«Hoy se ha iniciado el diálogo nacional durante un encuentro entre representantes del gobierno y de la oposición, con el propósito de establecer las condiciones para convocar una reunión plenaria en la Isla Margarita el día 30 de octubre», dijo el hombre ante la prensa, con un castellano que denota un origen austríaco que resulta inocultable.
Así empezó su nuevo trabajo en Caracas el sacerdote Emil Paul Tscherrig, nuncio apostólico del Vaticano en Buenos Aires desde el 9 de enero de 2012, cuando fue designado por el Papa alemán Joseph Ratzinger como nuevo embajador de la Santa Sede ante el gobierno argentino. Hasta ese día, el diplomático con sotana estaba a cargo de la nunciatura apostólica ante Suecia, Noruega, Finlandia, Dinamarca e Islandia. Dos meses después de su nombramiento llegó a Buenos Aires y fue recibido en la Catedral Metropolitana el 5 de marzo de 2013 por el entonces cardenal primado y arzobispo de Buenos Aires Jorge Mario Bergoglio, el mismo que ahora, como Papa Francisco, lo mandó a Venezuela para abrir una postergada mesa de diálogo entre el gobierno del presidente Nicolás Maduro y los representantes de la oposición que buscan forzar un referéndum revocatorio antes de fin de año.
Por fin nos enviaron a un hombre, cuentan que bromeó Bergoglio cuando le avisaron que finalmente la Santa Sede había resuelto terminar con las funciones diplomáticas de Adriano Bernardini, el nuncio que había puesto en Buenos Aires el todopoderoso secretario de Estado Angelo Sodano. Bernardini cargaba sobre sus espaldas con la inquina bergogliana desde que supo que, con el auspicio del entonces jefe de Gabinete Sergio Massa, formó parte de un plan para sacarlo del arzobispado porteño con un ascenso en Roma. El jesuita se resistió y no paró hasta que Bernardini fuera suplantado, algo que finalmente ocurrió luego de la muerte de Juan Pablo II y tras el cónclave de 2005, donde estuvo a un paso de ser electo pontífice, hasta que declinó la posibilidad y finalmente Ratzinger quedó en el trono de San Pedro.
Con el cambio en la jefatura del Vaticano, llegó la salida de Bernardini de la nunciatura y su reemplazo por el austríaco Tscherrig, actualmente uno de los pocos cuadros diplomáticos de la secretaría de Estado del Vaticano que le tocó asistir a la elección de un Papa proveniente del mismo país a donde había sido enviado.
Semejante particularidad, dicen los sacerdotes argentinos que lo conocen, lo puso a prueba. Tscherrig conviviò en Buenos Aires con Bergoglio entre marzo de 2012 hasta fines de febrero de 2013, hasta que estalló la noticia de la renuncia de Ratzinger y el cardenal porteño armó una valijita y le prometió regresar en dos semanas como mucho. Este diario publicó en marzo de 2012 que el cura oriundo del barrio de Flores había regresado por esos días de un viaje a Roma con información sobre un posible cambio en la jefatura vaticana en 2013. Finalmente, la sucesión papal se concretó el 13 de marzo de 2013 y desde entonces Tscherrig comenzó a reportar a Bergoglio como su embajador en la tierra natal del Papa.
Luego de la guerra que tuvo con Bernardini, el jesuita esperaba otro nuncio más cercano y más conocedor de América Latina, pero la curia vaticana apeló a un termino medio y le mandó al austríaco. Con el Papa argentino por encima suyo, la voz del nuncio apostólico no fue determinante en la designación de obispos y cardenales, un tema clave en el que los embajadores de la Santa Sede juegan posiciones determinantes. Quizás por eso la convivencia del diplomático con la Conferencia Episcopal Argentina no esta cruzada por las controversias de la era Bernardini.
Pero aun así, los vínculos argentinos del nuncio no son los sacerdotes villeros, sino algunos obispos y arzobispos contemporáneos, como el conservador arzobispo de La Plata Héctor Aguer, con quien comparte jornadas de pesca en los costosos terrenos que posee la curia platense en Baradero.
El próximo 3 de febrero Tscherrig cumplirá 70 años. Le quedarán cinco hasta que deba enviarle su renuncia al Papa, tal como establece el código de derecho canónico. En su carrera, admiten dentro de la cancillería, el nombramiento de Bergoglio como mediador en Venezuela, es una de las misiones más difíciles que le tocarán al nuncio, que está a un paso de cumplir el quinquenio en Buenos Aires, un tiempo que la secretaría de Estado considera promedio para iniciar un recambio. Si le va bien, lo pueden promover cardenal, pero si le sale mal, se acerca su jubilación, confió a Tiempo un diplomático que confirmó también la buena relación que tiene con la actual canciller Susana Malcorra, la misma funcionaria que le pidió al Vaticano una mediación en Venezuela desde principios de año a su par de la Santa Sede, el secretario de Estado Pietro Parolin, que fue nuncio en Venezuela durante el gobierno de Hugo Chávez y que ahora es el jefe del añejísimo servicio exterior con sotana. Tscherrig es un buen sacerdote, pero tan conservador como toda la vieja guardia de la secretaría de Estado, que en este momento mantiene una posición dura con Maduro, confió un funcionario diplomático en referencia al antichavismo que profesa Parolin en la actualidad y que sería compartido por el mediador designado.
«Durante largos años de servicio diplomático soñé frecuentemente poder trabajar y vivir un día en un país latinoamericano. Ahora, este sueño mío se ha transformado en plegaria realizada, celebró Tscherrig a su llegada, ante un Bergoglio que ahora se encargó de extender la realización de la plegaria a un territorio caliente, donde el mediador está a un paso de cumplir su primera semana, sin grandes resultados. «