Señor Presidente de los Estados Unidos,
Señoras y Señores Jefes de Estado y de Gobierno
Señoras y Señores
Quiero empezar estas palabras estimando los esfuerzos realizados en la organización de esta Novena Cumbre de las Américas. Lamento que no hayamos podido estar presentes todos los que debíamos estar, en este ámbito tan propicio para el debate.
Hoy me toca hablar en mi condición de presidente pro tempore de la CELAC. Somos la Comunidad de Estados de Latinoamérica y el Caribe. Allí convivimos en la diversidad y nos respetamos. Tenemos miradas distintas, pero compartimos preocupaciones semejantes en este presente tan complejo.
Nos preocupa que América Latina y el Caribe hayan emergido de la pandemia como la región más endeudada del mundo en desarrollo. El peso promedio de la deuda externa supera el 77 % del producto bruto regional. Nos preocupa la informalidad laboral que hoy supera el 50 %. Nos duele esta suerte de “lotería del nacimiento” que hace que quienes nacen en humildes pueblos de nuestra región, vean reducir casi 15 años sus expectativas de vida respecto de quienes nacen en barrios acomodados.
¿Por qué padecemos semejantes penurias si nuestra tierra nos ha dotado para producir alimentos y energía como a muy pocas regiones del mundo? La respuesta se encuentra en el orden global. El mundo central ha fijado reglas financieras evidentemente inequitativas. Unos pocos concentran el ingreso mientras millones de seres humanos quedan atrapados en el pozo de la pobreza.
Desde la periferia en la que nos colocan, la América Latina y el Caribe miran con dolor el padecimiento que sobrellevan pueblos hermanos. Cuba soporta un bloqueo de más de seis décadas impuesto en los años de la “Guerra Fría” y Venezuela tolera otro mientras que una pandemia que asola a la humanidad arrastra consigo millones de vidas.
Con medidas de ese tipo se busca condicionar a gobiernos, pero en los hechos solo se lastima a los pueblos.
Definitivamente hubiésemos querido otra Cumbre de las Américas. El silencio de los ausentes nos interpela. Para que esto no vuelva a suceder, quisiera dejar sentado para el futuro que el hecho de ser país anfitrión de la Cumbre no otorga la capacidad de imponer un “derecho de admisión” sobre los países miembros del continente. El diálogo en la diversidad es el mejor instrumento para promover la democracia, la modernización y la lucha contra la desigualdad.
Presidente Biden. Estoy seguro de que es momento de abrirse de modo fraterno en pos de favorecer intereses comunes. Los años previos a su llegada al Gobierno de los Estados Unidos de América, estuvieron signados por una política inmensamente dañina para nuestra región desplegada por la administración que lo precedió. Es hora de que esas políticas cambien y los daños se reparen.
Se ha utilizado a la OEA como un gendarme que facilitó un golpe de estado en Bolivia. Se han apropiado de la conducción del Banco Interamericano de Desarrollo que históricamente estuvo en manos latinoamericanas. Fueron desbaratadas las acciones de acercamiento a Cuba, en las que el Papa Francisco medió, que habían significado avances logrados por la administración de Barack Obama, mientras usted era vicepresidente. La intervención del gobierno de Donald Trump ante el Fondo Monetario Internacional, fue decisiva para facilitar un endeudamiento insostenible en favor de un gobierno argentino en decadencia. Lo hizo con el solo propósito de impedir lo que acabó siendo el triunfo electoral de nuestra fuerza política. Por tamaña indecencia sufre hoy todo el pueblo argentino.
En esta Cumbre debemos analizar el presente y proyectar el mañana en pos de una reconstrucción creativa del multilateralismo. No se puede imponer un pensamiento único en un mundo que exige la armonía sinfónica frente a los dramas comunes.
Aquí permítanme señalar la urgente necesidad de reconstruir las instituciones que fueron pensadas precisamente para integrarnos.
La OEA, si quiere ser respetada y volver a ser la plataforma política regional para la cual fue creada, debe ser reestructurada removiendo de inmediato a quienes la conducen.
La Banca de Desarrollo Regional, sin más demoras, tiene que volver en su gobernanza a América Latina y el Caribe. El BID requiere un proceso de capitalización para tener más y mejores medios de financiamiento.
En la América en la que vivimos, tampoco son admisibles las exclusiones al bienestar, al financiamiento sostenible, a la diversificación productiva, a la tecnología para el progreso social y a la equidad de género. Asumamos el desafío de atender las causas profundas que ponen en tensión nuestra convivencia democrática.
El mundo está siendo amenazado por oportunistas del odio que siembran desánimo en pueblos muy golpeados por la pandemia. Es hora de enfrentarlos.
América Latina y el Caribe saben de la necesidad de la integración como una condición básica para lograr el desarrollo.
La invasión de Rusia sobre Ucrania impacta de lleno sobre nosotros. Es urgente construir escenarios de negociación que le pongan fin a la catástrofe bélica. Sin humillaciones ni deseos de dominación. Sin geopolítica deshumanizada ni privilegios de violencia.
Que la tragedia humanitaria que vivimos no nos ciegue. Estoy convencido de que estamos frente a la oportunidad de plantearnos el desarrollo de una verdadera Asociación Estratégica Común. Les propongo dos grandes objetivos: organicemos continentalmente la producción de alimentos y proteínas y desarrollemos nuestro enorme potencial energético y de minerales críticos para la transición ecológica.
Vengo de un país humanista donde consagramos el valor de los derechos humanos como el corazón de nuestra identidad y siempre defenderemos su vigencia en todos los ámbitos.
Precisamente por eso nos resulta natural pensar en la construcción de un futuro sostenible, resiliente y equitativo, como reza el lema de esta cumbre. No he venido a Los Ángeles a discutir cuándo hacerlo. El momento es hoy. El hambre ataca. Solo debemos debatir cómo hacerlo.
Ante tanta desigualdad, debemos plantear la necesidad de políticas impositivas progresivas, aun cuando las élites domésticas nos presenten como un peligro para la calidad democrática. La renta inesperada que la guerra entregó como un regalo a grandes corporaciones alimenticias, petroleras y armamentísticas debe ser gravada para mejorar la distribución del ingreso.
¿Para qué nos eligieron si no es para llevar adelante medidas en beneficio del conjunto de la población y no de unos pocos? No hay teoría del derrame de riqueza que haya funcionado. Ya es hora de que tomemos nota y actuemos en consecuencia.
El cambio climático también nos enfrenta a nuevos desafíos. El Caribe lo padece de modo dramático y no hay tiempo para esperar respuestas. Somos acreedores ambientales. Aportamos oxígeno al planeta y no somos responsables de emitir los gases que provocan el efecto invernadero. La injusticia ambiental que vivimos destruye nuestro continente. Debemos enfrentar la transición ecológica contando con auxilios financieros suficientes que movilicen la innovación con justicia social.
Argentina es un país pacífico. Seguimos reclamando por las vías diplomáticas los legítimos derechos que nos caben sobre nuestras Islas Malvinas. Seguimos confiando en el diálogo. Tras la tragedia de la pandemia, observamos a las guerras como el triunfo de la insensibilidad humana.
Debemos construir juntos, en unidad, un renovado humanismo, que, como enseña el Papa Francisco, comience por los últimos, para llegar a todos y todas.
Unidos o dominados.
Unidos por la “casa común” o dominados por la codicia económica.
Unidos por el multilateralismo o dominados por la polarización.
Unidos por la democracia con inclusión social o dominados por el individualismo y la miseria colectiva.
Presidente Biden. Estoy aquí tratando de construir puentes y derribar muros. Como presidente de la CELAC quiero invitarlo a participar de nuestra próxima reunión plenaria. Sueño que en una América fraternalmente unida, nos comprometamos a que todos los seres humanos que habitan nuestro continente tengan derecho al pan, a la tierra, al techo y a un trabajo digno.