La agente de la Bonaerense hace pasar a la prensa a la sala de audiencias del TOC 6 de Morón. Antes de que ingresen las partes y el público, le pide a los periodistas que no graben bajo ninguna circunstancia su rostro. “Tengo familia y tengo que cuidarla”, justifica. Seguramente no lo sepa y la advertencia la realice de modo habitual, pero el caso que está punto de ventilarse destapará el modus operandi que reinó en Merlo durante dos décadas y media mientras gobernó el intendente Raúl “El Vasco” Othacehé, cuando la violencia política estaba a la orden del día.
Es el miércoles 6 de noviembre y la audiencia se demora más de una hora y media por el retraso en el traslado del Servicio Penitenciario Bonaerense del único sospechoso que llega detenido al juicio: Daniel Salazar, de 40 años, más conocido como El Negrito Matías, quien está purgando una pena por al menos tres causas de robo.
Al lado del Negrito Matías, se sentaron los cuatro imputados restantes: Enrique “Quique” Alberto Arias, de 52; Leonardo Andrés Coronel, de 44; Paulo Mariano San Román, de 42; y Fernando Daniel “Cuni” Salazar, de 47.
Todos llegaron al juicio acusados de intentar robarle hace 10 años atrás a Mauricio “el Gallego” Canosa quien hoy es funcionario de la municipalidad de Merlo bajo la gestión de Gustavo Menéndez. Sin embargo, durante el transcurso del debate se estableció que había sido algo más que un simple robo. El tribunal puntualizó que se trató de una patota vinculada a la Barrabrava de Deportivo Merlo que actuaba bajo las órdenes del jefe de Seguridad del municipio, Carlos Labrador, quien respondía directamente a Othacehé.
El debate llegó a su fin ayer viernes y El Negrito Matías fue condenado a 3 años y 8 meses de prisión efectiva, mientras que Coronel recibió una pena de 3 años de cárcel en suspenso. Ambos resultaron responsables de los delitos de lesiones graves calificadas por el concurso premeditado de dos o más personas. Pero lo más importante es que se remitieron a la Fiscalía General de Morón diferentes pruebas expuestas en el juicio para que se investigue, a pedido del fiscal Horacio Vázquez y el abogado querellante Fernando Arias Caamaño, la participación de Othacehé y Labrador como posibles instigadores de homicidio calificado en grado de tentativa.
El día que El Galleguito casi es asesinado
Canosa relató ante los jueces Alejandro Omar Rodríguez Rey, Cristian Adrián Toto y Andrea Celia Bearzi que aquel 21 de diciembre de 2009, salió de su casa en San Martín 2084, del barrio de Parque San Martín, en Merlo, para dirigirse a la casa de su ex pareja. En la vereda lo esperaba un joven conocido en el barrio como Juancito. “Hola Gallego, ¿cómo estás?”, le dijo el muchacho que no fue a juicio porque al momento del hecho era menor de edad.
“Tiende a saludarme e instantáneamente me arremete con un golpe”, reconstruyó El Galleguito y continuó: “Al principio supuse que me querían robar pero instantáneamente aparecieron otras personas y comienza la persecución y la golpiza”. A esa altura, además de Juancito se descolgaron otros dos hombres de una moto y dieron inicio a una cacería que terminaría unos 600 metros después.
Como pudo, Canosa corrió mientras esquivaba los golpes de bates de béisbol y fierros galvanizados amarillos (de los de gas). En la esquina de su casa, se sumaron otros dos autos a la persecución: un Clio y un 306. En Yapeyú y Rawson, “el 306 azul me intenta pisar, que no lo hizo de milagro. A esa velocidad me hubiera matado, pero caí en la vereda”, recordó.
Canosa intentó seguir escapando, pero ya estaba muy golpeado. En ese instante, la víctima advirtió que el Negro Matías sacó un revólver y le apuntó, al grito que dejara de correr. Los atacantes no eran menos de siete y Canosa apenas atinó a cubrirse “para que ninguno de esos fierrazos fueran a mi cabeza”. Quien estaba al mando de la patota era Carlos Alberto Salazar, alias Caio, que no estuvo en el banquillo de los acusados porque fue asesinado hace unos meses atrás.
“¡Matalo, matalo!”, azuzaba Caio a su tropa mientras descargaban su furia sobre todo en las piernas de Canosa. Unos minutos después, Cuni Salazar, con quien la víctima había compartido clases de Catequesis en la infancia, dijo “ya está, ya está”. Recién ahí, los agresores se subieron a los vehículos y se fueron.
Persecución política
“El motivo era extremadamente político. En ese momento, generó una ruptura política con el ex intendente de Merlo, Raúl Othacehé, donde producto del esfuerzo de mi organización política y mi militancia, estábamos generando un desestabilizamiento a los esquemas de poder que Othacehé pregonaba en Merlo. Era vox populi que en el distrito te silenciaban de esa manera, amedrentándote, amenazándote, extorsionándote. El aparato represor de Othacehé tuvo fundamentos con este grupo de personas”, le manifestó Canosa a los jueces.
“Mucha gente tenía miedo y no quería opinar. Era muy difícil impulsar una denuncia de estas características, sabiendo el contexto político que se vivía en Merlo, quien gobernaba y en qué escala del poder se encontraba”, agregó la víctima y continuó: “Esta gente se sostenía de esta manera, cualquier voz que se alzaba en contra de estas prácticas era callada de esta forma. Hay muchos casos. No soy el único”.
Unas 48 horas más tarde de la paliza, el padre de la víctima, Ramón, y la hermana, Laura, fueron echados de la municipalidad. Ambos declararon en el juicio como testigos. Ramón señaló que en el distrito no se permitía pensar diferente al poder dominante y que no sólo no pudo ir más a ver al Deportivo Merlo, sino que también dejó de frecuentar amistades. “Mis amigos de toda la vida me decían ‘no te juntes con nosotros porque nos perjudicás’. Les clausuraban los negocios, los amenazaban. Fue muy triste eso”, dijo Ramón.
Laura, en tanto, se refirió al tiempo en que su hermano estuvo internado en el hospital local. El lugar “se llenó de punteros políticos” que querían saber si iba a hacer una denuncia y qué detalles pudiera llegar a declarar; y aparecieron personas que se presentaban como policías a “colaborar”. “El hospital se había convertido en una gran unidad básica” describió Laura y agregó: “Lo queríamos sacar del distrito porque corría mucho riesgo, pero no me animé porque lo teníamos que sacar por nuestra cuenta y él estaba muy golpeado en la cabeza”. Finalmente, el muchacho fue trasladado a la Clínica Provincial de Merlo, donde se sintieron algo más seguros. A los días le dieron el alta y estuvo un mes en silla de ruedas.
Tras echarla de la municipalidad, Laura tuvo que mudar la empresa que tenía con su marido a Ituzaingó, porque todos los días los inspectores municipales encontraban una excusa para clausurarla. No conformes, la saña contra los Canosa fue tal que la persecución continuó contra la madre de Laura y Mauricio, quien era auxiliar de escuela. “Comenzaron a mandarla a las escuelas más lejanas del distrito, como diciendo ahí la tienen. Ahora le toca a ella, lo que ustedes pensaban que era intocable. Durante dos años con mi hermano la llevábamos y pasábamos a buscar porque teníamos vergüenza de lo que le estábamos haciendo pasar. Nos sentíamos culpables por haber decidido acompañar a quien hoy es intendente”, dijo Laura, en referencia a “El Tano” Menéndez, quien en 2015 le ganó las PASO a Othacehé y luego obtuvo un claro triunfo en el distrito que desde 1995 gobernaba con mano de hierro El Vasco. Este año, Menéndez revalidó su supremacía ante Othacehé en las internas y volvió a ganar en las generales.
El poder como instigador de la violencia a través de los barras
La hipótesis de la víctima fue confirmada por los propios sospechosos. Si bien Cuni Salazar resultó absuelto, al comprobarse que durante la paliza estaba trabajando en Vialidad Nacional, su testimonio fue fundamental para establecer cómo se articulaba la violencia política: “Me entero de todo cuando llego de trabajar a la casa de mi mamá y por mi hermano (Caio) fallecido que también fue una víctima más del ex intendente. Escuchaba las cosas que pasaban. Él era mandado”.
Cuni comentó que le recriminó a Caio haber quedado involucrado en la denuncia de Canosa sin haber tenido nada que ver. Precisó además que Caio solía actuar bajo las órdenes de Carlos Labrador, histórico jefe de Seguridad de Othacehé, y fue el propio Caio quien le dijo que se quedara tranquilo que la municipalidad ya había puesto abogados. “Él trabajaba para el intendente y me contó que la orden era más pesada que pegarle”, agregó.
A su turno, Leonardo Coronel se hizo cargo de la paliza, pero no del intento de robo y desvinculó del hecho a Quique Arias, Paulo San Román y a Cuni. “Nos junta en el momento Caio y nos dice que había que ir cagarlo a palos a Mauricio. Éramos Matías, Juancito, un tal Chaqueño, Martín “Garrapiñada”. Eran todos pibes que íbamos a la cancha de Deportivo Merlo. Caio era el jefe de la hinchada. En ese momento nos dijo que teníamos que ir a hacer eso que era una orden de arriba. Todo esto también lo escuchamos por radio, que estaba en un canal abierto, y yo estaba en ese grupo”, declaró.
“La directiva que bajaba Carlos Labrador, a quien le decían Carly, era que había que bajarlo y hacerle de todo”, insistió Coronel quien recordó que Caio manejaba la situación. Sin embargo, afirmó que cuando vio a Canosa en el piso, pensó: “Ya está, no era para matarlo ni nada de eso. Era una intimidación. Una cagada a palos, cañazos, con los palos de béisbol, pero no teníamos pensado acatar la orden del jefe de Seguridad de Othacehé”. Coronel comentó que tras la golpiza volvieron a la casa de Canosa donde este tenía su coche y lo rompieron a fierrazos.
“Soy un hombre de trabajo que me mandé la macana de hacer eso”, insistió Coronel quien reconoció haberle dicho a Canosa: “Esto lo manda el intendente”. Tras la paliza, los violentos se reunieron para analizar el ataque: “Ahí el tema era por qué lo habíamos dejado vivo, por qué no lo habíamos matado”. El reproche que se escuchaba por radio venía por parte de Carly y Caio, quienes hacían saber que no se había cumplido la orden “que bajaba de Othacehé, a quien le decían El Hombre o El Viejo”, detalló el condenado, al tiempo que dijo que era común que la patota realizara “este tipo de trabajos”.
Después, El Negro Matías también confesó: “Fuimos manipulados por mi hermano Caio que nos llamó y nos dijo que teníamos que hacer un trabajo para El Hombre, El Vasco, y bueno… no queríamos, pero si no lo hacíamos nos pasaba algo a nosotros”.
“Me arrepiento –añadió- de las cosas que hice en ese momento. Nos daban órdenes desde arriba para matarlo a Mauricio, porque estaba haciendo política en contra de él por lo que yo tenía entendido”.
Arias, por su parte, también se desentendió de la paliza a Canosa, pero admitió que Caio le había comentado todo lo que había pasado y que él solía “hacer estos trabajos para El Vasco. Siempre nos mandaba a hacer estas cosas, pero no tan rigurosas. Pero siempre estábamos a disposición de Carlos y El Hombre” y pidió custodia para su familia por estar declarando en contra del ex intendente.
San Román aseguró que quedó involucrado en el hecho sólo por ser vecino de los Salazar. Indicó que no le gusta el fútbol ni la política y que no conocía a la víctima. Además, reconoció que Caio le había garantizado que su situación se iba a resolver porque El Vasco “se estaba encargando de eso”. De hecho, tuvo al menos siete abogados y no conoció a ninguno de ellos personalmente.
Una familia atravesada por el fútbol, la violencia y la política
Los Salazar son fuertes en Deportivo Merlo. Jorge Alberto Salazar, conocido como El Cordobés, fue amo y señor de esos tablones durante 20 años, hasta que murió en el 2000. En ese entonces, dos de sus siete hijos, Dante y Caio, estaban presos por un homicidio por el cual la justicia finalmente los absolvió. Cuando salieron de la cárcel, comenzaron una guerra despiadada por hacerse cargo del legado.
Las batallas campales entre los soldados de cada uno de los bandos y los propios hermanos Salazar eran cotidianos y habían traspasado los límites de la cancha del Charro. Por caso, cuando el equipo de Parque San Martín estuvo en el Nacional B y en la B –hoy se encuentra en la C- se quedaron sin la presencia público local por los violentos encontronazos.
En noviembre de 2009, la madre de los Salazar, María Inés Díaz, fue baleada en el abdomen y en la mano presuntamente por Caio, quien intentó sin fortuna matar a Dante. En agosto de 2012, Caio tuvo otra oportunidad y esta vez sí hirió a Dante de un balazo en la pierna. “Estaba saliendo de casa, después de comer un asado con mi señora y mis tres hijas. Él se bajó de un auto y me disparó. Había testigos y ahora está en la calle lo más bien”, contó en aquel momento al portal 24con Dante, quien afirmó que Caio tenía fluidos contactos con la policía.
“Agarraron juntos la barra hasta que la política y la policía me los dividió de nuevo en 2010. Le decían a uno ‘agarrá vos y hacemos esto o aquello’, y entonces empezó esta guerra que no para más», dijo María Inés en 2012 al diario Olé.
El sábado 7 de septiembre por la tarde, Caio fue interceptado por un auto en el que iban tres sicarios desde donde le dispararon al menos cinco balazos. Uno de ellos impactó en la cabeza. El jefe de la barra agonizó 11 días en el hospital Eva Perón y murió.