La española Elvira Navarro compone en La trabajadora una historia atravesada por lo extraño y, por momentos, por lo delirante, para hacer foco en el tema de «la identidad» a partir de la enfermedad mental de dos mujeres que accidentalmente comparten un departamento, anclado en un barrio popular de Madrid, donde tendrán una convivencia incómoda e intrigante.
La novela tiene como protagonista a Elisa Núñez, que trabaja como correctora en una editorial, y vive en un pequeño departamento, al que llegará Susana, quien arriba a Madrid desde la ciudad holandesa de Utrech, luego de una ruptura con su novio Janssen, y cuya presencia será un misterio para Elisa. El libro se inicia con el extravagante relato de Susana, que le cuenta a Elisa una obsesión sexual que la llevó a contactarse con hombres y mujeres para satisfacer su deseo de mantener sexo oral durante su período menstrual, en días de luna llena, un episodio que para Navarro configura «un elemento más para hablar de la desviación de la norma». Este rasgo, que roza lo marginal y lo atípico, marca el tenor de muchos de los episodios de esta novela, en los que desborda la imaginación y que a veces llega de la mano de climas asfixiantes.
La novela, editada por Random House, aborda además el tema de la precariedad laboral en el personaje de Elisa, que narra el retraso en el pago de las colaboraciones que hace a la editorial y la obligada mudanza a un departamento más pequeño. La ciudad, una constante en la literatura de esta autora nacida en Huelva en 1978, también está presente en La trabajadora. En este sentido, la escritora, en diálogo con Télam, afirmó: «El paisaje urbano siempre ha puesto en marcha mi escritura por lo que connota».
– ¿Por qué decidiste abordar una historia con personajes atravesados por una afección psiquiátrica?
– No fue una decisión, sino un viraje inesperado, un impulso de escritura, un encuentro. En mi caso la escritura tiene que ver más con la intuición que con un plan. Supongo, de todos modos, que trataba de abrirse paso en La trabajadora uno de los temas que han estado presentes desde que escribo en todos mis libros: la identidad. Los trastornos mentales son un gran laboratorio para este asunto.
– ¿La historia roza algún aspecto de tu vida personal?
- La historia parte de un texto que escribí en 2003, cuando compartía piso en el barrio madrileño de Carabanchel y estaba buscando trabajo. Guardé el texto con la sensación de que más adelante lo retomaría. Años después, cuando trabajaba como correctora externa para editoriales, estuvieron seis meses sin pagarme, y ahí la idea de una novela sobre la precariedad se hizo fuerte.
- Los personajes son seres extraños y llevan adelante conductas arriesgadas, especialmente Susana, ¿Qué te permite eso literariamente?
– Varias cosas: una de ellas es explorar el tema de la identidad. Y otra es no transitar por lo consabido.
– ¿Por qué te interesó hablar de la identidad?
- No me lo propongo, sino que mis libros siempre recalan en ese tema, supongo que por no ser capaz de resolver ese conflicto, ni siquiera en términos de lenguaje directo, consciente. Recorro lo que es oscuro para mí.
- La sexualidad es uno de los temas que está presente en la novela, ¿a partir de qué situación surgió la idea de esa rara forma de juego sexual que busca Susana?
– No sé a partir de qué situación surge. Pero, en todo caso, esa sexualidad es un motivo secundario que depende del tema fundamental: la locura y la identidad. La práctica sexual extraña es un elemento más para hablar de la desviación de la norma.
– La forma en que se cuenta la convivencia de estas dos mujeres es uno de los grandes logros de la historia, uno parece estar mirando siempre por el ojo de la cerradura. ¿Fue uno de los desafíos más importantes al momento de escribir?
– No me fue especialmente difícil, o no más difícil que lograr lo que siempre busco cuando escribo: acercarme a una verdad experiencial propia. Que la escritura no traicione eso. He compartido piso durante años. El otro es siempre un espejo, y cuando convives con desconocidos, el espejo funciona de manera inquietante en la medida en que nos resistimos a reconocernos en ese otro que nos parece tan ajeno.
– El recorrido de los personajes por la ciudad aparece fuertemente en la novela. ¿Por qué te interesó particularmente que estuviera presente en el libro?
– La ciudad funciona como una metáfora del estado de la protagonista, que vaga por su barrio como si este fuera un monstruo. Por otra parte, es un tema que siempre ha estado ahí. Mi primer libro se titula La ciudad en invierno, y tengo un blog donde hasta hace poco he hablado de los barrios de Madrid y muchas de las cosas que escribo proceden de paseos. El paisaje urbano siempre ha puesto en marcha mi escritura por lo que connota, porque permite fabular.
– La enfermedad y la soledad de los personajes que parecen no poder anclar en un sitio, en una carrera o profesión, ¿responden a un clima de época?
- Responde a este momento, aunque no se origina en él. El libro surge de un texto corto que escribí en pleno boom inmobiliario, y que titulé La trabajadora.En aquella época yo había visto desvanecerse mi horizonte de expectativas de clase media al constatar ya no solo la dificultad de encontrar un empleo en un momento en el que los medios de comunicación y el presidente Aznar cacareaban aquello de «España va bien», sino también el desfase que había entre lo que la economía española necesitaba de sus titulados (y lo que necesitaban eran básicamente ingenieros para el negocio del ladrillo) y lo que yo había estudiado, que es Filosofía.