El viernes 11 de noviembre se realizó en el Departamento de Economía de la Universidad Nacional del Sur (UNS) un homenaje por los 50 años del plan de estudios heterodoxo de economía. Aquel plan fue relevante más allá de la historia institucional de esa casa de estudios, porque abrió el debate público hacia la construcción de una mirada plural de nuestros problemas.
No deja de ser llamativo cómo tantos lugares comunes, sentidos construidos casi como naturales, coinciden con ideas de corte neoclásico. Metáforas y analogías de uso generalizado, al alcance de la mano para saldar debates con una sola sentencia perentoria. Soluciones mágicas que resuelven, por acto puro de la voluntad de quien enuncia, todos los malestares económicos y que si no son puestas en práctica es por la resistencia -egoísta y populista a la vez- de líderes mal informados o mal intencionados. Una sociedad compuesta de individuos libres que se auto-regulan, y tienen todas las recetas listas para todos los problemas sociales, que no dejan de ser la suma de los suyos propios.
¿Acaso es una verdad impertérrita, a la cual amenazan solo ignorantes y charlatanes? ¿O se trata más bien de un efecto construido? Porque no deja de ser llamativo que esta visión, tan común, suene casi calcada a lo que repiten noche y día los economistas ortodoxos en todos los soportes comunicacionales posibles. Incluso hay algunos que hoy han ganado visibilidad por hacerlo con más gritos que antes, acusando de tibios a quienes los precedieron con las mismas ideas. Economistas “serios”, que saben cómo funcionan las cosas, y pueden predecir todo -a pesar de errarle a diario-, explican siempre cómo el Estado atenta contra el buen funcionamiento de la economía privada.
Pero todo esto es una manera muy particular de entender la economía. Más específicamente, es un enfoque que reúne formas de entender la realidad, ordenarla, observarla y explicarla. Se trata de la mirada ortodoxa, una familia de teorías que comparten puntos básicos en común. Ahora bien, este enfoque está lejos de ser el único que existe. Si hubiera una sola verdad constituida de manera completa y ya conocida, la economía no sería una ciencia: sería una religión, un credo. El conocimiento científico está siempre buscando mejores herramientas, nuevos conceptos, datos más precisos sobre lo que ocurre, y para ello utiliza diversas aproximaciones según el problema a resolver. En Economía, lamentablemente, se ha generalizado a lo largo de décadas una forma de entender el conocimiento económico como una única verdad autoevidente.
¿Cómo es que se expandió esta mirada de la economía? Las formas son muchas. La ortodoxia a nivel mundial se encargó de organizar sus propios institutos de formación, de análisis de políticas y periódicos. La Sociedad Mont Pelerin, creada por Frederich Von Hayek, se encargó de coordinar esta tarea, y a través de vínculos con políticos y empresarios, buscaron financiamiento para fortalecer la difusión de sus ideas. En la Argentina, diferentes centros de estudios y de análisis de políticas públicas cumplieron un rol clave en la generalización de estas ideas, mediante la producción de informes, consultorías e intervenciones en el debate público. Resaltan el Instituto para el Desarrollo Empresarial de la Argentina (creado en 1960), FIEL (de 1964), la Sociedad de Estudios y Acción Ciudadana (1976), la Fundación Mediterránea (1977), el CEMA (1978), la Escuela de dirección y negocios (futura Universidad Austral, de 1978).
Como se puede notar, las décadas de los ’60 y ’70 fueron particularmente activas en la creación de estas instituciones encargadas de difundir ideas específicas en el debate público e influir sobre quienes toman las decisiones políticas. Son años clave, no solo en la historia política del país, sino en la organización del campo de conocimiento económico.
La Universidad Nacional del Sur (UNS) había creado la primera carrera de economía del país en 1958, seguida por la Universidad de Buenos Aires y la Universidad Católica Argentina. Luego iría ampliándose la oferta en otras casas de estudio. Durante sus primeros años de vida, la carrera se debatía sobre cómo separarse de sus vínculos con el derecho y la contabilidad, dando densidad a un campo intelectual propio. No se trataba solo de una demanda corporativa o institucional -economistas que querían su propia facultad- sino de una necesidad propia del momento histórico: en el mundo occidental eran años de expansión de las políticas de desarrollo, y en la Argentina esto se traducía en la industrialización guiada por el Estado. Para que el Estado pudiera elaborar políticas públicas de desarrollo necesitaba de profesionales formados que pudieran dar cuenta de la especificidad de cada territorio, de las demandas y necesidades de sus habitantes, cómo se podían poner en marcha las fuerzas sociales que desplegaran una mejora en las condiciones de vida y la modernización de la economía. A nivel latinoamericano, esto tuvo un movimiento similar con la creación de carreras de sociología y de ciencia política, impulsado en especial por los organismos internacionales -por ejemplo, por la CEPAL-.
La enseñanza en economía, entonces, se vio desafiada a revisar su propia trayectoria y ponerse a la orden del desafío contemporáneo. Pero esta reformulación estaba tensionada por la fuerte presencia de una corriente en competencia, asociada a las ideas de la ortodoxia. Un importante impacto tuvieron los acuerdos que facilitaban becas de formación de posgrado para docentes, en especial en las universidades de Cuyo y Tucumán. Docentes que se formaban en el exterior -Chicago era una de las universidades más frecuentemente visitadas- y volvían con estas ideas en mente, estaban en tensión con docentes más vinculados a corrientes nacionalistas, desarrollistas y de izquierdas.
El corto verano heterodoxo en la UNS
Es en ese marco que la UNS sostuvo el que fue probablemente el caso más significativo de revisión de su formación. Hasta entonces estaba fuertemente influida por un grupo reducido de docentes, que incluía un grupo de exiliados rumanos -Uros Bacic, Florin Manoliu, Lascar Saveanu-. A partir de 1969 encaró un proceso institucional buscando modernizar la carrera, bajo la dirección inicial de Roberto Domecq –un creador de universidades nacionales-, Carlos Barrera y José Luis Coraggio. Este grupo convocó a economistas de todo el país, así como del exterior, para impulsar la formación del cuerpo docente en aras de darle un salto de calidad al programa. El impulso de quienes entonces eran estudiantes fue clave, bajo la necesidad de una formación más realista.
Tras una serie de seminarios, se aprobó la creación de un nuevo plan de estudios, que se aplicó de manera transicional desde 1972. El nuevo plan se proponía lograr formar economistas con una mirada plural, anclada en la realidad concreta. Para ello, se introducía a les estudiantes en los diversos enfoques y miradas, cada cual con su herramental, apto para abordar diferentes problemas sociales. Se buscaba explícitamente construir un abordaje comprometido con el desarrollo y la transformación social. Se trató de una propuesta heterodoxa de formación de economistas, a la cual apostaron un gran número de economistas de todo el país: Héctor Pistonesi, Miguel Teubal, Oscar Braun, Horacio Ciafardini, Alberto Barbeito, Enrique Melchior, entre otros. Se trataba de un plan de estudios de excelencia y de mirada plural, es decir, contemplando las diversas miradas.
Sin embargo, la experiencia duró poco. Bajo la impronta de la AAA, llegó la intervención de la UNS de la mano de otro rumano –sin títulos universitarios conocidos-, Remus Tetu, quien cerró el Departamento y el Instituto en marzo de 1975. Tetu cesanteó a al menos 220 docentes, incluyendo cerca de 25 de Economía. Se volvió al plan previo, añadiendo además la censura de libros de texto y la exclusión de docentes.
Ya en dictadura, en agosto de 1976, el ex general Acdel Vilas explicó públicamente que se había logrado el “desbaratamiento de un amplio plan de infiltración extremista”, cuyo epicentro ideológico estaría en Economía y Humanidades de la UNS. Se constituyó la denuncia por infiltración subversiva marxista mediante el Expediente 612/76, que consta de dieciséis cuerpos y 3.264 folios. Por este motivo, fueron detenidos los economistas Miguel Ángel Arias, Alberto Barbeito, Carlos Barrera, Horacio Ciafardini, Héctor Pistonesi Castelli, Luis Alberto Rodríguez, Anahí Rodríguez de Tapattá, Dolio Sfascia, Heber Tapattá y Alfredo Villamil. En el intento de defensa por la causa, se consultó a economistas prestigiosos sobre el plan, y el consenso era que no se trataba de un plan marxista, sino de una formación plural. Esta fue la opinión de Milton Friedman, Joan Robinson, John Hicks, François Perroux, Alain Cotta y Piero Sraffa.
Las historias se llenan de tristeza desde entonces, con estudiantes del Departamento detenidos-desaparecidos, y diversas historias de exilio al exterior y al interior del país. Ciafardini, por caso, pasó casi toda la dictadura preso, y cuando finalmente pudo salir en libertad, falleció en las escalinatas de la UBA, cuando volvía a dar clases. El terrorismo de Estado dio por tierra el mayor intento de formación plural de economistas.
Cuando reabrió la carrera, la ciñó a una sola visión central de la disciplina: la ortodoxia neoclásica. Se centró en una mirada despojada de historicidad, con material bibliográfico prohibido y docentes excluidos. Aunque el caso de la UNS sea una versión extrema, representa lo ocurrido en otras casas de estudio: la adopción por la fuerza de una visión sesgada de la economía. Contra lo que se suele suponer, no se trató de una “victoria epistemológica”, donde una escuela de pensamiento se muestra como la cúspide del conocimiento en una materia; fue una imposición basada en el terror. Esta formación sesgada, repleta de ideología que obliga a repetir supuestos y soluciones como mantras, fue la que se consolidó durante la dictadura.
El verano democrático de Alfonsín no pudo, no quiso o no supo cambiar este estado de las cosas. Si bien se aprobó por decreto la restitución de cargos a docentes cesanteados durante los años previos, las universidades resolvieron caso a caso. En Economía de la UNS, el regreso fue casi imposible para la gran mayoría. Pistonesi y Silvia Gorenstein apenas dos casos de retorno, que debieron lidiar con la persistencia de personal designado durante la dictadura, o incluso más, con responsables institucionales –como el caso de Roberto Bara, ex rector interventor de la UNS y docente del Departamento hasta su jubilación en el siglo XXI-. Del terror no se logró volver del todo.
La formación en Economía quedó teñida de sangre y miedo. “De eso no se habla”. Centenares de economistas fueron formados/as con este sesgo, asumiendo en muchos casos con la mejor buena fe que la economía ortodoxa es “la” economía, y todo lo demás quizás sea sociología, historia o periodismo, mas no economía. Es con esta formación que ejercen docencia, opinan en medios de comunicación, elaboran y evalúan políticas públicas, escriben recomendaciones y manuales. La academia como fenómeno sistémico favorece la reproducción de lo dado: quienes aceptaron esta mirada, tenían más chances de ganar cargos docentes, de publicar en revistas de prestigio, de ganar becas, de dirigir institutos. Lo que inició por la fuerza, siguió por la inercia.
No es de extrañar entonces, que por la sola reiteración infinita de esta misma mirada, la economía ortodoxa haya ganado tanto espacio en la opinión pública. Por fortuna, la historia no está nunca cerrada. La incapacidad de la ortodoxia de dar respuesta creíble a los desafíos de la realidad argentina fomentó la búsqueda de estudiantes y docentes por una mirada más amplia. Tras décadas de esfuerzos personales y de pequeños grupos, de la resistencia tozuda de algunos espacios institucionales, la heterodoxia ha visto su rebrote en los últimos años. Nuevas carreras y programas de posgrado estimulan la esperanza de contar, en los tiempos por venir, con economistas con compromiso hacia su realidad y capacidad para distinguir ciencia de dogma.