Felipe Bautista Klir tiene 18 años y ganó, por segunda vez, una medalla de plata en la Olimpíada Internacional de Matemáticas. El año pasado, en Japón. Este año, en Inglaterra. Como estudiante del último año del Instituto Libre de Segunda Enseñanza (ILSE) de la Ciudad de Buenos Aires, la edición 2024 representó su última oportunidad de participar. Estuvo a punto de perdérsela: el no financiamiento del viaje por parte del Senado –que solventaba los pasajes desde hacía décadas- puso en riesgo la posibilidad de llegar. Una colecta solidaria le permitió hacerlo.
“La medalla representa un reconocimiento a todo el esfuerzo que he puesto en esto desde que arranqué en la olimpíada en quinto grado, y sobre todo desde que arranqué en el ILSE en primer año. Para el país creo que es un ejemplo más de que podría haber muchos argentinos compitiendo en un alto nivel internacional, en el rubro que fuere, si recibieran el acompañamiento necesario. Ni que hablar de todo el apoyo que recibimos de la gente con donaciones para que el viaje fuera posible este año”, dice el joven en diálogo con Tiempo.
Después de esta última prueba, planea colaborar con quienes quieran participar de las olimpíadas matemáticas desde Argentina. Y seguir sus estudios en la universidad pública: Licenciatura en Matemáticas y Ciencia de Datos en la UBA. “A mediano plazo iré viendo si apunto más para un lado o para el otro, e ir aprendiendo cómo es la salida laboral de cada una. A largo plazo me interesa bastante trabajar con algo de IA”, proyecta.
Sin apoyo, imposible
Klir fue uno de los seis jóvenes argentinos que –colecta mediante- logró viajar a la edición número 65 de la Olimpíada Internacional de Matemáticas. El grupo volvió con cuatro medallas (una de plata y tres de bronce) y una mención de honor.
“No creo haber tenido un don especial, sino que fue una combinación de todo el esfuerzo que puse, más el acompañamiento de mi familia, la comunidad olímpica matemática en su totalidad, los profesores organizadores que invierten mucho tiempo de su vida en esto, así como otros ex olímpicos que siguen colaborando y tratan de enseñarnos y ayudarnos a prepararnos”, agradece. También menciona a sus docentes habituales, “con la mejor predisposición para que pueda llevar al mismo ritmo la olimpíada con el colegio”.
Para Patricia Fauring, responsable del equipo argentino, profesora consulta del CBC de la UBA y ganadora del premio internacional Paul Erdős por su desempeño en el entrenamiento de estudiantes para este certamen, “el objetivo de la olimpíada, aparte de impulsar la matemática, es detectar a los chicos con habilidades. Porque la historia de la humanidad prueba que la gente así puede ser útil a la comunidad”.
Desde 1989 y hasta este año, la Cámara Alta financiaba la participación argentina en este certamen científico a través de las resoluciones DR 405/89 y la complementaria DR682/99, que mediante el otorgamiento de un “Premio a las Ciencias Matemáticas” permitían el viaje de estudiantes locales a la competencia internacional. En esta ocasión la titular del Senado, Victoria Villarruel “contestó por nota, muy amable, que no hay plata. No sé si conoce de qué se trata esto”, dijo Fauring.
“Por suerte tuvimos mucho apoyo de la gente, más del que esperábamos. Fue una emoción muy grande saber que iba a ser posible viajar este año”, señala Klir. Y acota: “Lamentablemente en Argentina el poder adquisitivo está tan bajo que para una familia de clase media o media baja resulta una inversión increíblemente grande comprar un pasaje a Londres ida y vuelta”. Sin apoyo, imposible.
Las Olimpíadas y el camino a la presea
Mientras se difundía la colecta que finalmente posibilitó el viaje, Fauring decía a este medio que las Olimpíadas Internacionales de Matemáticas constituyen “la más importante del planeta –para esta disciplina- Es una competencia súper prestigiosa y tiene una historia gloriosa porque muchos de los medallistas Fields –considerado como un Premio Nobel de las Matemáticas- son chicos que antes ganaron en estas olimpíadas”.
Ya de regreso al país y con una nueva medalla de plata en su haber, Klir relata cómo fue la contienda. “Son dos pruebas en dos días, cada una con tres problemas, y duran cuatro horas y media. En promedio son 90 minutos para cada problema: un partido de fútbol cada uno”, compara.
Los problemas, aclara, son muy distintos a los que suelen resolverse en la escuela. “Son problemas largos, que apuntan a que tengas que descifrar cuál es la lógica que los resuelve. Por eso demandan tanto tiempo. A veces cuatro horas y media no es suficiente. La dificultad pasa porque no existe una fórmula o teoría que asegure resolver todos los problemas, sino que para ser un buen olímpico hay que aprender a resolver a partir de pura lógica y saber descifrar lo que cada problema esconde”.
Cada problema vale entre cero y siete puntos. Klir resolvió tres problemas completos y obtuvo cinco puntos en el segundo ítem del día dos. En total, 26 puntos que se tradujeron en una medalla de plata.
La esencia del desafío, cuenta, se notó durante el segundo problema del segundo día de pruebas. “Terminaba teniendo una solución simple, pero hubo muchos chicos –y de los países mejor posicionados- que no lo pudieron hacer porque perdieron tiempo tratando de encontrar si había algo más complejo. Por ahí pasa la dificultad: por discernir qué es lo que el problema pide, más allá de la formación teórica que uno pueda tener. No pasa solo por estudiar y estudiar matemáticas, sin por distinguir en qué momento usar tal o cual cosa”. El que sabe, sabe.