Mauricio Macri se resiste al posmacrismo. En las otras tribus de la coalición Juntos por el Cambio, la que responde a Horacio Rodríguez Larreta, la que se agrupa alrededor de María Eugenia Vidal, en la UCR, y hasta en la fuerza de Elisa Carrió, circula la idea del posmacrismo desde que las PASO arrojaron una diferencia de casi 20 puntos a favor del binomio de Alberto Fernández y CFK.
El gobierno conducido por Macri fracasó en todos los frentes en los cuales se puede medir una gestión. Sin embargo, el oficialismo no va a sacar menos del 30% de los votos en las elecciones del 27 de octubre; lo más probable es que se ubique unos puntos por encima de ese tercio. ¿Quién liderará ese núcleo duro? Esa es la disputa después del 27 de octubre entre las distintas tribus de Cambiemos, si es que, y todo indica que así será, las urnas arrojan números parecidos a los del 11 de agosto.
La gira del «Sí, se puede» permite varias interpretaciones. Una de ellas, que circula por lo bajo como análisis en los campamentos de Juntos por el Cambio, es que Macri hace esta recorrida para posicionarse como jefe indiscutido de la futura oposición al gobierno peronista con la idea de volver. «Vamos a volver», dijo Jorge Macri días atrás en el canal del diario La Nación. La frase fue un extraño reconocimiento de lo irremontable de la elección, pero también de que el macrismo se imagina construyendo una mística similar a la del kirchnerismo luego de la derrota de 2015.
Hay un ejemplo de doble enroque fresco y cercano que inspira esta ilusión. Es lo que ocurrió en Chile con dos figuras políticas centrales de los últimos años, la expresidenta Michelle Bachelet y el actual mandatario de derecha Sebastián Piñera. En marzo de 2006, Bachelet, hija del general de brigada de la Fuerza Aérea Alberto Bachelet, detenido y asesinado por la dictadura de Pinochet por haberse opuesto al golpe de Estado que derrocó a Salvador Allende, se transformó en la primera mujer electa presidenta del país trasandidno. Chile no tiene reelección directa. Hay que dejar pasar un período, así que a pesar de la popularidad de la que gozaba, Bachelet no pudo ser candidata cuatro años después. La Concertación, coalición que gobernaba desde el final de la dictadura, perdió en 2010, básicamente por divisiones internas que fragmentaron su base electoral. El ganador fue el empresario multimillonario, dueño de Lan Chile, Sebastián Piñera. Su gobierno fue deslucido. Piñera terminó su mandato en 2014 con poco respaldo y Bachelet fue la candidata de la oposición y volvió a ganar. Las vueltas de la política, el definitivo colapso de la Concertación, denuncias de corrupción que afectaron a familiares directos de la entonces presidenta, y un período del que se esperaban una ampliación de derechos más intensa que la que se impulsó, lograron un nuevo enroque y, en 2018, Piñera volvió a la Casa de la Moneda a reemplazar a Bachelet que lo había sucedido cuatro años antes.
La comparación con la Argentina actual tiene muchísimas diferencias. Sin embargo, este proceso chileno alimenta la ilusión de la vuelta macrista, explicitada por el primo del presidente días atrás. La idea de que tendrán una segunda oportunidad para derrotar al peronismo y a CFK, como tuvo Piñera con Bachelet. Nada impide soñar, ni siquiera la realidad.«