La noche del 15 de julio fracasó en Turquía el Golpe de Estado más sospechado de la historia: diversos analistas sostienen que se trató de un premeditado autogolpe fingido por el mismísimo Recep Tayyip Erdogan.
Aún los que consideran que el intento existió, difieren, a veces radicalmente, en la atribución de causas y motivaciones. Algunos, como el PCT (el Partido Comunista Turco, existente desde 1920), niegan el autogolpe y se inclinan por un conglomerado apoyado por EE UU y otros imperialistas.
Así y todo en distintas partes del mundo hubo manifestaciones de condena al intento golpista y en defensa de la democracia, y particularmente en toda Turquía para beneplácito de Erdogan.
En realidad poco tiene que ver esto último con la realidad: el carácter democrático de su régimen fue siempre dudoso y ahora no cabe duda de que su accionar tras esa noche turbia es francamente dictatorial: a los, al menos, 290 muertos y más de 1500 heridos Erdogan le adicionó 18 mil prisioneros entre militares y civiles, alrededor de 65 mil cesanteados, entre ellos la mayor purga del sistema judicial conocida, 42 emisoras de radio clausuradas y una ofensiva de amedrentamiento sin igual sobre la prensa libre y la oposición en todo el país.
Esto obliga a considerar la posibilidad del fingido autogolpe como excusa para desatar semejante feroz represión, una maniobra de legitimación de la «contraofensiva», más una ofensiva ultrarreaccionaria y antipopular contra la oposición que una defensa antigolpista legítima de sus instituciones.
Van arribando, ahora sí, justificados repudios a Erdogan que incluso pretende reinstalar la pena de muerte en su país a contrapelo de los acuerdos contrarios en la Unión Europea.
No obstante, la aproximación a una correcta interpretación de los hechos es más lenta así como del derrotero al que conducen los nuevos acontecimientos en Europa y sus márgenes.
El Brexit, la crisis españolas pre y post electoral, los atentados terroristas en Niza y otros no menos significativos y ahora los sucesos de Turquía, sin dejar de mencionar Ucrania y todo lo que se juega en su torno, no nos debe llevar a creer que Europa se convirtió de repente en un Cambalache aún mas desdeñable que América, pero si a intentar una aproximación a una mirada que no desarticule los hechos.
Sin dudas y desde mucho, Erdogan y algunos miembros de los sectores dominantes en Turquía son nostálgicos pero actualizados partidarios de la recreación del imperio otomano fenecido con los finales de la Gran Guerra en las primeras décadas del siglo XX. Las grandes potencias necesitaban como siempre dividir para reinar, sobre todo en aquellas zonas cercanas a los grandes yacimien-tos petrolíferos a comienzos del siglo valorizador de las tecnologías alimentadas por el oro negro.
El automóvil comenzaba a ser rey y señor. La disolución del viejo imperio se hacía occidentalizando los califatos musulmanes, modernización capitalista y laicismo mediante: desde afuera se generaba una nueva contradicción, Estado laico vs. Confesional.
La expansión capitalista encontró en Turquía al líder necesario, Kemal Ataturk, el padre de la Turquía moderna y laica, prócer a pesar de su papel en el genocidio armenio. El progreso capitalista apareja costos, se sabe. Pero Europa lo necesitó pero no le dio a Turquía la carta de ciudadanía plena buscada.
A medio camino entre Oriente y Occidente ni los laicos ni el retorno musulmán con Erdogán resolvieron las profundas grietas culturales y políticas que los imperialistas ingleses, franceses y norteamericanos agudizan con su paso. El problema kurdo subsiste pero agravado lo mismo que la contradicción entre laicismo y el mundo musulmán y hasta larva-do, como célula dormida que en cualquier momento se puede reanimar, late el conflicto turco-griego.
País europeo, pero sin alcanzar la membresía de la CEE, es sí miembro destacado de la OTAN y allí consiguió convertir a sus fuerzas armadas en una de las más modernas e importantes del mundo. Enclavado en un lugar estratégico sin par complementa las bases norteamericanas claves con una tradición militar laica y occidental.
Pero ahora aparecen elementos que indican que Erdogan ensaya un cambio de divisa al encarrilar las negociaciones con Rusia. De coronar este giro estaríamos ante uno de los virajes más sorpresivos que se hubieran podido imaginar. Ello explicaría la purga gigantesca llevada adelante en la Turquía post golpe (¿). Ese golpe que ningún analista previó y cuyos antecedentes políticos se desconocen.
Con el diario del día después se puede hacer el rastrillaje. Lo cierto hasta ahora es que la gran purga se llevó puestos a miles de militares, de jueces, de rectores de la enseñanza superior, de funcionarios de la administración y a gran parte de la prensa.
El pasaje de Turquía a la órbita rusa, siquiera de una neutralidad proárabe, sería un cambio geopolítico profundo, que alteraría todo el dispositivo defensivo y ofensivo de EE UU y Europa y cuyos efectos son imprevisibles.
El giro de Erdogan
Oficialmente en Turquía se atribuye la principal responsabilidad en el intento de golpe de Estado a los seguidores del clérigo Gülen, un viejo socio político de Erdogan, quien tras su ruptura con el presidente turco debió exiliarse en los EE UU, que lo han protegido rechazando todos los pedidos de extradición que se llevaron adelante hasta el momento.
Sus seguidores constituyen la principal fuerza de oposición y han sido ahora desalojados tanto de las fuerzas armadas como de la Administración acusados de ser la base de la conspiración golpista. Lo que se conoce es que EE UU les ha brindado apoyo como medio de mantener la presión sobre el gobierno turco.
El oscuro incidente donde el fuego de dos cazas F16 turcos derribaron a un avión ruso TU 24 el día 24 de noviembre de 2015 cerca de la frontera turco-siria fue calificado por Putin como «una puñalada en la espalda», y abrió una seria crisis con enérgicas represalias económicas y militares por parte de Rusia.
Turquía es el principal cliente europeo del gas ruso luego de Alemania. Pero no sólo eso. La crisis de Ucrania llevó a Europa a hacer tambalear la construcción del principal gasoducto (el South Stream) que transportaría el indispensable gas ruso a Europa y Gazprom negoció con Turquía la construcción de un enorme gasoducto alternativo para transportar gas a sus clientes europeos sin pasar por Bulgaria.
Esto constituiría un excelente negocio para los turcos, que luego del derribo del cazabombardero ruso entró en un tembladeral. Sumado a la suspensión de compras de bienes turcos aplicados por Putin en diciembre y a sus bombardeos en la propia frontera turca, que obstruyeron la ruta del petróleo malhabido que el ISIS conducía a los puertos turcos (gran negocio clandestino que los observadores dicen que maneja un hijo de Erdogan), las consecuencias económicas del ataque al TU24 se hicieron cuantiosas amén de que la presión política sobre el presidente Erdogan se multiplicó poniendo en riesgo sus planes de reconstrucción «otomanistas».
Pero sobre todo la firme defensa militar de Putin al gobierno sirio, expresada en la desarticulación del ISIS en Siria a pesar del apoyo de Arabia Saudita y Turquía hundiendo el plan norteamericano de derrocamiento de Assad con sus complicidades. El fracaso del ISIS es el de Erdogan. EE UU considera seriamente trasladar parte de sus esfuerzos desde Israel y Turquía a Irán.
La base musulmana del gobierno de Erdogan se ve precisada a revisar su estrategia poniendo en cuestión las llevadas hasta el momento y Erdogan difícilmente renuncie a sus planes mesiánicos de recuperar la viaja influencia del imperio Otomano. El racionalismo de los militares de sus FF AA abreva en el laicismo modernista y anticonfesional promovido por el padre de la patria turca Mustafá Kemal (El perfecto) Atartuk, mientras que Erdogan instaló en la República turca el primer gobierno de base islámica aunque no llegó tan lejos como sus socios árabes ya que Turquía no es un Estado confesional.
La necesidad de navegar entre tantas contradicciones y presiones políticas y culturales no le permitió desarrollar un europeísmo cultural que le abriese las puertas de la CEE. Son más los países europeos que temen que un país de su comunidad por primera vez derive hacia el islamismo radical, especialmente cuando sus pueblos viven conmovidos y alentados hacia la histeria antiinmigratoria islámica. La tentación rusa, la muñeca china y sus bolsillos abundantes encuentran un marco favorable para ir bordando un tapiz asiático.
Este es el escenario en el cual Erdogan pareciera decidir dar un golpe de timón a su dirección estratégica y alejarse de EE UU, un socio incómodo en la medida que el conflicto «sirio» se va volcando a favor de Rusia, la «solución» de la crisis siria se aleja indefinidamente y la presión kurda desde Siria, Irak e Irán (recientemente recompuesto como aliado norteamericano) se puede tornar peligrosa.
Un cambio de semejantes proporciones en un país miembro de la OTAN no podía llevarse adelante sin una purga de semejantes proporciones como la aplicada en estos días por Erdogan y validada por la gigantesca concentración llevada adelante en Estambul. Ahora va por la reimplantación de la pena de muerte.
En las próximas semanas se podrá ver cuan lejos pretende ir Erdogan y si esta fuerte y difícil jugada tiene perspectivas de éxito. Las usinas estratégicas norteamericanas no tardarán mucho en elaborar el duelo por el traspié y se acercarán con ofertas jugosas y conspiraciones de última generación. No largarán inertes el negocio y una nueva táctica para retener una pieza clave como Turquía no tardará de ser presentada en sociedad.