El 1 de julio de 1974 el movimiento obrero estaba en ebullición. El Pacto Social que pretendía ser la piedra angular de la tercera presidencia de Perón ya estaba agotado en su capacidad de contener el conflicto entre capital y trabajo.
Fueron las patronales las que violaron su compromiso de congelar precios mientras la CGT, conducida por José Rucci, había cumplido a rajatabla su palabra. El asesinato del dirigente, en septiembre de 1973, minó la capacidad de contención de la CGT, quebró al peronismo y desplegó lo inevitable.
En los primeros meses de 1974 estallaron grandes conflictos fabriles que tomaron la forma de verdaderas puebladas con protagonismo del sindicalismo clasista. Desde el Cordobazo de 1969, entre las comisiones internas y delegados, crecía la influencia de la izquierda peronista, maoista y el trotskismo. El caso más relevante fue el Villazo, que desbordó a las conducciones tradicionales y contagió a todo el pueblo. También se desarrolló un conflicto en Propulsora Siderúrgica, entre abril y septiembre, durante el cual se produjo la expulsión de los “imberbes” de la Plaza de Mayo y la muerte de Perón.
El escritor y docente universitario Maximiliano Molocznik señaló a Tiempo que “en el tercer mandato el movimiento obrero se transformó en el pilar de la comunidad organizada que contenía la política económica que el general intentaba llevar adelante: un crecimiento a través de la nacionalización de la economía buscando una mejora de la distribución del ingreso”.
El doctor en historia e investigador del Conicet Hernán Camarero consideró que “el contexto ya ofrecía signos evidentes del fracaso del Pacto Social que había diseñado Gelbard. No se sostenía desde mediados del ’73 y ya en el ’74 hacía agua por todos lados”. Para Camarero “se rompe por el impacto de la crisis mundial pero especialmente porque el empresariado trasladó los aumentos de salarios a precios”.
Nicolás Iñigo Carrera, director del Programa de Investigación sobre el Movimiento de la Sociedad (PIMSA) opinó que, en rigor, “el Pacto Social estaba condenado de largada”.
Molocznik reconoció que el acuerdo “indudablemente estaba resentido” aunque, señaló: “podría haberse profundizado de mantener la política de desarrollo del mercado interno. Las patronales, como siempre, jugaron para ellos”.
Internas en la CGT
Iñigo Carrera destacó que “desde 1973 había una disputa desigual por la conducción del movimiento obrero. Los principales sindicatos estaban en la línea de la CGT, pero había líneas alternativas como la Tendencia Revolucionaria del peronismo ligada a la casi disuelta CGT de los Argentinos. La disputa ya se había dirimido con la designación de Rucci como líder de la CGT. Lo eligieron porque era absolutamente leal a Perón”.
El investigador recuerda que “en el ‘73 se va a dar un debate televisivo entre Rucci y Agustín Tosco donde quedan expuestos dos modelos de organización sindical. Uno centralista burocrático basado en el cumplimiento de la jerarquía organizativa y otro con un planteo de democracia sindical. Ambos dicen estar por el socialismo pero cuando llega el punto de cuestionar la propiedad privada Rucci dice ‘eso no’. Ahí se expone la diferencia”.
Para Camarero, “el asesinato de Rucci fue un golpe muy fuerte e inaceptable para Perón”. A la vez, el fracaso del Pacto Social “dejaba a la CGT en una situación complicada por la supeditación que tenía con Perón. La disputa interna del peronismo en 1974 mostró una izquierda muy fuerte y con gran poder de movilización. Pero ya estaba claro hacia dónde miraba Perón a su retorno. Por eso se recuesta en el movimiento obrero tradicional. La CGT sabía que tenía un interlocutor directo pero también que no podía lanzar un plan de lucha. Tenía que mostrarse obediente”. La muerte de Perón, indicó, “abrió un nuevo capítulo en tanto Isabel iba a recostarse sobre López Rega y sobre un sector que, a su vez, tenía disputas con la burocracia sindical peronista”.
Sobre Tosco, Camarero señaló que “quedó identificado con la izquierda pero sin romper. No pertenecía a ninguna de las fracciones de la burocracia pero tampoco al clasismo. En el célebre debate con Rucci, Tosco se define como integrante del llamado sindicalismo de liberación. Otra cosa es Salamanca, que tampoco respondía a las estructuras de la CGT. O Piccinini, de la UOM Villa Constitución, y otros sectores que sí forman parte de la tendencia clasista y que van a promover las coordinadoras de cuerpos delegados con gran protagonismo”.
Perón y después
Iñigo Carrera recordó que con la asunción de Isabel “el movimiento obrero se mueve unificado. La CGT va a ser el sustento del gobierno hasta el golpe del ’76 a pesar de que va a generar la primera huelga general contra un gobierno peronista que, en julio del ‘75, obliga a López Rega a dejar el gobierno”.
Molocznik destacó que “la CGT se va a movilizar en favor de Isabel pero contra la política económica que se inicia con la caída de Gelbard. Celestino Rodrigo devaluó un 160% pretendiendo que los trabajadores tuvieran un 45% de aumento. Eso detonó las movilizaciones de junio del ‘75, que fueron protagonizadas por la CGT y que terminaron por defenestrarlo junto a López Rega».
Camarero, por su parte, destacó que “Isabel rápidamente se va a inclinar sobre la derecha (peronista y no) que inicialmente le podía dar un lugar a la CGT, pero luego no. La burocracia sindical se da cuenta y comienza la confrontación y el desenlace del ’75. Eso va a movilizar al clasismo, pero también va a obligar a la CGT a salir a luchar. Hay un fortalecimiento relativo porque el gobierno se va debilitando”. Para Camarero, en definitiva, el período refleja una continuidad “del ascenso que se abre con el Cordobazo, que es una semi insurrección urbana que abre una situación pre revolucionaria. Perón vuelve precisamente para frenar ese proceso y hace ese doble juego magistral que es efectivo hasta que muere”.
Ayer y hoy
En contextos diferentes el alineamiento de la CGT con los gobiernos peronistas se mantuvo. Sobre posibles paralelismos con el presente, Hernán Camarero destacó que, “en 1974, el movimiento sindical es muy poderoso en términos cuantitativos y cuenta con una gran capacidad de movilización aunque muy burocratizado y controlado por el peronismo, que lo pone como columna vertebral (no cabeza) de un movimiento burgués policlasista y con contenido capitalista”.
En la actualidad, dijo, “hay un sector muy conservador, los ‘Gordos’, que apuesta a una estructura de negocios. Está en la oposición porque es muy fácil oponerse a este mamarracho”, dice en referencia al gobierno de Javier Milei. La actual conducción, sostuvo, “tiene maniatado al movimiento obrero y lo llevó a una parálisis durante el gobierno de Alberto Fernández. Así como la impasse de la CGT allanó el golpe del ’76, ocurrió algo similar con el triunfo de Milei”.
Para Molocznik “los contextos son distintos. La lucha es distinta con un desempleo del 3%, una pobreza del 4% y una mayor organización. La praxis de la CGT no puede ser igual con este universo de informales. Pero hay elementos en común: la CGT conserva cierta centralidad en el dispositivo político”.
Sin embargo, Molocznick observó que “no podemos atribuir solo a la falta de autonomía de la CGT la responsabilidad de la irrupción del neofascismo. Sería muy reduccionista. Hay que poner en la balanza también las acciones del peronismo en el gobierno”.
Para Iñigo Carrera, “es un período muy distinto pero hay una estrategia que es muy anterior al peronismo que es la de intentar formar parte del sistema institucional en las mejores condiciones posibles. Eso está vigente. Pero así como la CGT y las coordinadoras golpearon a López Rega, hoy la CGT y las CTA luchan por tener peso en las decisiones políticas”. «