El poder adquisitivo de las familias campesinas crianceras de Neuquén cayó drásticamente, atrapado en una cadena de intermediarios dominada por comerciantes privados e instituciones de capital mixto. Ya no se puede comprar lo mismo que el año pasado con la venta de un chivito.
Una bolsa de 25 kilos de harina es fundamental para el día a día en el campo. Con ella se elaboran tortas fritas, pan, fideos y sopones (comida típica campesina), entre otros alimentos. Hace un año, el valor que recibían las familias crianceras por un chivito era de 40.000 pesos, mientras que una bolsa de harina costaba 7.000 pesos. Con la venta podían comprar casi seis bolsas. Ahora, la bolsa de harina cuesta unos 25.000 pesos. Si el chivito se paga (en el mejor de los casos) 65.000 pesos, redondeando para arriba apenas se pueden comprar tres bolsas.
Esta comparación deja en claro cómo las familias crianceras han visto reducido su poder adquisitivo, mostrando las complejidades y desafíos que enfrentan en su vida diaria. Más allá de las cifras macroeconómicas, es necesario conocer una parte del trabajo que demanda la producción del chivo en el norte de Neuquén para confirmar que este modelo no valora el trabajo campesino.
Trabajo trashumante
La trashumancia es un rasgo cultural, productivo y económico característico del norte de esta provincia patagónica. Junto a esta práctica, la defensa de las tierras, de las aguadas y de los callejones de arreo son pilares fundamentales de la soberanía alimentaria en este territorio. Antonio “Tono” Vázquez es criancero campesino e histórico integrante del Movimiento Nacional Campesino Indígena Somos Tierra (MNC-ST) de Neuquén. Relata, con una calma que no se condice con la intensidad de sus tareas: “En otoño arrancamos el ciclo, ingresando los chivos reproductores al rodeo. Luego, pasamos el invierno protegiendo a los animales de la nieve, especialmente en la zona de la cordillera. Apartamos a las chivas preñadas. Y entonces comienza el ciclo de pariciones, que es un momento muy demandante”.
Quienes han tenido la oportunidad de participar, aunque sea de una de estas etapas, saben que la labor no es fácil. Es un trabajo que requiere dedicación, esfuerzo y un profundo amor por la tierra y por los animales.
“Cada zona tiene lo suyo”, continúa Vázquez. “Algunas demandan más cuidado debido a la presencia del puma o de los zorros, obligándonos a estar atentos todo el día. En otras áreas hay menos peligros y más vecinos cercanos, lo que permite que los animales pastoreen más libremente, tanto en la veranada, que se realiza en la zona alta de la cordillera, como en la invernada, en las zonas bajas”.
Esto es solo una pequeña parte, comparado con la labor de las familias que deben arrear sus animales de una zona a otra, viajando a pie y a caballo durante varias semanas.
Cristina Soto es una de las representantes de Huellas de Arreo, comisión creada para cogobernar y sostener los acuerdos que se lograron mediante la lucha campesina, ante el avance desmedido de los alambrados por parte de capitales privados. Ella arrea con su hermano, Víctor Alfonso Soto. En invierno va hacia la zona de la cordillera en busca de pastizales tiernos. “Arreamos los animales durante ocho días, a caballo y a pie. Me ha tocado hacer la mayor parte del camino a pie, buscando los chivitos que se desviaban del arreo”, comenta.
Las distancias recorridas son diversas. Hay quienes cuentan con zonas de veranada más cercanas a sus tierras de invernada, pero por lo general deben recorrer grandes distancias. Soto agrega: “Para llegar a la veranada tenemos que hacer 200 kilómetros. Es la distancia que separa los dos lugares donde producimos. Este año pudimos contar con una camioneta para subir algunos animales flacos o lastimados, pero al resto lo llevamos arreando. En algunos momentos nos toca ir por la ruta asfaltada, ya que han ido alambrando las huellas históricas que transitaban las familias arrieras”.
El trabajo permanente que llevan adelante las familias crianceras no se refleja en el precio final del chivito: todo ese esfuerzo, por lo general, es apropiado por las cortas pero robustas cadenas de especulación en el camino de comercialización.
Precio injusto
Los crianceros campesinos del norte de Neuquén están ubicados a unos 500 kilómetros de la capital provincial. Son 1.500 familias arrieras, con un promedio de 350 cabras cada una. La producción se destina al mercado local. Su principal compradora es la Corporación para el Desarrollo de la Cuenca del Curi Leuvú (Cordecc), una institución de capitales públicos y privados. Otro destino es la capital neuquina, donde la Carnicería Capriolo tiene aceitada la compra directa a las familias y la venta al público en sus comercios. Por último, en menor proporción, se vende de manera directa al público que se acerca a los campos o mediante intermediarios que venden de a dos o tres animales en la zona.
Las y los productores enfrentan serias dificultades al momento de fijar un precio común para el chivito. A fines de 2024, la Cordecc intentó pagar 50.000 pesos por cabeza, para venderlas a 100.000 en la capital provincial. Solo gracias a ofertas de la Cooperativa Campesina, que rondaron los 65.000 pesos, se logró establecer un precio mínimo más justo para los productores por un chivito de siete kilos antes de partir rumbo a la veranada.
Cuando vuelven de las zonas de veranada, el valor del chivito varía porque el animal regresa con más peso. Se inicia entonces un momento de negociación desigual que deben enfrentar las familias crianceras. En el caso de la producción caprina, es difícil tener un precio “establecido”. Vázquez compara: “Cada corte de carne de vaca, que es muy diferente en cuanto a la forma de producir, tiene un precio. Pero aquí se paga lo mismo por el chivo completo. Es muy difícil poner ahora un precio por el peso de los chivos porque en abril, cuando ya pastaron en veranada, puede ser distinto”.
Los chivos criollos del norte neuquino cuentan con la “denominación de origen”, insignia que señala un producto como originario de un determinado territorio, cuando la calidad u otras características del producto sean atribuibles a su origen geográfico. En este caso, la denominación de origen del chivo incluye a los departamentos Minas y Chos Malal y a parte de los departamentos Pehuenches, Ñorquín, Añelo y Loncopué.
Pero esta calificación tiene un perfil enfocado en las instituciones, como el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) o la Cordecc, más que en mejorar las ventas para las familias crianceras, que no se ven beneficiadas por este sello. La razón es que terminan vendiéndole a comerciantes que, al cargar los camiones, no pagan esta cualidad que destaca al chivito local. Sin embargo, en sus comercios sí agregan valor por ello, dejando al producto lejos del bolsillo de la gente, que debe buscar constantemente mejores precios. Este año, en carnicerías de la capital provincial, se pagó hasta 120.000 pesos por cada chivo.
Soberanía alimentaria
Hay términos como “soberanía alimentaria” que, más que palabras, son acciones, historias y luchas que les dieron origen. Hoy se usa este término desde ciertas áreas del Estado provincial para mostrar un brillo de progresismo, ocultando que en la cadena de especulación se encuentran ellos mismos. Y, en un rol natural de usura, la parte privada. De esta manera, queda sin protección el principal motor económico del norte neuquino.
Las familias crianceras trashumantes deben esperar cada año la propuesta de quienes tienen la sartén por el mango, y negociar en plena desventaja, con un Estado ausente que no fija precios para mejorar o al menos sostener el poder adquisitivo en la vida rural.
Neuquén pinta el norte provincial con los arreos y las familias crianceras, folclorizándolos, ofreciendo esa postal inigualable del “Alto Neuquén” como nueva denominación de la zona. Pero esta región queda desdibujada por la falta de apoyo y protección a quienes motorizan la economía y sostienen desde allí la soberanía alimentaria.
* Fuente: Agencia Tierra Viva