EL DIPUTADO

El primer peronismo (1945-1955) fue la expresión política de una alianza social heterogénea. Ese rasgo “genético” tuvo correlatos en lo ideológico, tanto en las diferentes (y contradictorias) formulaciones como en la vaguedad e indefinición favorecida desde la cúpula. Los intereses inmediatos de la clase trabajadora, pero también los de una burguesía nacional (sin descartar a sectores de la oligarquía diversificada) inicialmente ligada al desarrollo del mercado interno; más los objetivos de una parte del Estado, particularmente de un sector de las Fuerzas Armadas que aspiraba al desarrollo de una industria pesada para lograr el autoabastecimiento en materia de armamentos y garantizar, de ese modo, la “defensa nacional”, hicieron que el primer peronismo desarrollara un nacionalismo popular y un antiimperialismo “pragmáticos” o “espontáneos”. Esta es una caracterización que propone Cooke en diferentes momentos de su trayectoria política. Primero lo hizo en forma indirecta y en lenguaje gauchipolítico, por ejemplo, en su conferencia titulada “Perspectivas de una economía nacional”, dictada en el Centro Universitario Argentino (CUA) en 1947, donde señalaba que, con las medidas nacionalistas impulsadas por Perón, comenzaba a desarrollarse en el país una “conciencia económica propia”. Confiaba en que a partir de ella se iría conformando una doctrina sistemática, “al tranco”, y a la “criolla”. [Obras Completas, Tomo IV, pp. 48 y 49].

Luego, apelará a formas más precisas. Por ejemplo, en La lucha por la liberación nacional, de 1959, sostendrá que este antiimperialismo práctico y asistemático del primer peronismo, sin dudas limitado y contaminado con partículas reaccionarias de nacionalismo clerical y/o filo-fascista, expresaba una tercera etapa del antiimperialismo en la Argentina, después de la primera etapa “romántica”, representada por la figura de Manuel Ugarte, y de la etapa “parcial, inorgánica y sentimental” representada por el radicalismo yrigoyenista. [Obras Completas, Tomo V, p. 176].

Hacia fines de la década del ’50 comenzará a delinear una cuarta etapa, donde el antiimperialismo se constituye en el núcleo de una política de corte emancipatorio, es decir, socialista.

Pero volvamos atrás. Cooke fue uno de los pocos dirigentes peronistas que, por aquellos años, intentó convertir estos gestos aislados en un corpus ideológico coherente, transformando el agradecimiento de los y las pobres a Perón y a Eva Perón en poder popular, el odio a los y las oligarcas y el repudio de la hipocresía burguesa en praxis revolucionaria. Cooke consideraba que al peronismo le faltaba una ideología idónea. Comparaba la experiencia del peronismo con la de otros movimientos políticos nacionalistas de Nuestra América, en Bolivia o en Perú.

Cooke abrigaba la certeza de protagonizar un proceso de importantes transformaciones en el país. Sabía también que las mismas se desenvolvían en el marco de la institucionalidad vigente y que la pro-fundización de ese proceso, que él llamaba Revolución Peronista o Revolución a secas, no podía tener otras coordenadas que las provistas por la legalidad.

Cristian Leonardo Gaude inscribe la actuación de Cooke en el Parlamento en los marcos de un “republicanismo popular”. Este autor plantea que:

La libertad como no dominación, el reconocimiento del pueblo como actor virtuoso de la política, el poder público institucionalizado y la preeminencia de lo social sobre lo individual son los rasgos esenciales del republicanismo popular, y tales características podemos identificarlas en las expresiones de John William Cooke en el Congreso de la Nación .

El diputado Cooke es secretario del Bloque Peronista y miembro del Consejo Superior del Partido Único de la Revolución. Preside además la Comisión de Asuntos Constitucionales, la Comisión Redactora del Código Aeronáutico y la Comisión de Protección de los derechos de autor. Se desempeña como miembro informante de las comisiones de las que forma parte, interviene en diferentes discusiones y debates. Presenta diferentes proyectos; por ejemplo, un proyecto de Reforma Constitucional en coautoría con Ricardo César Guardo, quien presidía la Cámara. César Marcos es su principal asesor y contribuye con la elaboración de proyectos y discursos. A pesar de ser el diputado más joven, Cooke es uno de los animadores principales en la Cámara.

El 28 de junio de 1946 les responde a los diputados radicales que plantean su disconformidad bajo la forma de una cuestión de privilegio con motivo de la decisión de la presidencia de ubicarlos a la derecha del recinto.

Un mes después impulsa la derogación de la ley 4144, ley de extrañamiento de extranjeros, más conocida como Ley de Residencia, sancionada en 1902 y redactada por el senador Miguel Cané, el autor de Juvenilia. Cooke expone argumentos que demuestran la inconstitucionalidad de dicha ley a la que considera “uno de los zarpazos más grandes de la clase dominante argentina” [Obras Completas, Tomo I, p. 66]. Para Cooke la ley expresaba la respuesta paranoica de la clase dominante frente al desarrollo en el país del movimiento obrero organizado a comienzos del siglo XX. En su intervención Cooke identifica un componente específicamente autóctono (nativo y criollo) de la democracia. Algo que podríamos denominar –inspirados en José Carlos Mariátegui– como “elementos de democracia práctica”. Lejos de todo telurismo, pero destacando la materialidad del territorio, y en respuesta a los planteos de la intelligentzia argentina, afirma que “de nada hubiese valido la traducción de Rousseau; nada hubiese significado la doctrina de los enciclopedistas, si el hijo de la tierra no hubiese tenido profundamente arraigados en su espíritu los conceptos que dichas teorías preconizan”. Entre otros “conceptos prácticos” Cooke señala el desprecio de las leyes injustas y el sentido de la amistad, la libertad y la igualdad [Obras Completas, Tomo I, p. 75]. Si nos adelantamos y consideramos las posiciones de Cooke en la década del ’60 podemos conjeturar que lo mismo tuvo que haber pensado respecto de la “traducción” de Carlos Marx.

Asimismo, sus palabras parecen inspiradas en Martínez Estrada. Y, aunque no lo cita, es muy probable que Cooke haya leído Radiografía de la pampa, un libro de 1933 o La cabeza de Goliat, de 1940. Para caracterizar a la democracia argentina apela a imágenes gastadas por Martínez Estrada: la llanura, el horizonte ilimitado, el viento peinando los pastizales; también a la soledad –o al miedo a la soledad– y a la eternidad.

Cooke impulsará poco después el Proyecto de Ley que disponía la construcción de un monumento a Lisandro de la Torre, en la ciudad Rosario, en la Provincia de Santa Fe.

Tiene luego una activa participación en el debate sobre la iniciativa para la sanción de una ley de Represión de actos de Monopolio o tendientes al monopolio. En su intervención Cooke vincula los monopolios al imperialismo y recurre a Karl Marx, a V. I. Lenin a Rudolf Hilferding y Karl Mannheim, para funda-mentar su posición. Caracteriza a la Argentina como un país semicolonial y propone la nacionalización de aquellos servicios que resultasen estratégicos para la soberanía nacional.

Cooke realiza una crítica al liberalismo económico y al fundamentalismo de mercado porque considera que la tendencia a la concentración económica y a la conformación de monopolios es inherente a la economía capitalista “desregulada”. Para Cooke el libre juego de la oferta y la demanda “no era juego ni libre”. [Obras Completas, Tomo I, p. 92]. Entendía Cooke que el monopolio era un poder económico que se traducía directamente en poder político. El monopolio le permitía a la gran burguesía “reinar directamente”, anulando la autonomía relativa del Estado. Era la forma que encontraba el capital para convertir su poder sobre el proceso de producción en poder político. Y su campo de acción no solo dependía de su inmenso poder material y político sino también del colonialismo intelectual de las elites locales del mundo periférico que adherían a teorías y doctrinas afines a los monopolios; es decir, teorías y doctrinas que abonaban la dependencia. Por ejemplo, la teoría neoclásica, cuyos fundamentos se encargó de refutar en el recinto en diversas oportunidades.

Cooke se muestra partidario del fortalecimiento y la intervención del Estado y de la planificación económica. En líneas generales, los planteos del diputado Cooke giran siempre sobre la idea de un Estado fuerte cuya función es contrarrestar el poder de algunos intereses particulares en el ámbito de la sociedad civil.

Cooke es la voz de los sectores, minoritarios en el peronismo, incluyendo a grupos de derecha como la Alianza Libertadora Nacionalista (ALN), que se oponen a la ratificación, por parte del Congreso Nacio-nal, de la adhesión del gobierno al Acta de Chapultepec y la Carta de las Naciones Unidas. Para el joven diputado la unidad latinoamericana aparecía como la necesaria estrategia frente a un enemigo común: el imperialismo norteamericano y como camino autónomo en el marco del mundo bipolar de la segunda posguerra. La tesis reivindicada por el joven Cooke sostenía que, en la tarea en pos de su emancipación definitiva y su grandeza futura, Nuestra América no podía contar sino consigo misma y que la “ayuda” de las grandes potencias siempre respondería a sus propias conveniencias.

(…)

En todo caso, para Cooke, el 17 de Octubre de 1945 valía como punto de partida, pero no como punto de llegada. Como veremos más adelante, Cooke, en la década del 60, comenzará a percibir el peso que conservaba esta visión “oficial” en el seno del peronismo y sus efectos ideológicos y políticos contra-rios a cualquier proceso de radicalización. No asumirá el lugar del intelectual que trata de dotar a la clase trabajadora de discursos “redentores” sobre el pasado. Sí intentará organizar, en sentido revolucionario, los contenidos simbólicos puestos en juego por el pueblo (en el 17 de Octubre del 45 o en la Reforma Universitaria de 1918) y, sobre todo, buscará destruir los discursos oportunistas. Su propósito no resultó tan descabellado: “Fusiles, machetes, por otro 17”, corearon cientos de miles de argentinos y argentinas poco después de la muerte de Cooke.

Volviendo al debate sobre Chapultepec, cabe agregar que Cooke entendía que el destino común de Nuestra América presentaba un cúmulo de dificultades, particularmente el rol de las oligarquías locales, “umbilicalmente” unidas al imperialismo. Cooke reconocía, además, otros elementos que conspiraban contra la unidad: la actitud de quienes se dejaban seducir por las falsas promesas del imperialismo (incluyendo una parte de la izquierda argentina) y el militarismo. Para él no había opción, estaba absolutamente convencido de que valía más el trabajo paciente y los enormes sacrificios, que aceptar las apa-rentes ventajas de “continuar figurando en los planes estratégicos del imperialismo”. Por otra parte, Cooke confiaba en que el peronismo se iba consolidar, más temprano que tarde, como la vanguardia de un movimiento antiimperialista de proyección continental. Confianza compartida con otros sectores del peronismo y que se reflejó, por ejemplo, en la creación de la Asociación de Trabajadores Latinoameri-canos Sindicalistas (ATLAS) que, en la línea de la “tercera posición”, intentó influir en los sindicatos de algunos países de Nuestra América.

En el fragor del debate, Cooke muestra su independencia de criterio. Y deja entrever una visión geopolítica que parte del reconocimiento del hecho imperialista, un hecho integral de dimensiones materiales, políticas y culturales. Asimismo, su concepción geopolítica no solo tomaba en cuenta a los Estados como actores principales, sino también a los pueblos.

(…)

Cooke era consciente de su carácter atípico. Al final de una de sus más potentes intervenciones antiimperialistas concluye: “recién ahora se dicen estas cosas en el parlamento argentino”. Optimista, atribuirá la novedad al hecho de que “recién se está formando el clima” [Obras Completas, Tomo I, p. 329]. Vale agregar que después, muy pocas veces se dijeron cosas parecidas en el Parlamento argentino. Como línea de continuidad cabe destacar la figura del diputado Rodolfo Ortega Peña en los años 1973-1974.

Pero además Cooke era un orador excepcional. Su expresión poseía una inusual cadencia. Se diferenciaba del estilo tan empalagoso como indigente en materia de ideas de la mayoría de los legisladores y las legisladoras. Combinaba argumentos sólidos y punzante ironía, las convicciones y los ideales con la claridad expositiva. Sabía vapulear con la palabra, pero también con su actitud exuberante y romántica sin florituras, a veces arrogante. Su talento retórico lo tornaba imprescindible en la batalla verbal. En el fragor de alguna polémica de elevado voltaje, no se privó de bravuconadas tales como desafiar a duelo a los diputados opositores como Arturo Frondizi, Oscar López Serrot o Manuel Sarmiento. «

Hoja de vida

Miguel Mazzo es escritor y profesor de Historia y Doctor en Ciencias Sociales (UBA). Docente de la UBA y la UNLA. Autor de libros, ensayos y artículos en publicaciones nacionales y extranjeras sobre problemáticas latinoamericanas. Algunos de sus libros: Marx populi (2018), El socialismo enraizado (2013), Poder popular y nación. Notas sobre el bicentenario de la Revolución de Mayo (2011), Invitación al descubrimiento: José Carlos Mariátegui y el socialismo de Nuestra América (2009), El sueño de una cosa. Introducción al poder popular (2007), ¿Qué (no) hacer? Apuntes para una crítica de los regímenes emancipatorios (2005).