En abril de 2023, Alemania concretó el cierre de todas sus plantas nucleares. Este país, que había sido de vanguardia en la producción de energía nuclear, terminó cediendo ante décadas de presiones de grupos ecologistas, que consolidaron su impacto sobre la opinión pública tras el accidente nuclear en Fukushima. El compromiso alemán era doble: a la vez que el país iba a deshacerse de su recurso a la energía nuclear, tenía que avanzar en una reducción drástica de sus emisiones de dióxido de carbono, provenientes del uso como combustibles del gas natural, de otros derivados del petróleo, y del lignito, una forma de carbón fósil particularmente “sucia”, que además libera azufre.
En su reemplazo, Alemania impulsó enormes desarrollos en energías renovables, en particular eólica. Pero pese al notable aumento del porcentaje de esta energía en la matriz alemana, la posibilidad de reducir seriamente sus emisiones de gases de efecto invernadero se vio severamente limitada por la clausura de las centrales nucleares. Hoy Alemania es, entre los países del G7, el segundo que más dióxido de carbono emite por kilovatio-hora, superado solo por Japón, y con niveles de emisiones muy por encima de los de Francia, que depende en una enorme proporción de la energía… nuclear. Alemania es el país europeo que, en términos absolutos, más energía produce a partir del carbón, ligeramente por encima de Rusia y casi nueve veces más que otros países desarrollados como Italia.
El balance es que, al cerrar sus plantas nucleares, Alemania contribuyó sostenidamente al cambio climático, la principal amenaza ambiental que enfrenta el planeta, sobre la base de —irónicamente— argumentos ecologistas. Y esto hace al de Alemania un caso paradigmático de lo que se conoce como prejuicios antinucleares.
En contraste, en el mismo momento en que Alemania clausuraba sus plantas, nuestro país tenía no solo tres centrales nucleares en funcionamiento sino también un grado significativo de avance de un proyecto de avanzada a nivel mundial: la Central Argentina de Elementos Modulares o CAREM, un reactor modular pequeño (o SMR, por sus siglas en inglés), de construcción barata y rápida, e ideal para ciudades pequeñas y aisladas de los grandes tendidos eléctricos. “Su desarrollo y la oportuna puesta en marcha de un reactor de este tipo abre un sinfín de posibilidades para llevar energía a donde se la necesite”, comenta Tomás Avallone, operador de reactores nucleares y trabajador de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA).
CAREM fue destacado el 5 de marzo de este año por la Nuclear Energy Agency como el proyecto cuya construcción estaba más avanzada en el mundo entre los únicos tres proyectos de SMR en curso, por delante del ACP100 chino y el Brest-OD ruso. Dos días después, la CNEA e INVAP anunciaban un memorando para exportar al mundo esta tecnología argentina. Las características del nuevo reactor lo volvían especialmente atractivo para exportar a países que actualmente no disponen de energía nuclear y cuyas redes eléctricas son pequeñas. “En términos económicos estamos hablando de exportaciones unitarias por más de 4 mil millones de dólares por cada reactor”, señala Avallone. Pero solo tres semanas más tarde, las noticias eran desalentadoras: el despido de 100 obreros de la construcción de CAREM marcaba la interrupción de este proyecto.
¿Qué pudo haber ocurrido?
Nuevamente prejuicios antinucleares… pero de un tipo diferente.
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Los prejuicios del nuevo gobierno argentino no son ecológicos como los de Alemania: el cuidado del ambiente no está en un lugar central entre las preocupaciones del experimento “libertario”; recordemos que Milei declaró que una empresa privada debe poder contaminar ríos “todo lo que quiera”. El prejuicio antinuclear mileísta es aquel según el cual “todo lo que hace el Estado argentino lo hace mal”: el desarrollo económico debería solo depender de la iniciativa privada.
Así, la parálisis del CAREM no parece ser solo circunstancial, sino que se debe al brutal ahogo presupuestario al que fue sometida la CNEA por el gobierno, y que, como denunciaron sus autoridades en un comunicado, significó también la interrupción de —entre otras actividades— la construcción del Centro Argentino de Protonterapia. Este centro, nos comenta Jesuana Aizcorbe, bioingeniera en la Gerencia de Aplicaciones Nucleares de la Salud en CNEA, “también está paralizado y casi terminado”. Sería “el primero en el hemisferio sur si no nos ganan los australianos” y permitiría “tratar ciertos tumores en pacientes pediátricos y en adultos”.
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Pero hay más motivos para el pesimismo, y se apoyan en constatar un segundo prejuicio antinuclear de Milei. Según el presidente, alinearse con los intereses de los EE.UU. “nos permitirá la prosperidad económica de nuestros pueblos, requisito para garantizar la soberanía”. Es decir, habría ventajas económicas en no enfrentarse con el imperialismo norteamericano. Sin embargo, el sector nuclear es uno en el que se ve que esto no es así. Como narra Diego Hurtado, el desarrollo nuclear argentino enfrentó desde el comienzo las trabas de Estados Unidos, que buscó instalar la idea de que los gobiernos argentinos podían perseguir objetivos bélicos al desarrollar esta forma de energía.
Más cerca en el tiempo, y como comenta Avallone, la influencia estadounidense se deja entrever por detrás de la parálisis no solo de CAREM sino también de la cuarta central nuclear del país, financiada por China, rival geopolítico de EE.UU. “Durante el último tiempo es notable el interés del gobierno estadounidense por frenar el desarrollo del CAREM”, comenta, y agrega: “En cuanto a la construcción de una cuarta central nuclear, fueron muchos los cambios de rumbo en el último tiempo. Claramente hay un interés externo en que esos proyectos no lleguen a buen puerto. Un dato es que ni bien se firmó el acuerdo con el FMI, durante la presidencia de Mauricio Macri” —para el cual resultó clave el apoyo de EE.UU., principal accionista del Fondo—, “se frenó el proyecto de la cuarta central”. Y concluye: “En definitiva, las relaciones carnales nunca fueron de la mano con el desarrollo industrial nacional”.
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La historia de la Argentina atómica ¿iba? a tener un nuevo hito en la finalización de la construcción y la puesta en marcha de CAREM. Quitar a la CNEA el presupuesto para esta iniciativa no significará liberar el terreno para que un hipotético sector privado dinámico amplíe nuestra matriz energética. Significará simplemente una parálisis. La diferencia entre que el Estado emprenda o no esas tareas de ampliación no es la diferencia entre “más” y “menos” Estado. Es la que hay entre el Estado de un país genuinamente “en vías de desarrollo” y el de uno que, salvo por no producir bananas, se encamine a ser ‘bananero’.
Una historia nuclear ligada al rol decisivo del Estado
La historia de la energía nuclear en Argentina, y en todo el mundo, es una en la que el rol del Estado fue absolutamente decisivo.
En 1964, la CNEA le propuso al presidente Arturo Illia un proyecto audaz: estudiar la conveniencia y factibilidad de una central nuclear. Dar el “salto” hacia la producción nuclear de energía eléctrica era una respuesta al aumento en la demanda de electricidad que resultaba de una economía en crecimiento y una pujante industria. Si bien Atucha I fue construida por la empresa alemana Siemens, para el momento de poner en pie la segunda central nuclear del país, Embalse, la CNEA asumió tareas centrales en la construcción de la planta.
La construcción de la tercera central, Atucha II, se inició en 1981 pero en los primeros años de la recuperación democrática las restricciones presupuestarias produjeron demoras. El denominado Plan Nuclear Argentino comenzó a retrasarse, y con la presidencia de Menem la construcción de la central se paralizó. El riojano apuntó a que el sector privado se hiciera cargo de la operación de las dos centrales nucleares ya en operación y terminara la construcción de la tercera. Sin embargo, la propuesta no encontró interesados. En la presidencia de De la Rúa, se determinó que las centrales continuarían bajo la órbita estatal, pero recién en el 2004 que se iniciaron las negociaciones para retomar la construcción de la planta. Atucha II comenzó a funcionar en junio de 2014. En el mismo acto de inicio de su puesta en marcha, fue anunciado el proyecto del primer reactor nuclear de potencia de diseño íntegramente argentino: el CAREM.
Números de un sector en crisis
Dos: son los países además de Argentina con proyectos actualmente en curso: China y Rusia. El nacional era el más avanzado en su tipo, de vanguardia a nivel mundial.
Tres: son las centrales nucleares en funcionamiento en el país. Atucha I, Atucha II y Embalse. Con financiamiento chino iba a desarrollarse Atucha III, pero en acuerdo con los Estados Unidos la administración de Javier Milei frenó su avance.
Cien: los obreros despedidos de CAREM, en las últimas horas pueden alcanzar los 150. Dictaron la Conciliación Obligatoria, pero la idea del gobierno es rotunda: frenar el proyecto nuclear de avanzada que se venía desarrollando en la ciudad bonaerense de Lima. Es el primer reactor nuclear de potencia íntegramente diseñado y construido en el país, con potencia para abastecer localidades de hasta 120 mil habitantes.
4.000.000.000: son los dólares que ingresarían al país por cada reactor modular pequeño exportado, como el CAREM. Una muestra del valor de la innovación científica con resultados económicos para el país, en un contexto de falta de divisas.