Por razones que aún no habían trascendido, durante la mañana del 12 de febrero el titular de la Secretaría de Turismo, Ambiente y Deporte de la Nación, Daniel Scioli, era inubicable. De manera que la subsecretaria de Ambiente, Ana María Vidal de Lamas, tuvo que acudir al Jefe de Gabinete, Guillermo Francos, para comunicarle su decisión –súbita e irrevocable– de dar un paso al costado.
–Déjese de joder, Ana– le respondió él, forzando un tono campechano.
Pero no había vuelta atrás: la señora estaba “agotada”. Ese, simplemente, fue el motivo que esgrimió. Era comprensible; la dependencia a su cargo tiene, entre otras responsabilidades, la de combatir las catástrofes naturales. Claro que por ello, su renuncia no pudo ser más inoportuna.
Mientras aún digería la mala nueva, el bueno de Francos ya elucubraba la solución. No en vano se lo considera el “bombero” del Poder Ejecutivo. Y así, a las apuradas, anunció en la tarde de aquel mismo miércoles el nombre del reemplazante: un tal Fernando Brom.
Lo cierto es que este hombre casi septuagenario –un amigote de Francos– es un neófito en la materia, ya que se dedicó durante las últimas cuatro décadas de su vida a la venta mayorista de alimentos, siendo gerente comercial de varias empresas del ramo. Es que no había otro candidato a la vista.
Pero su arranque tuvo visos de comedia al asegurar a la prensa que “en el tema de bosques y fuego habrá prioridad cero”, y que el Gobierno “falló en la prevención de incendios”. La cuestión es que tales palabras no deslumbraron a sus mandantes. Tanto es así que el vocero Manuel Adorni –aprovechando que tal designación todavía no estaba asentada en el Boletín Oficial– lo puso en caja, desautorizándolo. Y su frase al respecto fue:
–Todavía no es funcionario y le falta información.
El pobre Brom quedó “chamuscado” antes de ocupar su despacho.
En ese instante, crecían los focos de fuego no controlados en los bosques chubutenses de El Bolsón y Epuyén, así como en los parques nacionales Nahuel Huapí y Lanín, de Río Negro y Neuquén, con más de 37 mil hectáreas arrasadas por las llamas. O sea, la Patagonia ardía en una extensión que duplica con creces la superficie de la ciudad de Buenos Aires.
Fue notable que, justo en medio de aquellas circunstancias, Scioli subiera en su cuenta de X (antes Twitter) un video que lo exhibe jugando al pádel en el “Pichichi Tenis Club” con el siguiente texto: “La mejor vacuna contra el estrés es hacer deporte. Y también para ver la vida con fe, esperanza y optimismo”.
“¿Es o se hace?”, fue el pensamiento de muchos.
Sin embargo, casi nadie advirtió que en semejante posteo se deslizaba su templanza frente a los desastres ocasionados con el fuego.
En este punto, hay que retroceder en el tiempo.
Durante la madrugada del 15 de mayo de 1986 hubo un incendio, que fue calificado por la prensa de “dantesco”, en el edificio de avenida Callao 2014, del barrio de Recoleta. Las llamas se habían iniciado en una especie de cabaña construida ilegalmente en el patio trasero de un departamento del noveno piso.
La joven pareja que lo habitaba pudo saltar en baby doll y pijama a un balcón lindante. Ella se quebró un tobillo; él tosía monóxido de carbono.
Se trataba de Karina Rabolini y Scioli.
La noche anterior, luego de un asado con amigos y ya algo “escabiados”, se fueron a dormir la mona sin apagar del todo las brasas.
Para ellos fue una desgracia con suerte.
En ese momento estaba a la vista el efecto de aquel descuido: el fuego ya envolvía los pisos superiores; otros vecinos –algunos en paños menores– evacuaban atropelladamente el lugar, y en el ascensor, trabado entre el sexto y el séptimo piso, yacía el cadáver carbonizado del portero.
Pues bien, envuelto por esa situación al ser subido a una ambulancia en estado de shock, Scioli de pronto abrió los párpados, y gritó:
–¡Mi Rolex! ¡Busquen mi Rolex!
Luego, se desvaneció.
Pues bien, casi 39 años después, ¿acaso su reacción –diríase– deportiva ante la tragedia patagónica habría un acto duro y puro de resilencia?
Más allá de eso, sería una injusticia no reconocer que otras figuras claves del régimen libertario están dando lo mejor de sí ante el mismo problema.
Patricia Bullrich y su par en Defensa, Luis Petri, no fueron una excepción. Ambos, mientras Adorni denostaba en Buenos Aires a Brom, aterrizaban en El Bolsón con un séquito de colaboradores y camarógrafas oficiales, quienes de inmediato se lanzaron al registro visual de sus excelentes intenciones.
En resumen, lejos de aportar, por caso, helicópteros hidrantes, esa dupla anunció un asunto más urgente: “Elevar las penas a los causantes del fuego”. O sea, a quienes Bullrich, sin ningún indicio, califica de “terroristas mapuches”.
Es que, según la ya obsoleta “Doctrina de la Seguridad Nacional” (que es ahora una biblia para ella), el primer paso ante todo contratiempo, sea cual fuere su origen, es “identificar al enemigo”. En tal sentido, Petri no le va a la zaga.
La breve presencia de ambos en El Bolsón fue fructífera.
De hecho, ese calcinante escenario les ofreció el beneficio de permitirles el ensayo de un anhelo muy preciado: involucrar a las Fuerzas Armadas en tareas de seguridad interna. Porque ya había allí tropas del Ejército, tanto para combatir el fuego como a sus presuntos hacedores, codo a codo con policías provinciales.
Eso se vio favorecido con el reciente traspaso del Servicio Nacional de Manejo del Fuego (SNMF) a la órbita de Bullrich. Y no por azar, coincidió con las detenciones arbitrarias de una veintena de vecinos y brigadistas voluntarios, acusados antojadizamente de iniciar focos en Mallín Ahogado y Bariloche.
En ese marco, se produjo ante la comisaría de El Bolsón, donde estaban alojados los detenidos, la irrupción de una caballada de gauchos que arremetió a rebencazo limpio contra quienes protestaban por aquellos arrestos. Tal escena, digna de un western patagónico, fue transmitida en vivo por todos los noticieros.
Después se supo que los jinetes represores pertenecen a la task force del intendente local, Bruno Pogliano, otro “ser de luz” en esta historia,
En fin, postales de un país que también es devorado por un fuego, el de la distopía libertaria del presente. «