Fumio Kishida está listo para proyectar una nueva era política en Japón. Después de ganar las elecciones del domingo pasado, el primer ministro prometió algo que ninguno de sus antecesores había mencionado como prioridad: reducir las desigualdades sociales. Un reto bastante ambicioso para una economía que lleva décadas intentando recobrar dinamismo y cuya deuda pública, el 250% del PBI, es la más alta del mundo.
El exbanquero de 64 años proviene de un linaje político originario de Hiroshima, la ciudad donde cayó la bomba atómica que mató entre cientos de miles a varios miembros de la familia, y a la que representa en el Parlamento desde 1993. Fue canciller de Shinzo Abe y pronto se convirtió en el favorito del Partido Liberal Democrático, que a finales de septiembre lo consagró su nuevo jefe. Gracias al sistema parlamentario, Kishida sucedió a Yoshihide Suga, que sobrevivió en el cargo por un año tras una gestión errática de la pandemia.
El primer ministro, revalidado por las urnas, enfrenta ahora unas expectativas demasiado altas. Para Guillermo Travieso, doctor en Economía por la Universidad Chuo de Tokio, “buena parte de la sociedad ha sufrido la desigualdad” en Japón. “Kishida tiene una tendencia un poco más a la izquierda dentro del PLD. Abe fue el que más enfrentó el tema del crecimiento, pero quienes más se favorecieron con sus reformas fueron las grandes empresas”, señala.
Kishida vivió de cerca la frustración de Abe, líder del PLD y primer ministro entre 2012 y 2020 que fracasó con sus abenomics, un paquete de “ajuste industrial, suavización de las regulaciones laborales, aumento impositivo al consumo personal y rebaja de las cargas de las empresas”. Las medidas no cumplieron sus objetivos ni revirtieron problemas estructurales como el envejecimiento poblacional. En el camino, el gobierno tuvo que lidiar con las muertes por suicidio y exceso de trabajo.
Las primeras medidas de Kishida incluyen una reforma impositiva, un programa para alentar el turismo interno y apoyo financiero a las pymes. “La pandemia dejó a muchos sin negocio, sin trabajo y sin ahorros. Una de las tareas del nuevo gobierno es recuperar a la clase media”, afirma Chie Ishida, antropóloga y profesora de la Universidad de Waseda.
“Kishida es un moderado. Ganó la interna a otro candidato que era demasiado liberal para el partido y ahora quiere demostrar que no será uno más de la línea de Abe. Pero dentro del Gabinete no todos comparten su visión de un plan económico realice una distribución más justa. Tampoco Kishida lo mencionó en la última campaña, quizás para no sonar como la oposición”, agregó.
Es que las políticas de Abe siguen teniendo seguidores en el PLD, una fuerza conservadora nacida en 1955 y que ha gobernado Japón salvo entre 1993 y 1994 y entre 2009 y 2012. Su vigencia, según Ishida, puede explicarse porque “en su momento dibujó la imagen de una sociedad japonesa de posguerra exitosa por el crecimiento económico”. Este predominio termina por desdibujar a los partidos opositores y vuelve cruciales las luchas de las distintas facciones del PLD, que es donde finalmente se decide el destino del país.
El primer ministro solo puede considerarse más progresista frente a Abe, por su ultranacionalismo y sus posturas revisionistas sobre la historial imperial de Japón. Como todos dentro del PLD, defiende un aumento del presupuesto para defensa. “En otros aspectos Kishida también sigue siendo conservador. No está de acuerdo con el matrimonio igualitario ni con la introducción de energías renovables”, apunta la académica.
En la COP26 de Glasgow Kishida hizo su primera presentación internacional, para prometer inversiones millonarias en Asia para erradicar las emisiones de carbono. La tercera economía mundial busca recuperar terreno más allá de sus fronteras. Travieso dice que Japón “disminuyó su papel en las exportaciones a Asia y en el PBI regional y mundial” aunque es un “protagonista silencioso” en la expansión económica del continente. “Cuando estalló de la burbuja en los 80, se hizo muy costoso producir en Japón y comenzó un proceso de inversiones directas en la región – sostiene-, fue un impulso al desarrollo y a la modernización de muchas de estas naciones”.
Japón mira con cautela los comportamientos de China, su principal socio comercial, y la influencia que viene ganando Corea del Sur con su crecimiento estable y su soft power, algo de lo que el archipiélago supo presumir en los ’80. Los dirigentes japoneses son conscientes de la condición insular y de sus pocos recursos, por lo que han desplegado una política de acercamiento en todos los continentes.
“Tiene que empezar a competir y ya no le sirve el enfoque de la inserción a través de los organismos multilaterales. Va hacia una política exterior enfocada en lo regional y en lo bilateral. Hace poco firmó un tratado de libre comercio con Reino Unido y otro con la UE, y busca aumentar la participación en la ASEAN y en el RCEP, donde está con China y Corea del Sur”, señala el economista. En esta cuestión, Kishida también pondrá a prueba su liderazgo.