A Rodrigo Aliendro le preguntan cuál es su referente como mediocampista. Estamos en la cuarentena estricta de 2020, en plena pandemia de coronavirus. Detrás de la pantalla, en un Zoom con la Fundación Unión Internacional de Jóvenes de Santiago del Estero, en una charla con la fortaleza mental y el desarrollo intelectual como ejes, Aliendro, la barba de entrecasa, responde: “Me gusta mucho Nacho Fernández. Lo viví como rival, tiene una técnica y una dinámica bárbara. Es un jugador que ha crecido un montón. Y a Nacho Fernández le pasó algo parecido a mí. Él estaba en Gimnasia La Plata, no lo iban a tener en cuenta y se fue a Temperley, a la B Metropolitana. Y la rompió. Después volvió a Gimnasia y la rompió. Y después se fue a River. Él también tuvo que bajar un escalón para después subir. Es uno de los mejores jugadores de Argentina”. Dos años más tarde, Aliendro, que bajó en sus inicios hasta la C, anteúltima categoría del fútbol argentino, podrá debutar esta noche en River, cuando juegue ante Vélez por la ida de los octavos de final de la Copa Libertadores en el Amalfitani.
En la cuarentena de 2020, Aliendro charlaba con los jóvenes desde su casa en Merlo, ocho estaciones del tren Sarmiento hacia el oeste de Liniers. Todavía no había salido campeón de la Copa de la Liga con Colón después de perder la final de la Copa Sudamericana 2019 y otra, la de la Copa Argentina 2017, con Atlético Tucumán ante River. La referencia geográfica no es antojadiza: de Merlo también es Marcelo Gallardo, hoy su entrenador. Cuentan que pesó el barrio en el ida y vuelta entre Gallardo y Aliendro, pretendido también por Independiente y Boca. Rodri, el Peti o el Negro -como lo conocen en el Conurbano oeste- aún frecuenta las canchitas, pero para ver a su hermano mayor. Aliendro jugó en “La Guardia Imperial” y “Pinturas El Goyo”, recordados en el tradicional torneo Papi del Club Cucullú de San Andrés de Giles, al que llegan equipos de diferentes localidades. “Cuando era más chico jugaba mano a mano o campeonatos por plata en varios lados de Buenos Aires -contó a Olé en 2019-. Gracias a Dios nunca me pasó nada. Eran duros pero a su vez también eran lindos porque se ponían picantes”.
De algún modo, los torneos por dinero lo formaron más que los clubes. Aliendro nunca fue titular en las inferiores. Ni en Argentinos Juniors ni en Chacarita, a donde llegó a los 17 años después de que lo dejaran libre. En la mayoría de las semanas llegaba el viernes, el entrenador daba la lista, y no aparecía entre los citados para el fin de semana. Volvía del predio de Chacarita en San Andrés hasta Merlo. Tres colectivos después, abría la puerta de la casa. “No, no me citaron”, le decía a la madre. “Bueno, no pasa nada, el finde que viene”, le respondía. A los 18, en la Quinta División, recién jugó un puñado de partidos. Un mes antes de cumplir los 21 años, edad límite del primer contrato, debutó en Primera. Fue en 2012. Chacarita descendió a la B Metropolitana y Aliendro dejó el club porque cambió el técnico y no lo tuvo en cuenta. “No sabía qué hacer, no tenía respuestas”. Se probó en otros clubes de la B Metro, la tercera categoría. Nada. Y ahí bajó a la C: en la temporada 2013/2014 jugó a préstamo en Ituzaingó. Hundido, volvió a salir a la superficie. Como el sueldo no alcanzaba, entre ayudas al padre, repartió pizzas y empanadas por Merlo: era delivery. Ituzaingó descendió en la última fecha a la D, pero Aliendro se destacó en el equipo. Volvió a Chacarita, se asentó en la B Nacional y saltó a Primera, a Atlético Tucumán en 2016.
Aliendro había debutado el 14 de marzo de 2012. Chacarita enfrentaba por los dieciseisavos de final de la Copa Argentina a San Lorenzo en Salta. Entró cuando faltaban siete minutos para el final. Empataban 1-1. Fueron a penales. Pablo Miglore le atajó el penal, una definición suave a un palo. San Lorenzo eliminó a Chacarita. “Era un momento de felicidad pero sentía muchos nervios de mandarme una cagada y arruinar el momento más feliz de mi vida”, dijo en el invierno de 2020 en aquel Zoom, una de las pocas apariciones ante las cámaras. “Era feliz, empatamos, erré el penal y quedamos afuera. Lloré en la cancha como si estuviera encerrado en mi pieza, lloré en el avión de vuelta, lloré en mi casa. Después me puse a pensar que quizá me pasó por algo. Después patee otros penales con otra decisión. Hoy trato de entrar a la cancha y disfrutar, aunque es difícil porque en el fútbol se disfruta muy poco, hay mucha tensión, mucho ‘ganar, ganar, ganar’”. Aliendro juega ahora en el River de Gallardo. Es la más alta exigencia de su carrera.