras haberlo procesado por conformar una “asociación ilícita” para perseguir y desapoderar de sus empresas a los dueños de Indalo, Cristóbal López y Fabián De Souza, entre otros graves delitos.
Pero ese jueves lo recibió con una calidez inusitada. De manera que su única exigencia para bendecirlo con la eximición de prisión fue pedirle, cómo garantía (de que no huirá otra vez), la escritura de una propiedad perteneciente a su amigote, el exjefe de asesores del gobierno de Juntos por el Cambio (JxC), José Torello.
En este punto, bien vale retroceder al primer minuto del 10 de diciembre de 2017 (el preciso momento en que concluía el mandato de Cristina Fernández de Kirchner), cuando ellos, secundados por el futuro secretario Legal y Técnico de la Presidencia, avanzaban con pasos resueltos hacia la Casa Rosada y, al ser frenados en el portón por un guardia de seguridad, Pepín no dudó en hacer oír su intención de ingresar con solo dos palabras: “¡Autoridades entrantes!”.
Así se convirtió en el primer macrista que puso un pie en ese edificio.
Tres años y nueve meses después de ese glorioso momento, su hablar ya no sonaba tan imperativo. La opaca performance de JxC en las PASO lo había afectado sobremanera.
Tanto es así que, por aquellos días, se le escuchó decir: “¡Qué mal esto del peronismo! Podemos ir todos presos”.
La escena transcurría en una mesa de la confitería La Biela. Y su único interlocutor no era otro que Torello.
¿Acaso fue una frase premonitoria? Porque no tardó en ser citado a indagatoria por el tema de Indalo.
Lo cierto es que De Souza jamás pudo olvidar el timbre nasal de su voz, escuchada por teléfono en un ya remoto 9 de marzo de 2016.
–La guerra empezó; que cada uno se salve como pueda.
El tiempo probó que Pepín no amenazaba en vano. Poco después, López y De Souza fueron encarcelados.
Pero ahora, a fines de 2019, la suerte de Rodríguez Simón parecía echada.
El mérito de Pepín –un apodo que arrastra desde su época estudiantil en el Colegio Champagnat– fue pasar desapercibido durante gran parte de sus 68 años. En eso le vino de perillas su encarnadura macilenta y menuda como la de un jockey. De hecho, ni siquiera era recordado por su breve etapa de funcionario porteño. Un milagro, ya que él fue, a partir de 2008, nada menos que jefe de la Unidad de Control de Espacios Públicos (UCEP), el organismo parapolicial del gobierno de Macri en la Ciudad que se encargaba de apalear a los indigentes. Su escurridiza figura tampoco resaltó en su rol de abogado del Grupo Clarín; ni como defensor de Mauricio en expedientes resonantes; ni como integrante del directorio de YPF; ni como legislador del Parlasur; ni como el arquitecto en la sombras de la “mesa judicial” del macrismo, responsabilidad que le brindó más poder que al ministro del área.
Ya se sabe que tal cenáculo tenía, entre otras tareas, el disciplinamiento de magistrados y fiscales para direccionar causas a su antojo.
Pero la buena estrella de Pepín comenzó a declinar a fines de 2018, al ser difundida en El cohete a la Luna, el portal de Horacio Verbitsky, una foto tomada a hurtadillas donde se lo ve en el bar Biblos, situado en la esquina de Libertad y Santa Fe, con el camarista Martín Irurzun. A partir de entonces, sus injerencias en el universo tribunalicio ya no fueron un secreto de Estado.
Aún así su figura dejó contribuciones imborrables, como su iniciativa de nombrar por decreto a dos miembros de la Suprema Corte (con el siguiente criterio: el doctor Carlos Rosenkrantz porque es amigo suyo y Horacio Rosatti para que los peronistas no protesten demasiado).
Cabe aclarar que, si bien aquel decreto mereció el rechazo legislativo, los pliegos de sus nombramientos fueron luego aprobados en el Senado.
Así de influyente era Pepín. Pero nada es eterno.
Por lo pronto, tener un alfil en el máximo tribunal del país no le evitó ser llamado a indagatoria, ni la recusación de Rosencrantz en esa causa porque en el momento de los hechos investigados hubo 59 llamadas telefónicas entre éste y el titiritero de jueces y fiscales, entre otras pruebas comprometedoras.
Así fue que Rodríguez Simón no tardó en poner los pies en polvorosa. No es exagerado decir que su escape hacia la Banda Oriental desató entre la dirigencia de JxC una loca carrera por desmarcarse de él. Están los casos del Miguel Ángel Pichetto y Gerardo Morales. El primero opinó: “Él no es un guerrillero de un movimiento deliberación. Si hay una causa, que venga y se presente”. El segundo dijo: “No lo conozco. Pero hay que estar a disposición de la Justicia”.
La suerte de Pepín pendía de un hilo. Las autoridades uruguayas tardaban en decidir si le concedían el refugio o no. Mientras tanto, el famoso prófugo mitigó sus horas muertas en una suite del hotel Hyatt Centric, emplazado sobre la Rambla del barrio montevideano de Pocitos, frente a la playa, a razón de 590 dólares por noche.
Al principio actuaba como un pasajero más. Pero, desde que las noticias sobre su situación cruzaron a esa orilla del Río de la Plata, restringió sus salidas y sólo asomaba la nariz en la confitería del hospedaje.
Los mozos ya no le dispensan la deferencia de antaño. De hecho, en una de sus mesas se hizo notar durante el mediodía del 17 de mayo de 1921, cuando hablaba a los gritos con alguien por teléfono:
-¡Me quieren meter preso! Estos hijos de puta me quieren meter preso. Yo me voy a quedar acá. No voy a volver.
Sus abogados locales, Eduardo Sanguinetti y Rodrigo Rey, le resumieron la estrategia procesal a seguir en sólo tres palabas: “Hay que esperar”.
Curiosamente: la especialidad de esos letrados era el Derecho Canábico.
Esa espera se prolongó durante 1277 soles y lunas.
Ahora, el bueno de Fabián Rodríguez Simón está otra vez entre nosotros. Y, por ahora, ninguna sombra perturba el milagro de su segunda oportunidad. «