Evocar los compromisos individuales de una de las tramas colectivas más importantes que se gestaron para la consolidación de la democracia en un Argentina que procuraba dejar atrás el terrorismo de Estado, fue el propósito de un encuentro que protagonizaron los extrabajadores de la Comisión Nacional para la Desaparición de Personas (CONADEP) en el Espacio Memoria y Derechos Humanos de la exEsma, al cumplirse 40 años de la presentación del informe del Nunca Más.
El salón Mabel Gutiérrez se constituyó en escenario de este ejercicio de memoria llevado a cabo por aquellas personas y profesionales que, en forma silenciosa, comprometida, y voluntariosa, recopilaron durante nueve meses información, documentación, testimonios y denuncias sobre el horror que padeció el país bajo la última dictadura cívico militar.
Trabajadores de la comisión, familiares de las víctimas, sobrevivientes, veteranos militantes de los organismos de derechos humanos y jóvenes dispuestos a mantener viva la llama de la memoria, se dieron cita en ese auditorio para escuchar un panel que formaron María Eugenia Lanfranco; el fotógrafo Enrique Shore, la sobreviviente de la ESMA Laura Reboratti y el abogado Eduardo Schiel, quienes bajo la moderación de Valeria Barbuto compartieron sus recuerdos de esa gesta, librada en el contexto de los inicios del gobierno de Raúl Alfonsín y cuando el aparato represivo de las Fuerzas Armadas y de Seguridad se encontraba intacto.
Un encuentro cargado de emotividad y reflexión que formó parte de un conjunto de actividades que el Espacio Memoria y Derechos Humanos de la ExEsma realizó este fin de semana para conmemorar las cuatro décadas de la entrega a Alfonsín del informe de la CONADEP que sentaría las bases documentales de lo que sería el Juicio a las Juntas que se celebró en 1985.
María Eugenia, actriz de teatro comunitario y socióloga, inició el conversatorio narrando su experiencia como la integrante más joven que tuvo la comisión, que comenzó a funcionar en el Centro Cultural San Martín en los primeros días de 1984.
“¿Cómo llegué a la CONADEP?, me preguntan muchos cuando cuento que formé parte del trabajo que hizo esta comisión, y contesto con la pura verdad: vine en el Ferrocarril Sarmiento, desde Ituzaingó, donde nací. Tenía 20 años y me acerqué un día al Teatro San Martín y dije que quería colaborar, trabajar haciendo lo que sea. Primero me pusieron a ordenar carpetas y luego comencé a tomar testimonios, que teníamos que escribir a mano. Estábamos obligados a escribir con letra clara y frases cortas”, repasó María Eugenia.
La CONADEP se conformó por un decreto de Alfonsín el 15 de diciembre de 1983 y estuvo integrada por un grupo de “notables” que encabezó el escritor Ernesto Sabato, la periodista Magdalena Ruiz Guiñazú, el obispo Jaime de Nevares y el rabino Marshal Meyer, entre otras personalidades. En tanto, Graciela Fernández Meijide, militante de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos y madre de un detenido desaparecido, tuvo a su cargo la Secretaría que coordinó la recepción de las denuncias.
“Nosotros, casi 100 trabajadores éramos los ‘no notables’, los que escuchábamos los testimonios, armamos los escritos, viajábamos a las provincias y recopilamos la información. En principio, vinieron empleados del Ministerio del Interior, pero a los pocos días, todos pidieron el pase porque no soportaban lo que tenían que escuchar”, señaló Lanfranco.
También contó una vivencia que la marcó en su juventud. Fue cuando debió viajar a tomar denuncias a Tucumán, una de las provincias más afectadas por el accionar de la represión ilegal. “La gente no tenía muy en claro la figura del detenido desaparecido. Tuve que hablar con un padre que buscaba dos hijos, uno de 16 y otro 18, y firmó su testimonio con una huella digital, porque era analfabeto. ‘Señorita, ¿usted me promete que me los van a traer?’, me dijo ese padre que no alcanzaba a comprender el alcance que había tenido el accionar de la dictadura”.
Todos los presentes, y sobre todo los integrantes del panel, recordaron que los viernes, los trabajadores de la CONADEP se reunían para repasar sus experiencias, compartir sus impresiones y despejar sus angustias. “El clima de profundidad y emotividad de esos encuentros fue tal que trajeron psicólogos para ayudarnos a procesar todo lo que contábamos. Vinieron tres veces y dejaron de asistir a esas reuniones. No podían asimilar lo que nosotros teníamos que escuchar todos los días. A veces, pienso que teníamos los brazos largos, por cómo nos teníamos que abrazar”, indicó María Eugenia.
Así, aseguró también que, en la comisión, los “no notables” hicieron un trabajo comprometido y lleno de improvisación creativa”.
Enrique Shore era un fotógrafo prestigioso que había trabajado en varios medios de comunicación y que estaba viviendo en Nueva York y decidió retornar a Argentina cuando terminó la dictadura.
“Al volver me encontré con Raúl Aragón, un abogado que conocía y que estaba trabajando en la CONADEP. Me dijo que me necesitaba y empecé a trabajar en el registro de las visitas que se hacían a los centros clandestinos de detención. La idea era probar los testimonios con imágenes”, afirmó Enrique.
Las imágenes que tomó en esos meses son parte del registro visual del “Nunca Más” y algunas se proyectaron en una pantalla desplegada en el auditorio. Eran fotos de la visita que hicieron los integrantes de la Comisión a la ESMA, que se desarrolló en medio de un clima hostil, con el personal de la Armada anotando y fotografiando el recorrido. “En un momento, Magdalena Ruiz Guiñazú paró todo y les dijo a los marinos que les sacaran una foto grupal y que los dejaran de seguir por todos lados. Y le hicieron caso”, contó.
Una imagen tomada por Shore durante a una inspección al Pozo de Quilmes y exhibida en el salón Mabel Gutiérrez ilustra como pocas el horror del terrorismo de Estado. La mano de una persona sostiene un encendedor que tenuemente alumbra una pared, en la cual se lee: “Dios mío, ayudame”.
“Era el mensaje que había escrito un exdetenido que había dado testimonio y su mensaje seguía ahí, en la celda donde había estado secuestrado”, enfatizó en un relato el fotógrafo, plagado de emoción.
Entre las imágenes tomadas por Enrique y reproducidas en el encuentro se aprecia la figura de Laura Reboratti, sobreviviente de la Esma que acompañó la visita que la CONADEP hizo al centro clandestino de detención más grande que funcionó en la Ciudad de Buenos Aires durante la última dictadura.
Laura marca en la foto el lugar en el cual estuvo detenida, tabicada, y asegura que pudo reconocer el lugar porque por debajo de las vendas que tenía en sus ojos podía ver “la conformación de los pisos del lugar”.
“Estaba sola cuando me acerqué a la CONADEP. Mi familia tenía miedo y no me acompañó. Pero di mi testimonio y siento que la existencia de ésta fue el primer escalón hacia la esperanza. Sobre todo, en tiempos de negacionismo”, aseveró.
El abogado Eduardo Schiel, uno de los que participó en el equipo que redactó el informe dio cuenta de los procesos internos que se produjeron en la confección del Nunca Más y de cómo la “teoría de los dos demonios” ejerció cierta influencia en la realización del relevamiento, que se expresó en el prólogo original de la obra.
“Revisamos testimonios, trabajamos sin métodos ni protocolos, pero con libertad pudimos darles la voz a las víctimas”, destacó el letrado que afirmó que la redacción del informe constituyó una tarea colectiva.
Siguieron las preguntas, los recuerdos y los reencuentros y las vivencias. En medio de ese clima, se recordó la figura de la abogada Lucía Larrandart, trabajadora de la CONADEP y jueza comprometida con los Derechos Humanos, hasta su reciente fallecimiento.
El cierre estuvo a cargo de la Madre de Plaza de Mayo Vera Jarach, figura emblemática del movimiento de derechos humanos que desafío a la dictadura genocida.
“Todo está vivo; el futuro es hoy y tenemos mucho que hacer”, cerró Vera con sus 96 años y luciendo el pañuelo de las Madres sobre su cabeza.