El ojo de Marcia Schvartz construye una constelación de personajes y situaciones que danzan en puntas de pie sobre el filo entre la comedia y la tragedia, la empatía y el grotesco. Crónica social, relatos del pasado y del presente, universos íntimos; en su trabajo aparecen desde personajes públicos hasta los habitantes invisibilizados de la ciudad. Sus obras pertenecen a ese raro grupo que permite que tanto el especialista como el espectador no versado puedan disfrutarlas. Ojo es el nombre de la muestra que inaugura el 19 de octubre en el museo Fortabat. Es una invitación a meter las patas en la fuente, a encontrarse con un arte que llama a ser contemplado por todos.
«Esta exposición tiene trabajos que vengo haciendo hace varios años. Hay una serie sobre el peronismo. Generacionalmente me toca. Están López Rega e Isabel, personajes de los que no se habla. Isabelita tendría que estar en cana. Hay tipos de 30 años que se la confunden con Evita, por eso a la muestra casi le pongo Instrucción Cívica. Hay un cuadro que se llama Unasur y una serie que se llama ‘Las conchudas’, otra ‘El tren fantasma’. ‘La toma de la Belgrano’, Gran premio nacional 2013, también va a estar expuesta. La selección la hicieron dos curadores que elegí yo, Gustavo Marrone y Roberto Amigo.»
En su estudio de San Telmo, Marcia Schvartz recibe a Tiempo, se sienta en su sillón y no deja de moverse, expresiva, durante toda la charla. Su reflexión filosa, de la ironía a la indignación, penetra y desmenuza la situación actual del arte y el mundo que lo rodea entre risas y carcajadas. Marcia habla a través de su trabajo y no del relato que se hace sobre él. Se trata de un gesto, una ética y una actitud vital que va a contramano de la época, que demanda cada vez más traducir a palabras el «sentido» de una obra plástica, como si esta sufriera de algún tipo de invalidez y no pudiese sostenerse por sí sola.
La charla comienza comentando la relación entre arte y mercado, donde las obras quedan reducidas a mercancía pasatista, un espacio que goza de un dominio amplio y bien protegido. En estos circuitos poderosos, el arte que no se amolda a esos criterios no es bienvenido. Aunque ese sea el panorama predominante, Marcia Schvartz no se suma a la corte: «No soy funcional a ese tipo de movidas, es para tipos que laburan en serie, que hacen business con los galeristas, con los que manejan las bienales, con los ‘cureitors’ internacionales. ¿Hace falta ser tan cipayo? El circuito oficial de arte está casado con el mercado. No importa si hay un artista interesante con una imagen propia, a nadie le importa nada de eso. Si lo que hacés no les es funcional, quedás radicalmente afuera.»
En Argentina, plantea Schvartz, cierta élite ocupa los museos y las galerías y, a la manera de Adolfo Alsina, construyó un sistema de zanjas, fuertes y terraplenes para clausurar el acceso del público más amplio. Este sistema basado en la exclusión también educa determinados modos de apreciar el arte: «Pero, fijate, vos ponés una obra en la vereda y la gente se para, la mira y la disfruta. Además te lo agradece con mucho afecto, porque le hace bien. ¡Esto lo he experimentado en lugares totalmente disímiles! Por eso yo trato de hacer las cosas como se me canta. Hay un grupo que se llama Museo Urbano que hace muestras en hospitales, como el Clínicas, el Argerich, el Vélez Sarsfield. Ellos me invitaron, y está bueno porque son espacios no convencionales. En el Muñiz es increíble, ahora está exponiendo Germán Gárgano. Cuando hice la muestra Marciamundi, en la villa 21-24 de Barracas, ¡fue una fiesta! La gente iba, miraba con un desprejuicio total, se mataban de risa. Lo mismo pasó ahora que expuse en Perico, Jujuy. A la gente le encanta la pintura, el dibujo salvo que les duela la cabeza, qué sé yo »
Schvartz posee un tipo de erudición que no suplanta ni deja en segundo plano a la obra de arte, su propuesta se ancla vigorosamente en destacar el valor de la experiencia y permite que el público decodifique lo que ve, de acuerdo con su propia sensibilidad. Según ella, los artistas cada vez ocupan un rol más marginal en su propio mundo vital, pues son otros los que definen qué es arte y qué no: «Hay tanto blablablá, que quedé un poco asqueada de tanta teoría. Nos fueron arrinconando a los dibujantes, a los pintores, a los escultores. Por eso, en lugar de leer y discutir teoría prefiero defender el lugarcito que nos dejaron. Defender el espacio del trabajo, del oficio como sostén de una práctica artística que existió con mucha fuerza.»
¿Quiénes los arrinconaron?
Los historiadores del arte, los críticos, los curadores, que no saben nada nada, los que trabajan para el mercado. Gente que no llegó a comprender de qué trata el dibujo o la pintura. Tanta teoría les puso unas tremendas anteojeras y no tienen una conexión sensible con el arte. Creo que si la obra se sostiene sola no hay necesidad de un texto que la explique. Pero hoy día se le exige al artista que hable de su obra, que explique su sentido, que la traduzca. Es un laburo que el artista no tiene por qué hacer, que muchas veces tampoco quiere hacer…, y ahí aparecen, comiendo de nuestro trabajo, invadiendo nuestro espacio, los curadores y críticos de arte. El problema es que, ya en términos futbolísticos, avanzan sobre un territorio que habíamos conseguido los artistas y el fenómeno cierra en un rulo perverso en el que todos estos críticos y curadores terminan diciendo que hacen arte. Y no es lo mismo. Eso genera un vacío que va comiendo espacio. La obra de arte tiene que tener cierta mística.
¿Cuándo comenzó esta tendencia?
Todo esto empezó en los ’70. Lo que pasa es que se ha hecho una mala interpretación, hay una sobrevalorización del instituto Di Tella, bancado por Rockefeller, donde sí hubo buenas muestras, pero donde también comenzó esa tendencia al grupúsculo, como un lugar cerrado. En los ’60 todo estaba muy politizado, y los artistas también, pero estos no estaban ahí adentro, en el Di Tella. Ese era el lugar del imperio, aunque ahora lo levantan como un lugar emblema. Ahora el espacio del arte es cada vez más elitista, la gente que maneja todo este mercado no quiere que se abra, no quieren que vaya gente como ustedes, quieren que vaya gente de guita. Una suerte de club cerrado donde los artistas son la troupe que les hace el juego. Pero no solamente acá, es una tendencia mundial. Esos lugares cerrados, esas inauguraciones donde no te dejan entrar si no estás en la lista, antes no existían. Son como fiestas bizarras con pieles, ostentación, cosas increíbles.
En ese sentido, ¿se puede decir que los ’80 fueron una isla?
Bueno, es que ¡había un off!, hoy no existe ese circuito. Los ’80 fueron una rareza, por la vuelta de la democracia y en algún momento se puso de moda la pintura, eso apuntaló un poquito, pero fue por poco tiempo, unos tres o cuatro años, después avanzó el mercado y ¡tac!, se llevó todo puesto. Había un montón de gente que después de la dictadura tenía una necesidad tremenda de salir y hacer cosas. Se había armado un circuito entre el Rojas, el Parakultural, La Verdulería, Cemento, y otros lugares por donde circulaba gente que estaba harta de todos esos años de inmovilidad y silencio. Siempre digo que el teatro fue lo más interesante que pasó en esa época, y con esa movida venía todo este otro mundo, de los vestuarios, las performances, la pintura, las instalaciones. Estábamos solos. Llevábamos las obras en colectivo, todo autogestionado. Fue efímero y no tuvo apoyo.
En medio de este panorama, bastante desolador, ¿hay espacio para la creación de una obra personal?
Creo que se puede, aunque hay muchos teóricos que dicen que hace años no ven nada original. No sé para dónde miran. Incluso ahora vuelven a ensalzar como hecho artístico el ready made por sobre la obra de alguien que construye una imagen propia en su taller. Cuando digo estas cosas me ven como a un monstruo vetusto que dice una barbaridad. No tengo problema, estoy acostumbrada. Pero entonces te encontrás con un diario intervenido con circulitos y eso es «la gran obra de arte».
¿Los artistas quedaron hechizados por el canto de las sirenas de la teoría y el mercado?
Es que también coparon los espacios de estudio. Antes del IUNA, en los estudios en Bellas Artes, tenías más práctica vinculada al oficio artístico, y menos materias teóricas en comparación con lo que es hoy. Pero ahora el tiempo de taller disminuyó al mínimo, fue sobrepasado por la teoría y la hiperteorización. En la educación misma del artista están metidos. La Belgrano es una excepción, pero su diploma te habilita para menos cosas. Es un problema porque a muchos pintores no sólo no les gusta la teoría, sino que tienen un rechazo, pero no arbitrario, les trabaja otra zona de la cabeza, tienen otro tipo de preocupaciones, entonces entrar en ese mundo teorizado les cuesta mucho. El resultado es siniestro porque aniquila a aquel que tiene la capacidad creadora, y cuya preocupación está en hacer, concretar, crear. Es una necesidad y una estructura de trabajo. Hay muchos pibes así, yo los detecto inmediatamente.
¿Qué le dirías a un artista en formación?
Que no pierdan el oficio, que no dejen de trabajar, las cosas salen de ahí. Ahí se arma una obra. Si no experimentás, si no arriesgás, no podés desarrollarte ni avanzar. Es la base para que sucedan las cosas. Hay que estudiar y trabajar, estudiar dibujo, pintura, grabado, el esfuerzo es tiempo. Ahí surge la magia. Por supuesto, puede que no siempre te salga algo original, pero un artista es un mirón, alguien que va por la vida mirando. Y mirar es pensar, el ojo es la mente, cuando mirás estás pensando, un cuadro es una idea. Uno está en un viaje muy personal y a esos pibes hay que apoyarlos y sostenerlos para que no abandonen o caigan en lo que el mercado les está demandando. «