En 2011 Richard Osman (49) conoció el sabor de la fama como presentador de Pointless, el concurso más exitoso de la televisión británica. Diez años después, el éxito vuelve a llamar a su puerta, pero esta vez lo hace con su primera novela, El club del crimen de los jueves, un policial negro condimentado con un humor desopilante.
Apenas apareció, igualó las cifras de venta de Harry Potter –más de170.000 ejemplares vendidos en el Reino Unido en dos semanas- y mientras su fama comenzó a recorrer Europa, Steven Spielberg adquirió sus derechos y empezó a preparar su adaptación al cine. Por su parte, el autor firmó contrato con la editorial por tres libros más.
¿Cuáles son las razones de su éxito fulminante? Esta pregunta es siempre difícil o imposible de contestar porque en el suceso editorial de un libro confluyen muchos elementos, desde la temática y el perfil del autor hasta el momento en que irrumpe en el mercado. La calidad literaria queda excluida porque no siempre son las mejores novelas las que encabezan el ranking de los más vendidos.
Como posibles causas del éxito de El crimen de los jueves pueden señalarse dos que saltan a la vista, entre muchas otras. La primera es que Osman supo dar una vuelta de tuerca sobre la novela negra, un género de gran auge en la actualidad, añadiéndole altas dosis de humor en un momento histórico marcado por la pandemia en la que no se encuentran demasiados motivos para reírse. El propio autor lo señaló en una entrevista aparecida en Esquirre: “Este año ha sido un año tan terrible, con tantos problemas, que necesitamos evasión, pero también certeza. Si lees una novela policiaca, te enfrentas a un montón de problemas, pero sabes que, en la última página, alguien te los va a solucionar todos. Al final todo va a salir bien. Y por eso a la gente le gustan tanto las novelas de detectives este año: necesitamos algo seguro ante tanta incertidumbre. En este tipo de ficción, tienes la mente ocupada tratando de averiguar lo que pasó, con la certeza de que al final te van a contar qué es exactamente lo que sucedió.”
La segunda razón es que amplió de manera singular el campo de los modelos de detectives. Esta vez no se trata de un hombre taciturno de gran capacidad deductiva ni de un ex policía acabado que necesita ganarse unos pesos extra, sino de cuatro ancianos que habitan el complejo residencial Coopers Chase.
Ellos son Ron, Joyce, Ibrahim y Elizabeth que comparten un entretenimiento: todos los jueves, quizá no solo para divertirse sino también para ejercitar las neuronas, se reúnen con entusiasmo infantil para hablar de crímenes y poner a prueba el talento deductivo de cada uno de ellos “resolviendo” crímenes que no pudieron esclarecerse en el pasado.
Pero un día el juego inocente se transforma en realidad macabra. Tony Curran, el promotor inmobiliario que les había anunciado a los residentes de Coopers Chase la ampliación de las instalaciones de la residencia, aparece asesinado en su casa. Lo mataron asestándole un fuerte golpe en la cabeza.
Es así como el cuarteto de ancianos deja de ejercer la labor detectivesca como hobby y se convierte en un grupo de detectives reales que realizan su propia investigación de forma paralela a la investigación oficial que llevan a cabo dos de los integrantes de la comisaría de Fairhaven, el inspector Chris Hudson y la oficial Donna de Freitas, de apenas 26 años.
Si es que la vejez tiene alguna ventaja en un mundo pensado solo para jóvenes atléticos y sanos como los que muestra la publicidad, Osman ha sabido encontrarla en esta novela. ¿Quién desconfiaría de cuatro ancianos, dos hombres y dos mujeres, que lo único que pueden hacer es esperar la muerte en una residencia geriátrica de la manera más plácida? Es precisamente el descrédito social de la ancianidad lo que les facilita la investigación ya que los bastones y la marcha lenta les abren las puertas que permanecen cerradas para los más jóvenes. Ni la inteligencia, ni la astucia son cualidades que se asocien a la vejez. Por eso el singular cuarteto, comandado por Elizabeth, se desempeña con mayor comodidad en el terreno detectivesco.
Algunos datos biográficos de Osman que aporta el diario El País de España resultan elocuentes respecto de las razones que pueden haberlo llevado a poner en escena a cuatro ancianos que, impulsados por las circunstancias, se convierten en detectives. Su abuelo fue policía en Brighton y a él mismo le hubiera gustado ser detective, aunque la vida lo llevó por otro camino.
Aunque la vejez parece homogeneizar los rasgos del mismo modo que sucede con los bebés, de quienes suele decirse que son todos iguales, Osman desbarató esa creencia dotando a cada uno de los cuatro protagonistas de rasgos bien definidos. Ron el rojo mantiene intacto el espíritu de lucha de su juventud militante. Joyce es una enfermera viuda que aparenta una ingenuidad que en realidad no tiene. Ibrahim es un psiquiatra suspicaz de gran capacidad analítica. Elizabeth, por su parte, demuestra una gran capacidad de liderazgo, resabio de su insospechada actividad como espía durante la Guerra Fría.
Refiriéndose a estos cuatro personajes le dice Osman a El País: “Sé que para ellos no hay consecuencias. Nadie va a ir a detenerlos, así que se toman la justicia por su mano. Sé que el mundo no funciona así, pero es divertido.” Y agrega: “Espero seguir con este grupo de ancianos durante muchos años.”
Osman afronta ahora su segundo desafío como escritor. El primero fue animarse a escribir una novela cuando en su país está encasillado en su rol de exitoso presentador televisivo. Ahora le toca afrontar el segundo y es probar suerte como escritor en el mundo de habla hispana, donde su condición de conductor no tiene el peso que en su país natal.