Hace tres años, en octubre de 2018, las noticias sobre la selección comenzaron a incluir el nombre de Rodrigo De Paul. No había hasta entonces ninguna vinculación -más que la del deseo unilateral, el de él- entre el señor de los tatuajes y ese colectivo que nos atormentaba por la salida a cascotazos de Rusia y el comienzo del final de una generación. La primera convocatoria de De Paul a la selección fue parte de la segunda lista que tuvo que armar Lionel Scaloni, que todavía no era planta permanente en el cargo sino apenas una emergencia en debate y con futuro incierto. Que De Paul haya figurado en esa segunda lista como nombre sorpresa y haya jugado por primera vez en su vida para la Argentina en un amistoso contra Irak -en Riad, Arabia Saudita- quizá ponga a ese octubre en el principio de todo, los orígenes del equipo que excita a un país. De Paul es un scalonetista fundacional.
Este octubre de 2021, este mes, también le pertenece a De Paul. Los tres partidos de la selección confirmaron que en su cuerpo vive el equipo, su juego y espíritu. En el ingenio de las redes sociales, Twitter como la mejor de todas, alguien hizo circular fotos de los jugadores de la Argentina en situación de descanso y en las que De Paul siempre está al lado de Lionel Messi, como su sombra, su guardia, también como su enamorado. Ahí va Messi, ahí está De Paul. Hay un meme que se repite en la misma línea: lo que desee Messi será cumplido de manera inmediata por De Paul. Puesto así, más que un compañero, De Paul parece un acompañante terapéutico del crack. Pero no.
Messi es el soberano del equipo, su propio gobierno. De Paul es quien ejerce el liderazgo de los normales, que ya empiezan a tener otro peso, son campeones. De Paul es un jefe de gabinete. Después de dar el salto desde el Club Social y Deportivo Belgrano de Sarandí hasta el Predio Tita, la incubadora de futbolistas de Racing, De Paul hizo todo el caminito de la aspiración jugadorista: llegó a la Primera de Racing, jugó un tiempo y voló a Europa. Primero al Valencia, le costó, volvió unos meses a Racing, y luego al Udinese, el lugar que lo hizo entrar en el radar de Scaloni. De Paul fue llenando en ese recorrido su caja de herramientas como futbolista. La usa en la selección y ahora se la lleva al Atlético de Madrid.
Genera espacios, gambetea, se asocia en el toque corto, recupera pelotas -también las pierde-, llega al gol y rearma -o arma, desde la nada- con lanzamientos largos, una precisión que el equipo disfrutó en la final de la Copa América, en el Maracaná, cuando apretó el botón hacia Di María antes del gol. Hay que ver el partido contra Uruguay, cuando Dibu Martínez le da el pase con su brazo supersónico y De Paul controla con la derecha, su pierna, y estira la pelota como con un GPS, lo habilita a Giovani Lo Celso, que no haría el gol por un travesaño. O hay que ver los cambios de frente contra Perú, sobre todo a Di María, esa limpieza del territorio cuando todo parece sucio.
Así como el mediocentro determina el juego del equipo, y Leandro Paredes es el que le pone el sello a esta selección, De Paul es la correa de transmisión, el que da la potencia. Ahí manda. Fue la figura de la final de la Copa América, pero los partidos de eliminatorias le entregaron a su jefatura otro volumen político, como se repite tanto ahora. De Paul pudo escuchar el Rodrigo, Rodrigo en las tribunas. Su apellido simboliza esta época de la selección.
La selección de Scaloni no funciona solo por un asunto de vínculos internos, de llevarse bien, contestarse los posteos en Instagram, toda la cuestión del grupo. Funciona porque tiene método, idea y jugadores que ejecutan, siempre con buenas alternativas. El entusiasmo que genera en los fanáticos está en lo que devuelve en la cancha, su fútbol de ofensiva, sostenido bajo ese pilar indestructible que son los buenos resultados. Este equipo es un equipo liberado, ya campeón, y así es más placentero el vuelo a Qatar, su norte, para el que todavía falta mucho.
«El fútbol es mucho de sensaciones, de imaginación, no es ajedrez», dice Aimar, entrenador de la Sub 17 y asistente de Scaloni, en una charla que se repite mucho. De Paul es parte de la imaginación al poder en la selección. No fueron -solo- los mates a Messi en los primeros días de concentración, las partidas de truco, fue su juego complementando a Messi, a Lo Celso, a Paredes. Son los tiempos de no intentar hacer todo, de no desperfilarse, de hacer lo que hace bien. La historia tiene sólo tres años. Empezó cuando se creía que no había nada. Y cuando no había nada, estaba De Paul.