Policías de todos los estados y distritos de los Estados Unidos, de uno u otro sector político, provocaron en la última década más de 1000 muertes a inocentes o personas que no presentaban un riesgo para terceros, producto de maniobras e implementos que supuestamente no debieran ser letales. Los casos involucran el uso de pistolas taser o paralizantes, drogas sedantes, o inmovilización asfixiante, como ocurrió con el suceso emblemático -y visto prácticamente en directo- de George Floyd, y que no por casualidad redimensionó el movimiento “Black Live Matter”: el segmento afroamericano es el más afecatado por estas acciones letales. Floyd es justamente una de las 1036 víctimas de esta práctica policial que un equipo de periodistas liderado por la agencia estadounidense The Associated Press registró y sistematizó en una base de datos que demandó tres años de producción y fue publicada recientemente.
“Cada día, la policía de los Estados Unidos confía en el uso habitual de tácticas de reducción que, a diferencia de las armas, se suponen dirigidas a detener a las personas y no matarlas. Pero cuando son usadas en forma incorrecta, estas tácticas pueden culminar en la muerte”, exponen los investigadores. “Los peritos mencionaron que la aplicación de la fuerza causó o contribuyó a cerca de la mitad de las muertes”, afirma el estudio. “En muchos otros casos, no fue mencionado el uso de la fuerza policial y en su lugar se atribuyó el deceso a problemas preexistentes de salud y drogas”, asegura.
La investigación registró casos durante la década comprendida desde el 1° de enero de 2012. “Algunos son bien conocidos”, indica, pero “otros no han sido dados a publicidad”. El total relevado, no obstante, es “sin lugar a dudas una estimación de mínima”, se apunta, debido a que las muertes son difíciles de comprobar, también porque se detecta un deliberado recorte de la información por parte de las autoridades consultadas.
Los “encuentros mortales” ocurrieron en todas partes, en estados regidos por Demócratas como por Republicanos. Grandes ciudades, suburbios, zonas rurales, restaurantes, centros de asistencia social y, lo más común, en lugares cercanos a los hogares de las víctimas. Involucra mayormente a policías locales, pero también de las fuerzas estatales y hasta universitarias.
Las muertes se produjeron, o bien en la escena propia de la reducción, o bien en el hospital poco tiempo después. En estos últimos, las pericias demostraron que la acción violenta fue la que desencadenó la muerte. Casi todos los casos fatales, el 97%, eran hombres. La mayoría de las víctimas tenían entre 30 y 40 años, pero se detectaron casos extremos de 15 años, el menor, y 95, el mayor. Como se dijo antes, el espectro de víctimas abarca en forma desproporcionada a la población negra. “Constituyen un tercio de los muertos (333) por estas prácticas, cuando representan solo el 12% de la población estadounidense”, advierte la investigación.
Las prácticas que culminaron en muerte de los detenidos fueron registradas, en su mayoría, como la sujeción contra el piso “boca abajo” (740 casos), maniobra en la que suele utilizarse el peso corporal, la rodilla y las manos contra la garganta del detenido. En segundo lugar (538 casos) el uso de Tasers, elementos muy preciados por algunos gobernantes argentinos. Los golpes de puño o rodilla y la utilización de aparatos para sujetar las piernas, también son muy frecuentes. En menor medida, gas pimienta, capuchas “antiescupitajo”, mordidas de perros y disparos con cartuchos antidisturbios del tipo “bolsa de frijoles”. A 94 de los fallecidos se les había inyectado compulsivamente un sedante. 271 casos fueron declarados como “homicidios”. En 443 se declaró la muerte “accidental”. En 48 casos, “natural” y en 186, “indeterminada”. En todos hubo violencia extrema o moderada, y “aún así la gente acabó muriendo”, indica. En solo 28 casos hubo imputaciones a algún oficial de policía involucrado.
En alrededor del 30% de los casos, la policía intervino para detener a alguien que podría estar atacando a otra persona u ostentaba una posición amenazante. Sin embargo, el 25% de quienes murieron no estaban causando daño alguno, en su mayoría cometían infracciones menores sin generar por ello el mínimo disturbio. El resto no participaba de ninguna situación violenta y según la policía, se había resistido al arresto o había intentado escapar a un control.
AP le puso nombre, historia de vida y circunstancias de la muerte a cada persona fallecida y relató algunos casos como el de Carl Grant, veterano de Vietnam con demencia, que pretendía cargar un celular imaginario en un hospital y fue abordado violentamente por un policía que le hizo estrellar la cabeza contra el piso. O el de Taylor Ware, un exMarine que intentaba calmar sus demonios deambulando por un parque y comenzó a ser perseguido por un policía que le lanzó un perro, le disparó con su Taser y le inyectó un sedante. O el del exatleta Donald Ivy Jr., que tomado por un delincuente al salir de un cajero, recibió un tacle, un shock de Taser y golpes de machete. Los tres murieron. Ninguno portaba armas ni representaba un peligro para nadie.