Con la Resolución 10/2025, el Gobierno nacional avanzó (una vez más) sobre el sector científico y universitario. Apoyado en los medios afines de siempre, vendió la medida como un ajuste hacia «piqueteros» por supuestos convenios con ese tipo de asociaciones, que en realidad son ínfimos, casi inexistentes, en el mapa científico nacional. Lo que sí existen son numerosos fondos y alianzas con organizaciones nacionales e internacionales, instituciones del sector y otras jurisdicciones, que se van a perder a causa de la flamante decisión del Ejecutivo: cortar las investigaciones que no estén «al servicio del crecimiento económico y desarrollo estratégico del país».

«Resulta imperioso que la evaluación de los programas se realice verificando su correlato con el Plan Estratégico definido para el 2024-2025, el cual tiene su eje en la redefinición y reorientación de las estructuras institucionales y sistemas de evaluación relacionados con la gestión del conocimiento y la promoción de la ciencia y la tecnología, con una política orientada a la generación de conocimiento y el desarrollo de tecnologías al servicio del crecimiento económico y desarrollo estratégico del país, con asiento en las temáticas de agroindustria, energía y minería, economía del conocimiento y la innovación y salud», plantea la Resolución 10 de la Jefatura de Ministros, liderada por Guillermo Francos, a cargo de la Secretaría de Ciencia.

Y continúa: «Que, en este sentido, corresponderá dar por finalizados aquellos programas cuyos objetos no encuentren asidero en el citado Plan Estratégico. Que las medidas que se adopten deberán realizarse procurando soluciones que reduzcan las contingencias presentes y futuras para el ESTADO NACIONAL y en definitiva de todos los argentinos, minimizando los riesgos y costos a su mínima expresión«.

En ese marco, aceptarán solo las que estén desarrolladas en un valor mayor al 30% de ejecución. El resto entrará «en revisión» o directamente se cerrará. Siempre y cuando no sean los temas de interés del gobierno. El cambio climático, en medio de olas de frío récord e incendios que azotan lugares como Los Ángeles, es uno de los temas considerados «no estratégicos».

Según el gobierno, ajustarán $ 1867 millones destinados a investigación en 70 programas sociales. Desde el organismo explicaron a medios amigos que esos programas «no cumplen con el grado de pertinencia y aporte efectivo al desarrollo» del área. En algunos casos hasta se exigirá la devolución del dinero destinado.

Repudio del sector científico y llamamiento

La Federación de Docentes Universitarios (FEDUN), la de Sindicatos Universitarios de América del Sur (FESIDUAS) y la Federación Latinoamericana de Trabajadores Científicos (FEDLATCI) expresaron este jueves «su más enérgico repudio a la Resolución 10/2025 emitida por el Gobierno Nacional».

«Dicha Resolución plantea la eliminación de las investigaciones científicas relacionadas con las ciencias sociales, el medio ambiente y el calentamiento global entre otras, lo que representa un ataque directo al avance del conocimiento y un grave retroceso en las políticas públicas orientadas al desarrollo sostenible y la soberanía científica nacional –afirman–. Esta medida refleja una postura negacionista que desconoce la importancia estratégica de la ciencia y la tecnología para abordar los desafíos globales y locales».

Completan advirtiendo por las «graves consecuencias» de esta decisión «que compromete directamente la estabilidad laboral y el desarrollo de las carreras profesionales de las trabajadoras y los trabajadores de la investigación y la ciencia argentina».

Y hacen un llamado «urgente» a la comunidad universitaria, científica y al conjunto de la sociedad «a mantenerse alerta y movilizada en defensa de la educación pública, la ciencia y la tecnología, pilares esenciales para el progreso y el futuro de nuestra nación y el bienestar del pueblo argentino».

El cambio climático y el negacionismo

No es la primera vez que este Gobierno ni su líder, Javier Milei, atacan o descreen del cambio climático y el calentamiento global. De hecho, por ejemplo, esto sucede horas después de que la actriz Cecilia Roth denunciara que hoy no se puede hablar del cambio climático, recibiendo catarata de ataques del ejército digital de La Libertad Avanza.

Como ya marcaban los divulgadores científicos Claudio Cormick y Valeria Edelsztein en una columna en Tiempo en 2023, aunque algunos autores piensen que todos los negacionistas son iguales, los terraplanistas no usan los mismos tipos de razonamientos que los negacionistas del cambio climático o los antivacunas. Entender cómo piensan y cuáles son sus motivaciones pareciera fundamental para poder enfrentarlos.

Ya les hemos contado sobre una de las formas del negacionismo científico, que tiene nombre propio: la “estrategia del tabaco”. En esta estrategia, usada por las tabacaleras en la década del ’50 y en la actualidad por los negacionistas del cambio climático, se reconocía la diferencia entre personas expertas y no expertas, y se admitía el valor probatorio que tiene el consenso entre personas expertas: si se acuerda en una opinión dentro de la comunidad especializada, eso nos brinda razones para creer lo mismo.

Hasta aquí todo va bien. Sin embargo, también se negaba, para ciertos casos cruciales, la existencia de tal consenso, a través del uso de un “disenso” fraudulento –falsos expertos o expertos con conflictos de interés- que permitiría decir cosas como “la comunidad científica todavía tiene dudas sobre el calentamiento global”, pese al abrumador acuerdo de que, en realidad, existe en esta comunidad. Ahora bien, si fuera cierto que todos los negacionistas siguen los mismos patrones, tendríamos que esperar algo parecido a esto en el caso del discurso terraplanista.

El pensamiento crítico en la era del negacionismo

“No soy médico, pero estoy aprendiendo mucho en muchas áreas del Gobierno (…) La efectividad [de la vacuna contra el dengue] tampoco está comprobada”, comentó en una conferencia de prensa el vocero presidencial.

“Vagos socialistas que escriben papers de cuarta”, vociferó el presidente de la Nación para describir el abrumador consenso científico mundial sobre el cambio climático.

Edelsztein y Cormick sostienen: «Vivimos en una época en la que todo el mundo cree, erróneamente, tener la capacidad cognitiva de pronunciarse sobre cualquier tema porque supuestamente aún sin tener una especialización, el estar formado en habilidades críticas debería ser suficiente para evaluar de primera mano la evidencia y tomar decisiones informadas».

«Pero ¿no será que en el afán de mantener esta postura políticamente correcta hemos estado, paradójicamente, incrementando, en lugar de disminuyendo, las actitudes anticientíficas? ¿No deberíamos promover las actitudes “Correte, Javo, dejá hablar a la gente que sabe” y “Manu, ponete un saquito y andá a tu cuarto a jugar al Age”? O, en otras palabras, ¿no deberíamos pensar que cuando no somos expertos en un área simplemente debemos confiar en el consenso experto en lugar de en nuestras propias e individuales capacidades críticas?»

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Cuando Milei, Adorni o cualquier otro negacionista dicen las barbaridades que dicen, tenemos aparentemente dos opciones para intentar explicar lo que está pasando por sus cabecitas. La primera es considerar que carecen de la información necesaria respecto del tema sobre el que están opinando. La segunda es considerar que lo que falla en estas personas es la forma de procesar la información, de razonar: quienes son negacionistas lo serían porque evalúan mal la evidencia científica, y habría que enseñarles a evaluarla bien.

«En este sentido, la preocupación por enfocarse en el desarrollo de habilidades críticas no es una novedad. De hecho, por tomar un ejemplo importante, en los Núcleos de Aprendizaje Prioritarios (NAPs) de segundo ciclo de primaria que proporcionan una base común para la enseñanza en todo el país, se señala que la escuela, en el área de Ciencias Naturales, debe ofrecerles a sus estudiantes “situaciones de enseñanza que promuevan la reflexión crítica hacia los productos y procesos provenientes de la ciencia”», destacan Edelsztein y Cormick.

«Entonces, pareciera ser que lo valioso aquí es lograr que la gente llegue a aceptar ciertos trozos de conocimiento científico no en virtud de cuáles son las autoridades que los sostienen, sino sobre la base de juzgar, usando sus propias capacidades, las evidencias provistas por la comunidad científica. Se supone que las personas sabrán separar la paja del trigo porque fueron formadas con pensamiento crítico».

Sin embargo, las cosas podrían no ser tan simples. ¿Qué tal si justamente el ejercicio de estas “habilidades críticas” es lo que termina alentando posiciones anticientíficas, precisamente porque induce a las personas a creerse mejor capacitadas de lo que están para juzgar sobre cuestiones especializadas? Es decir. ¿qué tal si enseñar “pensamiento crítico” es directamente contraproducente?

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La tesis de que incentivar el “pensamiento crítico” pudiera ser lisa y llanamente una mala idea puede encontrarse como una propuesta teórica en epistemología aplicada. Un filósofo, Michael Huemer, ya ofrecía hace unos años argumentos contra la confianza en incentivar este pensamiento en el público no experto. El punto era, básicamente: ¿qué valor tendría que una persona lega —llamémosla Manuel— llegara “por sus propios medios” a conclusiones sobre un tema abordado por personas expertas? ¿A qué objetivos tendríamos que estar apuntando para pensar que tiene alguna importancia que Manuel llegara a conclusiones por sí mismo?

Si el propósito de Manuel es tratar de formar creencias verdaderas y evitar las falsas, o el de formar creencias razonables, ¿por qué debería no creerles a las personas expertas, sino creerse a sí mismo? ¿Por qué sería valiosa la autonomía a la hora de formar creencias? Pero la cuestión no es solo un problema filosófico analizado con argumentos: si bien la evidencia no es concluyente y el debate al respecto todavía continúa, hay algunos datos empíricos que invitan a tener un poco de cautela antes de decirle a todo el mundo que se ponga a pensar con su propia cabeza sobre el asunto que fuere.https://www.tiempoar.com.ar/ta_article/el-ano-de-batman-conicet-odio-y-ajuste/embed/#?secret=rGqWE3pAhG

Un ejemplo de esto es el trabajo de Loreta Cannito, una psicóloga italiana, y su equipo sobre las dudas del público acerca de la vacunación, que muestra que estas dudas correlacionan positivamente con… la alta estima que tienen las personas sobre su propia capacidad para razonar sistemática y críticamente. Es decir, las personas que tienden a dudar sobre si darse o no ciertas vacunas recomendadas por la comunidad médica son justamente aquellas dispuestas a decir “yo no soy médico pero soy un campeón del pensamiento crítico”.

Y, a decir verdad, hay un marco más general para el pesimismo: el famoso efecto Dunning-Kruger; es decir, la tendencia —que se ha podido replicar en múltiples experimentos— por la cual las personas menos competentes tienden sistemáticamente a auto-atribuirse más capacidades que las que tienen (nada de lo cual, desde ya, debe entenderse como una alusión al brillante vocero presidencial, exento de estas inclinaciones).

Más aún, y como ha relevado, entre otros autores, Maya Goldenberges justamente el discurso de los grupos antivacunas el que suele enfatizar la importancia del ejercicio del propio pensamiento crítico en contra de la “confianza ciega” en las autoridades expertas. Quizás al tratar de evitar la proliferación de negacionistas estamos, justamente, criándolos.