Hace pocos días, un amigo, sindicalista y cuadro político honesto, venezolano, me contó que entre las campañas de Maduro y la de Edmundo González/María Corina Machado, había un pueblo «silencioso» que no sabía por quién votar, atrapado entre ofertas de salida brusca y otra de continuidad abúlica. Mi amigo es un chavista disidente, pero no cayó en la vieja trampa siglo XX de pactar con el patrón para echar al sindicato corrupto y matón.
Casi la mitad de cuadros, dirigentes (algunos exministros) e intelectuales socialistas cayeron en esa trampa para ingenuos, ignorantes o traidores. Él es disidente porque Maduro borró todos los proyectos de Hugo Chávez, además de sus formas democráticas y conducta moral.
Entre dos verdades a medias. Si hace cuatro días nos guiábamos por las encuestas –las serias y las otras–, el ganador era la oposición antichavista. Sobre todo si esa misma dupla y sus aliados externos extorsionan con la idea/mensaje de que Maduro sólo gana con fraude. Igual decían de Hugo Chávez, igual dirían de la Madre Teresa si ella gobernara en Venezuela.
Si nos orientábamos por los dos actos finales, gana la continuidad: las imágenes impedían negar que Maduro reunió una masa varias veces superior al acto opositor en un barrio rico de Caracas. Ambos hechos, los actos finales o las encuestas, no contenían el secreto profundo del voto de hoy.
Ese «secreto» sin misterios estaba contenido en el estruendoso silencio de la «masa gris». Con mayor inteligencia percibió las latencias sociales profundas de este proceso electoral. Un silencio cargado de significantes. Dos investigadores venezolanos muy serios de la opinión publica, Oscar Shemell y Pérez Pirela, publicaron estudios rigurosos que validan la intuición de clase de este luchador amigo.
Primera latencia
Toda elección que no sea directa se basa en cifras emocionales y tendencias subjetivas. No es un acto material, directo. Votar es un acto indirecto, apenas refleja parcialmente lo que piensa el/la votante. Sobre todo refleja lo que siente. Todo voto electoral contiene elementos opuestos y sentimientos confusos. Es un acto alienado.
María Corina y Edmundo ofrecieron un cambio (que en la Venezuela chavista sería inevitablemente brusco). Serían al menos seis años de furia. La pregunta es, si la masa gris de ambos bandos quiere ese tipo de cambio. Todo indica que no. Menos si recordamos que ese mensaje de cambio está acompañado de una memoria inmediata, reciente, fresca: María Corina fue protagonista de la ola violenta armada anti gobierno que asoló al país entre 2013 y 2019. Ella solicitó desde la televisión panameña y de Miami una invasión militar a su país. Ese acto la sepultó en lo moral y en lo civil. La inhabilitó porque equivale a un crimen de Estado.
En la memoria reciente está asociada a las guarimbas, la quema de edificios públicos y otros actos muy atroces, junto a Leopoldo López y otros opositores. Una parte de la masa gris la respeta por ese arrojo y valentía individual: fue ella la que desafió al mismísimo Comandante el día que le interrumpió un discurso y lo instó a debatir. Es cierto que Chávez la convirtió en una mosca («Aguila no caza mosca», le respondió el llanero con respeto y sorna) pero también es cierto que desde ese día ella quedó con una aureola de mujer con ovarios fuertes, valiente, atrevida. Con ese recurso de visibilidad y mucho dinero familiar y externo, quedó como el factótum de la derecha antichavista.
Segunda latencia
Nicolás Maduro hizo su campaña sobre la base de tres acreencias que la oposición no puede mostrar. No necesitaba ofrecer un cambio; le basta con representar (imagen indirecta) lo que tiene. Tres señales positivas sin las cuales ya estaría derrotado.
A) Mantener una inflación estable (debajo de la de Milei) con un crecimiento del 4,2% (muy por encima del desastre argentino). La masa gris no divaga: vive de comprar cada día, no de estadísticas anualizadas o proyecciones a mediano plazo.
B) Mantener la paz social en las calles, ganada tras derrotar las guarimbas y el intento de invasión de 2019.
C) Figurar como el garante del consumo nacional medido en ingresos no salariales y oferta de productos. Ambos beneficios reposan sobre una destrucción del salario medio nacional y de los derechos laborales sin memoria desde 1985.
Pero la masa gris vive de lo cotidiano, no de la historia: este año subió en 25 dólares el ingreso mensual de los 3 millones de pensionados. Los empresarios locales e internacionales como la ENRON, que recibió la concesión hasta 2050 del petróleo, amasaron, en cambio, fortunas incomparables…
Sumado eso a que la emigración de más de la mitad de su juventud (más de 6 millones de 16 a 30 años) dejó una población trabajadora con mayor sentido conservador. Entre los ricos no ocurre este fenómeno. Es algo similar al porqué de Milei, pero al revés: a él lo votaron muchos pobres que sueñan con dólares futuros. A Maduro lo podrían votar pobres que ya recibieron este año, 25 dólares de incremento mensual. En 2023, más de tres millones de empleados públicos conquistaron con huelgas, 130 dólares. Mucho en un país con el salario nacional triturado. Tener más plata y poder comprar, porque los supermercados están repletos, crea una sensación positiva que conduce al absurdo de una esperanza presente de estabilidad. Sensación rodeada de una «paz social» lograda bajo el gobierno.
En la cabeza de la masa gris, la ecuación electoral sugiere el deseo de mantener lo existente. No desea un cambio cargado de esperanzas difusas, con muchas señales de violencia. En Venezuela, la masa laboral que quería una revolución social con Chávez, la dejo de querer con Maduro. Hoy aspira a sobrevivir. Ese fondo subjetivo contiene el sonido y la furia de una masa trabajadora irredenta y resiliente que sustituyó la revolución bolivariana por el sano derecho de sobrevivir.