Imagino que usted, lectora o lector, puede ser una persona culta o leída. Es más, tal vez ambas cosas. Cómo no; por tanto que la palabra Lirongo le transporte imaginariamente a un héroe, a un poeta o inclusive a algún filósofo griego:

-¡Oh, los versos de Lirongo!

-¡Ah, la épica batalla de Lirongo!

-¡Como bien decía Lirongo!

Pues siento mucho que los voy a defraudar.

Vea que no se trata de antiguos efluvios míticos de la ínclita Grecia.

Esto es apenas una reseña anecdotaria escrita sobre un nieto porteño con tal sobrenombre, habitante al fin de la zona del viejo Abasto.

Sabemos cómo es el culto a la elocuencia popular barrial porteña; ácida, irreverente, como nacida en un puerto. Y cuando escribo puerto no me refiero a la consabida monserga del origen europeo, también entra el mandinga, el chango, y hasta el bolonqui que entraña la metamorfosis perfecta entre el argot franchute y la negada africanidad.

Ya su abuelo había sido bautizado como Lirongo y punto.

Entre la barra eminentemente peronista y compañera de quehaceres en el viejo mercado del Abasto, el turro y compinche juego de palabras tan hermanado en el lunfardo porteño con el palíndromo, el neologismo sátiro y el anagrama; lo pusieron en la jaula eterna del gorila inefable. Y fue así que su nieto lo recibió a modo de herencia y estigma de alguna u otra manera.

Cómo dice un refrán español: “De casta le viene al galgo”. Y Lirongo deviene de «Gorilón». Les alivio, en definitiva, la búsqueda anagrámica.

Evidentemente, el nieto en ciernes, no intentó eludir lo heredado, con su propio pensamiento, ni ponerlo a la altura de ideal político. Porque nunca se trata de pensar, no, más bien de destruir o de repetir presunciones mediáticas que no pueden atribuirse a sabiduría dogmática o a cualquier corriente de pensamiento, en dónde la evolución humana y, en este caso, la criolla, queden fuera el objetivo del uso de la cabeza.

Ahí anda, pues, Lirongo nieto. Se trata de un mero metedor de púas, un gran deslizador de conspiraciones atento a los palitos pisados de quienes siempre, como acostumbraba su abuelo, fueron sus presas.

Su objeto de deseo morboso basado impenitente a lo que el peronismo le propuso a la historia en general y a su propio entorno como ideal y en carne humana en particular, qué obviedad. Jamás una propuesta. Ni el movimiento, tampoco los hombres y menos que menos la Patria, tan siquiera nombrados al revés, o en otro orden, al menos desde los preceptos que el General nos ofrendó dogmáticamente.

Dar duro, mostrar los pelos y a gozar.

Sea en cualquier bar dónde se pare. Sea en un asado, en el cumple de 15 de alguna hija. O incluso en un velorio. Más allá del púlpito abarcativo, es en un puesto de diarios que Lirongo atiende hecho dueño, suegro mediante, desde hace unos treinta años. La dote o como se llame.

El anagrama de Lirongo, el estigma cierto de una herida absurda pero contagiosa. El lento desangrado de un patrimonio detestable y carente de construcción vital tanto en lo cultural como en la realidad efectiva y afectiva. Ríos de tinta en papel prensa, kilómetros de zócalos en una pantalla impiadosa que el nieto de Lirongo representa, sin prejuicio pero sin orgullo, también en una heráldica desgastada como un periódico apretado en la devolución de un lunes y que hoy se reflejan… (no sé si se percataron, calculo que sí), en los portadores de los claros ojos del mal.

Sus miradas impunes a través de las cuales les lirongues miran, matando en una payada circense, negacionista, sin gracia, ni rima y menos nacional. Los ojos del mal como un Argos traído de una vieja odisea de náufrago y hecho un perro sin canil en un balcón.

Los ojos del de la papa en la boca y los del de la papada coinciden haciendo runfla en un puchero rancio y nada comestible.

Los ojos del mal son claros

Traen correo de basura

Que en nuestra historia perdura

A pesar de los reparos

Miran mintiendo aclarados

Oscureciendo el presente

Atravesando occidente

Cómo vuelos que retrasan

Y se ocupan con sus transas

Que parezca un accidente.

Son ojos que sin ternura

Reflejan un falso cielo

Que cambian alma por hielo

Y se roban toda cura

Convenciendo en su locura

Que no se vea atractivo

Al funeral colectivo

Que sus miradas alumbran

Antes de la huida aturdan

Al muerto que estaba vivo.

Los ojos del mal son claros

En el balcón o un estudio

Y siempre son el preludio

De gritos que suenan caros

En la plaza acorralados

Salen, devuelven memoria

Quienes cargan en la historia

Retomar de aquella fuente

Con rabia tan penitente

Las aguas como victoria.

Cuanto ha dado de sí,

el anagrama de Lirongo intergeneracional.

¿A cuántos se conoce, lectora o lector?

¡Datos, no opinión!

No era griego el Lirongo éste.

Por desgracia es criollo y argentino.

Perdón.

Besos de esquina y abrazos de cancha.