“Mi primer recuerdo del Nunca Más es algo imborrable. Yo había tenido a mi primer hijo en el año 2005 y dedicaba muchas horas a amamantar. Mientras, leía casos de torturas que incluían a bebés. Al mismo tiempo que daba el pecho pensaba en las madres que no pudieron ni siquiera abrazar a sus hijos cuando dieron a luz, porque se los sacaron. Daba la teta y lloraba. Y pensaba en la cantidad de mujeres que pasaron por la maternidad clandestina de Campo de Mayo, donde mi padre hacía los partos. Sentía un dolor agudo y mientras lo digo se me reproduce, porque me dejó marcada. Tomé real conciencia a través de lo que pude leer en el libro de la magnitud del genocidio y de los delitos que había cometido mi padre”.

Quien lo dice es Erika Lederer, militante por los Derechos Humanos e hija de Ricardo Lederer, segundo jefe de la maternidad clandestina que funcionó en Campo de Mayo durante la última dictadura. Dejó la casa familiar en 2001. Compró el Nunca Más en 2003: la sexta edición de Eudeba. Lo leyó en 2005, por partes. “Creo que es un libro que lo podés leer como Rayuela, de Cortázar. Empieces por donde empieces y sigas por donde sigas vas a encontrar el hilvanado de lo que fue un plan sistemático de exterminio”. Su relato muestra el impacto del informe de la Conadep en un sector particular de la población: el de hijos e hijas de represores que decidieron desobedecer el mandato familiar a costa de información y militancia.

“En la edición que tengo está en la página 311”, indica de memoria. Ahí se hace referencia al represor a cargo de aquella maternidad clandestina y a “un médico nuevo, militar, que apareció hacia 1978 y apodaban ‘El Loco’, con pretensiones de depurar la raza. Ese era mi viejo”. Para ella, leer esas líneas en el Nunca Más “fue una feroz y cruel confirmación. Ya no era intentar discutir con mi viejo. Era un dato concreto de un estudio hecho con todos los recaudos que tomó la Conadep de la participación activa de mi padre en el genocidio argentino”.

“Ahora somos un montón”

Pablo Verna tenía 11 años en 1984. Recuerda de esa época la “efervescencia por la democracia recuperada” en la tele y en la escuela. En su casa, en cambio, había “expresiones apasionadas en contra de lo que pasaba”. Su primer recuerdo del Nunca Más no está fechado, pero está vinculado a ese choque de realidades en el hogar y en el afuera: “Cuando empiezan mis preguntas, que empiezan a incomodar a mi padre y a mi madre, él dijo ‘no estoy nombrado en el Nunca Más’.”

Pablo cree que el libro estuvo en su casa familiar, que su madre le dijo que era prestado y lo devolvió. No está seguro. Sí sabe que en 2007 se compró su propio ejemplar. En la librería de la facultad donde estudiaba abogacía. “Lo leí entero. Me sorprendió el altísimo nivel del trabajo, lo impactante de los testimonios”, cuenta.

Las preguntas de Pablo siguieron hasta 2013, cuando después de años de negaciones su padre, Alejandro Verna, excapitán y médico anestesista en Campo de Mayo, admitió que había participado de los vuelos de la muerte inyectando tranquilizantes a las víctimas. Así lo alegó el hijo este año ante el Tribunal Oral Federal 6 de la Ciudad de Buenos Aires, en el tercer tramo de la causa “Puente 12”. Lo hizo como miembro de un equipo letrado de derechos humanos. Fue inédito.

Pablo forma parte de Asamblea Desobediente, una de las dos agrupaciones –junto con Historias Desobedientes- de hijas, hijos y familiares de genocidas que militan por los Derechos Humanos. “También hay muchos compañeros y compañeras que no están en estas organizaciones pero están muy comprometidos con la memoria, la verdad y la justicia. Compartimos esta militancia, este Nunca Más desde el lugar particular que nos toca. Antes creo que todas y todos nos sentíamos una especie de caso único. Ahora somos un montón”.

“El libro me quemaba en las manos”

“Tengo como una historia de negación con el Nunca Más”, se presenta Leonardo Miranda, integrante de Historias Desobedientes e hijo de Ricardo Benjamín Miranda Genaro, jefe del Departamento 2 de Informaciones de Mendoza, condenado a prisión perpetua por crímenes de lesa humanidad en 2013.

Para dar cuenta de esa negación, Leonardo cuenta que nació en 1970 y creció en una casa policial, en un barrio policial, con amigos del club del ámbito policial. “Los registros que acumulé tenían que ver con que yo estaba del lado de los buenos: de los policías y de los militares”. Cuando tenía 14 o 15 años, un amigo de familia alfonsinista le preguntó si su padre –con cargo alto en la Policía- no tendría algo que ver con los crímenes de la dictadura. A él le parecía imposible.

“Ya en la facultad, estaba en el centro de estudiantes y había recibido mucha información. En mi juicio propio ya tenía una valoración absolutamente negativa de todo lo que habían hecho los militares –no los policías-. Mi militancia estaba vinculada a los Derechos Humanos, pero el libro Nunca Más me quedaba lejos”, describe.

Hasta que el año 2010 lo encontró siendo presidente de una biblioteca popular en un pueblo al norte de Mendoza. “Ahí estaba el Nunca Más. Ahí lo tuve por primera vez en mis manos. Armé una sección especial dentro de la biblioteca con todos los libros vinculados a la dictadura. El libro me seguía produciendo algún rechazo, esa negación interna que yo tenía. Pero ahí en la biblioteca me dije ‘che, cuántas veces vas a tocar este libro sin abrirlo’. Y lo empecé a leer”.

No lo leyó de corrido ni completo. Pero le alcanzó. “Por primera vez los relatos me pasaron por el cuerpo. Me hicieron vibrar. Capaz que era la misma información que yo tenía –torturas, desapariciones, robo de bebés- pero leerlos en primera persona, con nombre y apellido, con número de expediente, con ese testimonio tan genuino, me conmovió y me pegó de otra manera”.

“Era como que me quemaba en las manos. No me hacía bien. Me explotaban todas las contradicciones con el libro en la mano”, relata Leonardo. Después del Nunca Más, el siguiente cimbronazo lo produjo la sentencia a prisión perpetua a su padre. “Ahí comenzó otra historia en mi vida: la negación ya era imposible. Había un padre enjuiciado, condenado y en la cárcel (…) Un buen padre, muy amoroso, muy presente. Y sin embargo era un padre condenado por delitos de lesa humanidad. Era la misma persona, las dos cosas. Aprendí que eso es posible”.

“Hoy vuelve a ser un texto base”

Analía Kalinec no leyó el Nunca Más. “Las veces que lo intenté me daba escalofríos pensar en toda esa historia y no poder evitar vincular los hechos: el secuestro fue tal día y al otro día nacía mi hermano; hacían tal cosa y mi mamá ya estaba embarazada de mí. Pensaba dónde estaba yo cuando pasaba eso”. Nació en 1979 y le llevó un cuarto de siglo enterarse que su padre, Eduardo Kalinec, era un genocida conocido como el «Doctor K», que actuó en los centros clandestinos Atlético, Banco y Olimpo. Como miembro de Historias Desobedientes, ella lo puso en palabras en el libro Llevaré su nombre.

“El primer recuerdo vívido del Nunca Más fue cuando leo el auto de elevación a juicio a mi padre y ahí se citan los relatos que se toman de esa primera recopilación de testimonios de sobrevivientes”, cuenta. Aunque no consiguió leerlo, se sigue topando con el informe y lo que representa. Ahora, desde el curso de Negacionismo y Derechos Humanos, mientras estudia Derecho. “El negacionismo es parte del genocidio como práctica social -en términos conceptuales, citando a Daniel Feierstein- tiene que ver con generar una matriz. El objetivo de la práctica social genocida no es tanto esas muertes y desapariciones, sino los que quedamos. Sin sus construcciones sociales, adoctrinados, temerosos, instalados en la lógica del miedo y no te metas. Es lo que buscaban”.

Javier Vaca -hijo de Omar Jesús Vaca, suboficial del Ejército, integrante del Destacamento de Inteligencia del ex Batallón 121 en Rosario, entre 1970 y 1978- se enteró de la existencia del Nunca Más por los medios. Lo tuvo por primera vez en sus manos cuando empezó a estudiar Ciencias Políticas en la Universidad de Rosario, a fines de los ’80. No era un material de lectura obligatoria. “Era un libro que rondaba a las agrupaciones políticas y se leía en la casa de algún compañero militante. Yo no lo tenía”.

No lo leyó entero, solo por partes. Lo impactó. Pero nunca se compró un ejemplar propio. “Debería”, piensa, y destaca que vio muchos Nunca Más en la marcha universitaria de abril, contra el desfinanciamiento del gobierno de Javier Milei. “Hoy vuelve a ser imprescindible leerlo e interpretarlo. Hoy más que nunca tiene que estar de fácil y libre acceso. Que pueda ser leído por muchos, porque evidentemente el negacionismo está muy fuerte. Hoy vuelve a ser un texto base”.