Un sobretodo que mide un metro y medio. Un maletín de cuero colgándole del brazo. Es un mito y, aun así, nadie lo mira, quizá sea el gobierno de la juventud o la globalización. A pesar de tener 66 años, todavía es un ropero. Pisa el hotel Hilton del aeropuerto de Ámsterdam y va hasta la recepción para preguntar en dónde lo esperamos. Entonces, me acerco, lo intercepto y me presento:
-Louis, un gusto, soy el encargado de comunicación del cuerpo técnico.
-¿Periodista?
-Sí
-Me compadezco.
Ni sonríe: andá a saber si fue un chiste. Vivió cinco años en Barcelona, donde ganó dos Ligas, acusó a Rivaldo de no manejar bien el estrellato y dejó una definición para la historia: “Cuando el equipo no tiene la pelota, Riquelme es jugar con uno menos”. Van Gaal, el primer heredero de Johan Cruyff, la tercera descendencia de Rinus Michels, esa tarde de 2018 pregunta en qué mesa nos sentamos, cruza las manos, interroga qué es lo que queremos hacer y, al 30% de la exposición que le hace este cuerpo técnico argentino, se cansa y lanza un dardo que contradice la historia: “Los extremos no sirven más. No hay que ponerlos más”.
Plaf. Como si el Papa Francisco dijera que la Biblia no sirve para nada. Van Gaal llegó al Ajax en 1991 y tuvo que lidiar con un rival durísimo como el PSV, que ostentaba al brasileño Romario como goleador. “La libreta no gana partidos, los partidos lo ganan los jugadores, pero ayuda a mejorar a los futbolistas”, justificaba, tras esa imagen de ser el primer entrenador irrestricto en su metodología. El plan táctico era fundamental: 3-4-3. Apostó por la juventud del Ajax y quedó en la historia: Van der Sar, Edgar Davids, Seedorf, Reiziger, Bogarde, los de Boer, Overman. Más algunas inversiones surrealistas para la época: los nigerianos Kanu y Finidi George, más el enganche finlandés Jari Litmanen. En 1995, en Viena, en el minuto 85, con el gol del joven Patrick Kluivert, rompió el paradigma: le ganó al último campeón de la Champions, el Milan de Fabio Capello.
Del otro lado del mundo, Marcelo Bielsa estudiaba lo que años después confesaría: “Mi modelo siempre ha sido Van Gaal, estudié más de 250 partidos de sus equipos. Al llegar al 170, adiviné los cambios que iba a hacer y comprendí que había asimilado su pensamiento”. El éxito en Ajax lo llevaría a Barcelona, tierra donde Cruyff había ganado dos Champions como entrenador, el siguiente paso obligatorio. Tuvo dos etapas, del 97 al 2000, y del 2002 al 2003. En la primera, conoció a Pep Guardiola, ya adulto, camino a ser entrenador y voraz preguntador del juego: “Entre los entrenadores que he tenido, ha sido Van Gaal con quien más tiempo he pasado hablando de fútbol. Con el que más y con el que mejor. Hablaba de fútbol, cosa que me encanta hacer, y lo hacía con una persona a la que le gustaba hablar tanto como a mí. Me divertí porque pude contrastar diferentes puntos de vista. El modelo ajeno que más me gusta es el Ajax de Louis Van Gaal, o sea un equipo con flexibilidad para componer sus líneas de acuerdo a las exigencias del planteo del rival, en el momento de la recuperación. Además, a mí me interesa que el equipo tengo un proyecto propio e independiente en ofensiva”. Y dijo algo más, guiado por el gurú: “El fútbol arranca por los extremos”.
Bielsa lo resumía, en otro tiempo: “Cualquier estudio que se realice sobre cómo se convierten los goles en cualquier torneo, revela que el 50% tiene su origen en el juego por los costados. Si uno quiere un equipo protagonista, debe poner mínimamente dos jugadores por cada sector”.
Cómo podía ser, entonces, que tantos años después aparezca en Amsterdam el ejecutor de los extremos y diga que no existen más. Que justifique que se terminaron porque son demasiados años de preparar laterales para defender. Que plantee que el problema tiene que ver con los verbos: “Ya no hay que estar, hay que llegar”.
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El concepto argentino del extremo queda en manos de un teórico: “Y aquí estoy. Como siempre. Bien tirado contra la raya. Abriendo la cancha. Y eso no me enseñó nadie. Son cosas que uno ya sabe solo. Y meter centros o ponerle al arco como venga. Para eso son wines”. Así comienza Memorias de un wing derecho, de Roberto Fontanarrosa, un cuento sobre el metegol, basado en el ideal de una delantera de Rosario Central, con Raúl Bóveda, Cabral y Mario Kempes.
Si se habla de extremos, en Argentina se piensa en dos figuras: Oreste Osmar Corbatta y René Houseman. Ambos con vidas desordenadas y con gambeta capaz de quedar frente a un marcador de punta y pasarlo. Pero esa forma se ha ido perdiendo. El equipo modelo de esta década es el River de Marcelo Gallardo, a quien se le recuerda apenas un partido con wines, contra Jorge Wilstermann, el 8-0 que le sirvió para remontar un resultado en octavos de final de la Libertadores 2017. Sin embargo, sería falso asumir que no ocupa esa zona: lo hace desde la premisa que planteaba el nuevo Van Gaal: no estar, sino llegar. Funciones que cumplen a la perfección los laterales Montiel y Casco, quienes atacan el espacio, o a veces los mediapuntas que tiran diagonales hacia afuera.
El cuento de Fontanarrosa es una referencia que trae Mariano Soso, flamante entrenador de San Lorenzo, cuando se le consulta para qué sirven los extremos. Aunque ya no los usa siempre debido a que, a veces, no tiene futbolistas con esa característica y no se somete al dogma por el dogma, el primer concepto que tira es el de amplitud. Sirven para hacer ancha la cancha, generando espacio para atacar para adentro o construyéndose las condiciones para recibir y encarar.
Sebastián Beccacece, director técnico de Racing, agarra su celular y da una clase desde su casa sobre para qué sirven los extremos: “Es para tener amplitud, más allá de que también te la pueden dar los laterales. Pero lo principal es el desnivel. El desequilibrio que te pueden aportar en el ataque. Eso desde el aspecto ofensivo, desde el defensivo también te ayuda a cubrir espacio en los costados. A tener esa pareja con el lateral. Pero la principal característica es que puede abrir caminos a través de la técnica individual”.
Miguel Ángel Ramírez es el conductor de Independiente del Valle, el pequeño equipo ecuatoriano que rompió el continente y deja boquiabierto a quien lo mire. Viene de ganar la Sudamericana y es el mejor equipo de esta Libertadores que está en pausa por el Covid-19. Es español, docente y su ideología es la de la posesión de la pelota. Desde ese paradigma, caracteriza el valor de los extremos: “El fútbol trata de espacios y, en esos espacios, algunos el contrario te los regala y otros no son gratis. Los tienen que pagar. ¿Cómo los pagas? A través de fijaciones, fijaciones con balón o fijaciones sin balón. En nuestro modelo de juego, los extremos son fundamentales fijadores sin balón. Los extremos como el punta son fijadores de la línea de cuatro rival. Con tres, eliminamos cuatro. Eso quiere decir que en otra parte del campo tendremos uno más para jugar y construir el juego”.
El diseño de un equipo tiene más posibilidades tácticas que jugadores. En el ataque está el extremo por cada lado, el centrodelantero, el segundo punta. Todos esos con la posibilidad de agregarle la palabra falso: falso nueve, falso extremo. Lo hermoso del juego estratégico es eso. Incluso más: puede un futbolista ocupar dos posiciones, como ocurre con Sebastián Villa en Boca, que es volante y extremo, como sucede con Montiel en River, que es lateral y wing. Ser o llegar. Espacio o amplitud. Sorpresa o control. Ideologías, se podría decir. O simplemente una cuestión verbal, como dijo Van Gaal. Oportunismos, según la ocasión o el bolsillo. Elecciones: hasta dentro de un mismo ser humano.