Hubo una vez una revista deslumbrante. Pero como tantas cosas innovadoras en la Argentina duró poco. El 7 de septiembre de 1984 (acaban de cumplirse 40 años) salió El Periodista de Buenos Aires, presentado como semanario de política, cultura e investigación. Lo tuvo todo. Un plantel de periodistas notables. Fíjense, si no: redacción a cargo de Carlos Gabetta y Carlos Alfieri, las contribuciones de Rogelio García Lupo, Tomás Eloy Martínez, María Ester Gilio, María Seoane, Claudia Acuña, Horacio Verbitsky, Luis Sicilia, entre tantos, y colaboradores como Osvaldo Bayer, Ricardo Piglia, Beatriz Sarlo, Eduardo Galeano y siguen las firmas.
Formato tabloide, diseño novedoso, portada hasta con ocho llamados de atención distintos, hasta el color y la textura del papel eran agradables.
A meses de la recuperación constitucional llegaba con dos compromisos: incondicional defensa del sistema democrático y protección irrestricta de los Derechos Humanos. Analítica, contestataria, crítica, generadora de debates que la libertad recuperada ahora permitía tener, la revista fue otra creación de la sabia mano de Andrés Cascioli, antes al frente de Satiricón, Chaupinela, Perdón y MAD. Con la amplia información sobre el juicio a las juntas militares alcanzó su récord de ventas, promediando los 85 mil ejemplares. En otras etapas reveló detalles de operaciones desestabilizadoras urdidas desde usinas de inteligencia, se metió con los casos de secuestros extorsivos de la época a cargo de mano de obra desocupada, sentó posición contra el Punto Final y otros temas calientes como las asonadas carapintadas, la de Aldo Rico de 1987 y la de Mohamed Alí Seineldín de 1988 (la tapa de esos días angustiantes fue Frente al poder militar, EL PUEBLAZO). Contó en detalles los vaivenes de la nueva moneda, el Austral, ofreció una mirada distinta sobre la visita del Papa y consiguió la primicia de los beneficiados por los créditos del Banco Hipotecario.
En el número ocho la revista incluyó un suplemento con una exclusiva que causó conmoción. Era una lista, originada en la recientemente constituida Comisión Nacional de Desaparición de Personas (CONADEP) que contenía los nombres de 1351 personas mencionadas como represores por quienes se presentaron a atestiguar en el organismo. La presencia en el memorial de quien en dictadura ocupara la nunciatura apostólica, el arzobispo Pío Laghi, despertó una furibunda reacción de la Iglesia. El gobierno se sintió profundamente afectado con el argumento de la fragilidad de la democracia. Incluso hubo sectores que consideraron que la publicación constituía “una maniobra de desestabilización”. En el número nueve la revista respaldó lo dicho: “No mentimos, no juzgamos: informamos”. Una respuesta inicial –las décadas pasan y algunas costumbres malas no cambian– fue el temporal retiro de la pauta publicitaria oficial.
El periodista que obtuvo el documento fue Luis Majul, en ese momento integrante del equipo de investigación a cargo de Carlos Ares. El vocero de Alfonsín increpó duramente al entonces joven periodista que le respondió así a José Ignacio López: “Pero, José Ignacio, vos también sos periodista. Ponete en mi lugar. Si lo tenías, ¿no lo hubieras publicado?”. Paradojas conspiranoicas de una Argentina siempre difícil de entender, el alfonsinismo en el poder consideraba a la revista abiertamente opositora; la izquierda la tildaba de oficialista; la derecha sostenía que era comunista y otros sectores la vinculaban a los intereses de la Coordinadora radical. Esas contradicciones hicieron mucho para que la revista iniciara su declinación hasta dejar de aparecer en mayo de 1989.
Poco antes había resignado el formato tabloide, cambio de papel y agregado de colores, pero nunca volvió a tener el vigor investigativo, la profundidad política y la iconoclastia de los primeros años. En la debacle también influyó la aparición en 1987 de Página 12. Varias de las firmas importantes de la revista emigraron hacia el diario dirigido por Jorge Lanata. En mayo de 1989 fue el propio Cascioli quien, aduciendo “circunstancias económicas adversas”, hizo pública la decisión del cierre. También señaló otros factores: «Alza desmesurada de los costos del papel; desabastecimiento de insumos básicos; demora exagerada en los pagos de publicidad oficial; obligación de pagos en dólares a proveedores», un lote de dificultades que hoy mismo siguen asolando al periodismo independiente. No ocultó otras contingencias negativas: “Exceso de personal, errores periodísticos y la industria del juicio, que nos devoró”. Esto ocurrió a solo una semana de las elecciones generales que ganó Carlos Menem. La última edición, el número 240, llevó como título principal la muy simbólica pregunta “¿A dónde vamos a parar?”. Aludía en buena parte a la desatada hiperinflación, pero también a cuál sería el significado del ascenso al poder de Carlos Menem. La respuesta ya la dio la historia de los 35 años pasados. Y sigue en el aire. «