Stephanie gregory Clifford es una actriz nacida en Baton rouge, Luisiana, más conocida por su nombre artístico, Stormy Daniels, algo así como Tormentosa Daniels. Filmó más de 150 películas porno cuya difusión se disparó cerca de un 400% luego de que su caso saliera a la luz durante la última campaña electoral estadounidense.
Es que la mujer, que ahora tiene 38 años, reveló -en esos aciagos días en que los ciudadanos debatían quién sería el mejor individuo para ocupar el Salón Oval en los próximos cuatro años- que había tenido un affaire años ha con el candidato republicano, el polémico Donald Trump.
El tema sexual sobrevolaba en los mensajes electorales de una manera a veces subrepticia, a veces bien explícita.
Trump era un empresario famoso que en reiteradas ocasiones se había jactado de que podía hacer lo que quería con las mujeres. Desde manosearlas impunemente hasta llevarlas a su cama a voluntad. Por aquello de que billetera mata galán, no por un don natural de seducción.
Hillary Clinton, mientras tanto, luchaba contra el componente machista de la sociedad estadounidense -que estallaría un par de años mas tarde tras las revelaciones sobre los abusos en los estudios más prestigiosos de Hollywood- pero además guardaba una imagen poco feliz de su rol durante la presidencia de su marido.
Su silencio ante el escándalo de Bill Clinton con la pasante Mónica Lewinsky en el irónicamente llamado «Salón Oral» resultaba atronador.
Pero el caso Stormy Daniels tenía sustancia. Si bien en el momento de la relación Trump no tenía la menor aspiración de ser presidente, resultaba comprometido que el candidato hubiese tenido un amorío con una mujer del mundo porno cuatro meses después de que se esposa legítima, la modelo eslovena Melania Knauss, hubiera tenido un bebé, Barron.
Para una sociedad con un componente puritano tan arraigado eso podría ser demoledor.
La joven Stormy tenía 26 años en 2006 cuando conoció al empresario, según contó una década más tarde a Jacob Weisberg, editor de la revista Slate. En un intercambio de mails, dice Weisberg, le detalló como habían sido esos encuentros furtivos y hasta le dijo que estaba en condiciones de describir intimidades de Trump que solo se pueden detectar en un contacto cuerpo a cuerpo.
De acuerdo al relato, la atractiva muchacha parecía muy interesada en que se conociera su relación y pretendía que la revista le pagara por la entrevista.
Era el verano de 2016 y la campaña presidencial estaba a pleno. Pero Weisberg dice que el medio no acostumbra pagar por sus primicias. de modo que nunca publicaron nada.
De todas maneras, el hecho se filtró en otras publicaciones, como In Touch, donde Stormy se extendía en detalles.
Se conocieron con el millonario en un torneo de golf benéfico en Nevada, dijo.
-Se acercó a mí, me pidió mi número de teléfono y me preguntó si quería cenar esa noche y yo le contesté: «¡Sí, por supuesto!»
Esa primera cita fue en un hotel donde se alojaba Trump. Allí lo recibió el guardaespaldas del magnate, Keith Schiller.
-Donald estaba en una habitación contigua, en pijamas y mirando un documental sobre tiburones recostado en la cama- recordó. Y añadió datitosde color, como que Trump se mostraba particularmente temeroso con los tiburones y que incluso comentó que nunca haría donaciones a una ONG que protegiera a los tiburones. Que si fuera por él, tendrían que estar todos muertos.
El encuentro parece haber sido satisfactorio, porque al decir de Stormy, Trump quedó entusiasmado en repetir. Durante un año la relación prosiguió, siempre con el bueno de Keith en la puerta de la habitación de turno. La encargada de arreglar la cita era Rhona Graff, la asistente del polémico personaje.
El tema fue creciendo hasta que de pronto los estrategas de la campaña entendieron que lo mejor era acallar a la actriz. Y no tardaron en encontrar la forma civilizada de hacerlo, ya que en pocas semanas la joven desfiló ante medios masivos para decir que todo eso que se había dicho que decía simplemente no había ocurrido nunca.
Los arreglos para esa llamativa y muy conveniente desmentida se supieron el 12 de enero pasado, cuando el The Wall Street Journal publicó que Stephanie Clifford había recibido 130 mil dólares por su silencio, pagados por uno de los abogados de Trump, Michael Cohen.
Desde la Casa Blanca relativizaron la noticia. «Se trata de viejas informaciones recicladas, que han sido publicadas y desmentidas con vehemencia antes de la elección» , dijo el vocero presidencial.
Pero quedaban huecos por resolver, partiendo de la base de que lo que estaba escrito en el TWSJ tenía que cierto, ya que no había negativa específica sobre este punto. Como quién pagó, con dineros de quién y además, por qué.
Justo en el día de los enamorados, el The New York Times publicó un comunicado de Cohen donde confirma que hubo un pago por esa suma a la actriz antes de las elecciones de noviembre de 2016. Pero el letrado jura con vehemencia que «ni la Organización Trump, ni la campaña de Trump participaron en la transacción con Clifford, ni nadie me rembolsó ese pago, ya sea directa o indirectamente», y afirma que ese dinero «no fue una contribución a la campaña o un gasto de campaña por parte de nadie».
Cohen, entonces, jura que pagó de su bolsillo pero no aclaró en concepto de qué.
Stormy, mientras tanto, sigue su carrera como promotora de ese tipo de variedades que por estas tierras se definen como Teatro de Revistas. Y en abril visitará Palm Beach, cerca del club privado de Trump Mar-a-Lago, con el espectáculo «Make America horny again». Una sátira del lema de campaña del empresario, que en lugar de prometer.,como él, un «Estados Unidos grande otra vez» (Make America great again) pretende hacerlo como quien dice, nuevamente cachondo.