Los autores de la Maravillosa guía de la Costa Atlántica y Diccionario de separación. De amor a zombi (Eterna Cadencia), Matías Moscardi y Andrés Gallina, acaban de fundar un museo único en su tipo. Se trata de Museo del Beso. Un recorrido por la historia del arte de besar, de la antigüedad a la era digital (Reservoir Books).
“Este museo –comienzan diciendo los autores- está hecho de palabras.”
Y agregan: “Es un espacio destinado a albergar y recibir besos de todas las épocas, y a promover una breve historia (escurridiza) del arte del beso”.
Existen en la realidad museos “raros” como el Museo de las Relaciones Rotas ubicado en la ciudad de Praga. Pero no existía hasta la fecha un Museo del Beso hecho enteramente de palabras.
Se trata de una admirable iniciativa donde se exhibe ordenadamente el material fundamental que la humanidad ha producido en materia de besos. A su modo, también ésta es una “guía extraordinaria” que invita a ser leída de corrido, tal es el entusiasmo que produce.
En ella figuran desde el primer beso del cine, hasta el beso mediado por un fideo de El vagabundo y la dama, desde el célebre beso con estelas doradas de Gustav Klimt hasta las “máquinas para chapar” y el único beso que dejó nada menos que Karl Marx por escrito.
Museo del Beso. Pasen y vean
“El recorrido por el Museo comienza con especulaciones sobre el primer beso –humano, cinematográfico, animal, olímpico, y un archivo en construcción con testimonio de besadores anónimos”, resumen Matías Moscardi y Andrés Gallina.
En esta primera sala del Museo del Beso, los autores aclaran que Thomas Edison, inventor de la bombilla eléctrica, el fonógrafo, el micrófono de carbón, el kinetófono y el tasímetro (un aparto que sirve para medir la radiación infrarroja), inventó también la máquina precursora del moderno proyector de películas. Pero, además, fue el primer productor del primer beso en la historia del cine.
No se sabe si por romántico o porque lo sedujo el tema por otras razones, lo cierto es que Edison filmó el primer beso de la historia del cine, The Kiss (1896). La película, dirigida por William Heise duraba apenas 16 segundos. Los protagonistas de ese beso memorable fueron el actor John Rice y la actriz May Irwin.
La Iglesia condenó la película por considerarla pornográfica. Pero, fanático de la ciencia y la tecnología, Edison no se dejó amedrentar y en 1898 produjo el segundo beso del cine en el corto Something Good.
Los autores definen hermosamente al beso con las siguientes frases: “(el beso) “signo ortográfico del amor”.
También reproducen una gran frase de Jacques Derrida: «Se aprende lo que es un beso en el cine, antes de aprenderlo en la vida.”
Lo que dice Derrida es absolutamente cierto, pero en la vida lleva un cierto tiempo aprender a besar, a ser besado. Es por eso que al final del recorrido de esta primera sala se incluyen testimonios de besadores anónimos que relatan cómo fue su primer beso. La mayoría tuvo su experiencia entre los 12 y los 13 años y esta no siempre resultó placentera. A besar también se aprende.
En esa misma sala del libro, se puede visitar otra película mucho más reciente, Mi primer beso, 1991, con dirección de Howard Zieff, protagonizada por Anna Chlumsky y Macculay Culkien.
Pero también hay otro tipo de besos que no tienen que ver con el lenguaje del amor en una pareja. Por ejemplo, el beso que el protagonista de En busca del tiempo perdido, la célebre novela de Marcel Proust, espera cada noche ansiosamente en su cuarto, después del cual el niño, para luego quedarse nuevamente solo y angustiado. Dos ansiedades: la de esperar el beso y la de haber haberlo recibido.
En la misma sala pueden visitarse los besos de las hadas, el primer beso olímpico que duró nada menos que 58 horas, 35 minutos y 58 segundos y fue protagonizado por una pareja tailandesa para ingresar al libro Guinness de los récords.
Bajo el título “El chape anima”, los autores indagan sobre la institución del beso en los no humanos y después especulan sobre el primer beso de la humanidad registrado unos 2.500 años a.C.
El beso es ancestral, pero los besantes como diría Mirta Legrand, se renuevan.
Besos, besos y más besos
En el Museo del Beso hay besos de todo tipo: desde besos distópicos a besos robóticos, desde besos pintados a una máquina de fabricar besos (Agnès de Lestrade).
También figuran los materiales más usuales para construir besos, además de los labios: el mármol de los besos esculpidos; el oro del famoso cuadro de Klimt o el beso de Lionel Messi a la Copa del Mundo.
Están los besos invertidos, el beso de Cortázar, los besos de aire, los besos invertidos, los besos vampíricos, los besos sin rostro como los de Edward Munch y René Magritte, los que asfixian, los orgiásticos, los múltriples, casi infinitos, los poco frecuentes…
Museo del Beso culmina con una serie de militantes del beso entre los que figura, como no podía ser de otro modo, Roberto Galán, quien promovía el beso a través de su consigna “Hay que besarse más”.
Paradoja de paradojas, este museo del beso está puesto por escrito, pero es totalmente oral porque habla de los labios, el instrumento del beso por antonomasia, aunque hay ciertas culturas en que el beso consiste en un frotado de narices según lo refieren Matías Moscardi y Andrés Gallina.
Como todo museo, también el del beso es una suerte de variado catálogo, o, para decirlo en términos musicales, una serie de variaciones sobre el mismo tema. Se trata de un libro divertido, exhaustivo, que se lee de un tirón pero que debería guardarse en el estante de la biblioteca destinado a guías, enciclopedias y diccionarios, porque también es un libro de consulta permanente.
Detrás de él se adivina el mucho trabajo que se han tomado los autores para reunir esta gran colección de besos históricos, algunos más conocidos que otros, pero que, inevitablemente, remitirán a algunos de los besos inolvidables que cada uno guarda en su archivo íntimo, ya se trate de experiencias personales o ajenas.
Pero se adivina también, además del trabajo, la pasión que le han puesto al tema que han abordado con una sonrisa, con esa actitud lúdica y aventurera que se tiene cuando, como le sucede a Serrat, de vez en cuando la vida nos besa en la boca.