Ahora sí, después de las guerras provocadas y sostenidas en todo el mundo, en todos los tiempos, Estados Unidos admitió, al fin, que algo más del 60% de la asistencia militar otorgada a Ucrania hasta la última semana de noviembre, estuvo destinada a fortalecer la “base industrial de defensa”. Sin eufemismos, a fortalecer a los monstruos que fabrican los más sofisticados equipos para matar, a mantener y robustecer los negocios de un selecto grupo de empresas privadas.
“Que las guerras son un formidable negocio para las industrias militares no es ninguna noticia. Veamos que las cinco más grandes contratistas militares del país no existirían sin el flujo constante de financiamiento desde el Pentágono”, sintetizó el Instituto Quincy, un centro de investigaciones militares financiado por George Soros.
Los cinco gigantes que, según Quincy, viven y crecen gracias a la gran y generosa teta del Estado (el Pentágono en este caso) son Lockheed Martin, Raytheon, Boeing, General Dynamics y Northrop Grumman. “Se trata de empresas estrictamente capitalistas en el sentido más tradicional”, señaló el último informe público del Instituto, donde la Lockheed Martin aparece citada como el ejemplo más contundente: el 73% de sus ingresos proviene de las ventas al gobierno, dice. La admisión de lo inocultable surgió después de que la semana pasada los republicanos del Congreso hicieran naufragar un nuevo pedido de 106 mil millones de dólares (50 mil millones en contratos militares), formulado por la Casa Blanca para seguir alimentando la voracidad bélica de Ucrania e Israel.
Las tareas de lobby para “sensibilizar” a los republicanos movilizaron a todos los niveles del gobierno, desde la directora de la Oficina de Presupuesto de la Presidencia, Shalanda Young, hasta el asesor de Seguridad Nacional, Jake Sullivan, y el mismísimo presidente Joe Biden. Young valoró el rol de la industria de la defensa: “Recibe la mayor parte de los fondos para fabricar más equipos, más armas, más municiones, lo que significa la creación de puestos de trabajo estadounidenses bien remunerados”. Sullivan apuntó en la misma dirección: “Veamos –dijo sin ruborizarse–, Ucrania revitalizó nuestra base industrial de defensa y amplió la creación de empleos bien remunerados”.
Biden redondeó los dichos de sus funcionarios y –al fin es el presidente– apeló a un tono didáctico, casi de escuela primaria, para referirse a la industria como generadora de empleo. Así de simple fue: “Enviamos a Ucrania equipos de nuestros arsenales. Y cuando usamos el dinero aprobado por el Congreso lo hacemos para robustecer nuevamente nuestras reservas con nuevos equipos, equipos que defienden a Estados Unidos y están hechos en Estados Unidos”. Y colorín, colorado…
Y no sólo es la guerra en Ucrania. Según el The Wall Street Journal, todas las acciones de defensa se benefician de la guerra. En los dos últimos meses, mientras los jóvenes ucranianos caían como moscas en el escenario bélico, “las acciones de las fábricas de armas superaban largamente el desempeño del índice 500 de Standard & Poor’s”. Nada menos, se trata del índice bursátil más importante de Estados Unidos.
Pero los buenos negocios no se quedan sólo en eso, ni sólo en el sector privado. El diario The Washington Post, un buen vocero del establishment de la gran potencia, denunció a fines de noviembre que el Pentágono se burla de las sanciones impuestas a Rusia por la Casa Blanca y sus aliados de la Otán y de la UE. Pese al embargo, dijo, sigue comprando derivados rusos del petróleo. Llegan a Estados Unidos a través de la refinería Motor Oil Hellas, en la costa del mar Egeo, un proveedor clave de la defensa norteamericana. Según el diario, el crudo va a Grecia desde puertos del mar Negro, a través de una instalación de almacenamiento en Turquía. Esta ruta difícil ayuda a ocultar el origen de los productos ya que cambian de mano varias veces antes de llegar a Grecia.
Las malas prácticas golpean a los propios aliados. Mientras Estados Unidos se asegura los suministros a buen precio, los socios de la Otán y la UE pagan más por el gas, vital para movilizar a su industria y calefaccionarse cuando comienza el invierno. Fuentes europeas dijeron que Alemania redujo sus importaciones de gas en 2,5 veces en enero-octubre de 2023 comparado con 2021. Pero resultó que el costo por dicho volumen menor se mantuvo a igual nivel debido al aumento de precios del combustible por el rechazo de suministros de gas ruso. Pese al desplome de las importaciones, Alemania gastó más o menos lo mismo que hace dos años. Desde 2022, Estados Unidos suministró a la UE gas natural licuado por casi 72.660 millones de dólares, unos 56.800 millones más que en 2022.
No son pocos los que, entre los aliados europeos y los amigos internos, empiezan a preguntarse insistentemente cuánto del dinero en danza se va a las manos de los contratistas del Pentágono. Se trata del tan mentado dinero de los contribuyentes, esas sumas siderales de las que se habla cuando se trata de planes sociales, de lo destinado a la asistencia en salud pública.
“La política industrial de Estados Unidos se enfoca en gran medida sobre las armas”, sostiene William Hartung, investigador jefe del Instituto Quincy, quien estima que a lo largo de la última década el gobierno ha otorgado aproximadamente 4 billones de dólares a los contratistas militares, mientras Biden se comprometió a invertir en el mismo lapso apenas 370 mil millones para abordar el cambio climático.