El gobierno nacional a través del radicalismo presentó un proyecto de ley para suspender las Primarias Abiertas y Obligatorias en la categoría presidencial y en todas en las que no haya competencia interna. La excusa encontrada es que de ese modo se ahorraría una parte importante de los 4300 millones de pesos que, según el oficialismo, cuesta la elección.
El argumento recorre un sendero peligroso. Medir las necesidades de la vida democrática por lo que cuestan es un camino que se sabe donde inicia pero nunca donde termina. Además, para tomar un dato comparativo, la información de los balances del Banco Central muestra que, desde octubre del año pasado hasta abril de 2019, se pagaron unos 250 mil millones de pesos -en ese semestre-en concepto de intereses por las Leliq. Es decir que se gastaron casi 60 elecciones PASO en seis meses para sostener la matrix financiera creada por las políticas de Mauricio Macri.
Pero el punto más importante para analizar en estas líneas es el político. Hace poco más de dos semanas, en una de las apariciones públicas que tuvo el principal asesor electoral de Macri, el ecuatoriano Jaime Durán Barba sostuvo que el presidente lograría la reelección a pesar de la decepción que buena parte de las sociedad tiene con la gestión del oficialismo. A la hora de explicar el porqué de esta afirmación, Duran Barba sostuvo una hipótesis basada en los resultados de sus permanentes focus group. Era la siguiente: que el presidente despertaba decepción y que Cristina Fernández producía temor, entonces, en la batalla emocional entre el temor y la decepción ganaría esta última opción.
La derecha argentina y Durán Barba en particular han demostrado, con resultados electorales, la fuerza que tiene la psicología y el aspecto emotivo en la disputa política. Los sectores progresistas y nacional-populares suelen adjudicarle mucho más valor a la realidad material de los votantes. Es la creencia de que si la vida económica de los ciudadanos mejora, la sociedad votará mayoritariamente impulsada por esa pulsión. Los últimos años quedó claro que nada es tan definitivo y que la conjunción de motivaciones detrás de un voto es variada y difícil de determinar con anticipación.
La decisión de intentar suspender las PASO, un nuevo golpe a las prácticas republicanas que supuestamente Cambiemos defiende, muestra que ya no hay tanta seguridad de que en la batalla entre la decepción y supuesto temor ganaría Macri. Toda la estrategia electoral del oficialismo se viene basando en que el “rechazo” a CFK era mayoritario y al mismo tiempo intenso, difícil de conmover. Que Cristina tenía un núcleo de respaldo importante y apasionado, pero que era un sector encerrado en sí mismo, condenado a una endogamia política donde los convencidos conversan entre sí, se felicitan entre ellos, pero no pueden atraer a nadie más. En esa creencia, las PASO eran un instrumento que servía para mostrarle al restos de la sociedad que “el riesgo Cristina” estaba latente, que en cualquier momento podía volver a ingresar por la puerta de la Casa Rosada y desatar sobre la Argentina las siete plagas de Egipto, o de Venezuela.
En los últimos meses hubo varias encuestadoras, entre ellas la consultora Query, que hicieron la siguiente pregunta: ¿usted a qué le tiene más temor, a la reelección de Macri o al regreso de Cristina? La respuesta fue que un 34% le tenía más miedo a la vuelta de la ex mandataria y un 50 a la continuidad del presidente. La estrategia del miedo tenía un efecto boomerang. A esto hay que sumarle la decisión de la ex presidenta de no ser candidata a la primera magistratura y acompañar a Alberto Fernández en el binomio.
Por todo esto se explica el intento, con pocas chances de prosperar, de suspender las primarias abiertas. El oficialismo apuesta a que haya un “veranito” económico que dure lo más posible antes de que los ciudadanos vayan a las urnas. El miedo del regreso de CFK ya no funciona. Los votantes ven al “cuco” en otra parte.