El primer día del periodista con Javier Milei como presidente argentino trae la desdicha en título catástrofe. A la depresión de ingresos publicitarios y ventas de los medios de comunicación –que viene de lejos y es cada vez mayor– que condiciona la producción y la calidad informativa a la vez que empeora la precarización laboral de los periodistas, se suman los efectos de las medidas críticas que tomó el gobierno libertario.
La suspensión de la publicidad oficial del gobierno nacional (no alcanza a empresas públicas) y la acumulación de deudas por la pauta de años pasados; el desguace de los medios estatales; la interrupción de la asignación de los fondos que la ley establece para promover contenidos culturales y medios comunitarios; y el recurrente ataque de Milei y de quienes acompañan su experimento contra periodistas de distintos medios y líneas editoriales, incluso oficialistas, obturan el saludo de rigor en un nuevo aniversario de la creación de La Gazeta de Buenos-Ayres por Mariano Moreno.
El Estado -–hoy en manos de quien lo juzga como «organización mafiosa»– sigue gravitando decisivamente en el funcionamiento del sistema de medios. Si el 7 de junio de 1810 Moreno materializaba la vocación de la Primera Junta para difundir su labor y proveer acceso a la información pública, las medidas adoptadas por Milei mencionadas en el párrafo anterior son su antítesis. Obturan la producción y circulación de noticias de interés público a nivel federal, a la vez que ahogan presupuestariamente a medios y periodistas, quienes padecen además el acoso de la conducción estatal y campañas de hostigamiento en redes sociodigitales.
Milei potenció además la concentración de la propiedad cruzada de medios, telecomunicaciones y conectividad con su DNU 70/23 e intervino la autoridad de control de medios audiovisuales y telecomunicaciones, el ENaCom, pese a que el Poder Ejecutivo tiene en su directorio mayoría automática desde su creación, también por DNU, en el gobierno de Mauricio Macri.
Las políticas de Milei para el sector no son ajenas a la retracción de ingresos y la pauperización de casi toda la sociedad, lo que encoge aún más el mercado interno y su limitada capacidad de gasto e inversión en servicios y contenidos de comunicaciones, noticias y entretenimientos.
Sería injusto, no obstante, facturar toda la crisis económica al actual gobierno, porque la recesión lo precede, aunque el ajuste más grande de la historia humana –del que se vanagloria el primer mandatario– la agrava.
Tampoco sería razonable responsabilizar a Milei por el desplome de ingresos publicitarios de los medios tradicionales, que registraron una caída superior al 83% en los 13 años previos a su asunción como presidente, tomando en cuenta la facturación publicitaria de TV, radio, diarios y revistas.
La precarización del empleo en las redacciones es un problema desde hace años que, además de las penurias de los periodistas para sobrellevar su existencia, causa estragos en la calidad de los contenidos que demandarían curaduría profesional para mitigar la propagación de fake news y operaciones de desinformación.
Los programas de apoyo económico corporativo de Google alivian a sus medios tutelados, a la vez que moldea sus contenidos para que se ajusten a las métricas algorítmicas, restándoles originalidad y relegando los criterios de relevancia periodística.
Credibilidad y debilidad
Milei, cuyo conocimiento público fue construido en estudios de televisión donde destacó como panelista, no es ajeno a la crisis de los medios: la profundiza con sus políticas al mismo tiempo que la aprovecha para insultar como parte de la «casta» a quienes osan criticar aspectos de su gobierno. Sabe que sus agraviados son débiles y que su legitimidad está dañada.
En efecto, la credibilidad de los medios argentinos vive horas bajas. Milei es su emergente (también aplica a la desconfianza en la política): según el estudio global «Digital News Report», del Instituto Reuters, en 2017 el 39% de las personas encuestadas en el país confiaba en la mayoría de las noticias la mayor parte del tiempo, mientras que en 2023 la proporción cayó al 30%. La alta polarización de los grandes medios comerciales, así como el posicionamiento faccioso de muchos de sus animadores, contribuyen a su escaso aprecio por parte de la mayoría de la población.
Son contracara de este panorama funesto algunos medios de base que construyen comunidad con sus audiencias y que, ante la falta de reflejos de los peso pesado de la industria, se abren paso con lógica comercial (como El Destape, Futurock o eldiarioAR), cooperativa y autogestiva (como Tiempo Argentino o El Ciudadano) o universitaria (como Anfibia). También los canales de streaming, que heredan talento productivo de medios tradicionales, avanzan en la búsqueda de formatos y modelos económicos alternativos.
Fuera del Área Metropolitana de Buenos Aires, las condiciones son más duras. La menor escala de ingresos por ventas y publicidad abona el terreno al mecenazgo político y empresarial, así como a prácticas non sanctas. Pero también hay excepciones que logran sostener arraigo productivo local y regional contra la corriente.
Los esfuerzos para hacer periodismo necesitan, como Moreno hace 114 años con La Gazeta, políticas públicas que los acompañen y potencien su impacto en la comunidad. El presidente Milei opera contra esa posibilidad mientras el resto del sistema político oscila entre la ovación al nuevo dogma y el silencio. «