En una de sus celebradísimas contratapas, Juan Forn escribe (confiesa): “En la Argentina de la dictadura, yo quería ser un beatnik”. Hay que decirlo: no era una pretensión original. Aquel grupo de anglosajones desaforados –Kerouac, Ginsberg, Burroughs, entre otros– lo había hecho muy bien: estaban los libros, pero también, y sobre todo, el sexo, el rock y las drogas. El verano del amor y la psicodelia. Mujeres con flores robadas de vaya a saber qué jardines adornaban sus cabezas junto a hombres que replican cristos con túnicas y barbas. La revolución estaba en marcha y la dietilamida de ácido lisérgico, o apenas LSD, era su combustible.
Con mucha menos prensa también se extendió por el mundo el uso experimental de alucinógenos en el campo de la salud mental. En Argentina, un grupo de psiquiatras la hicieron una herramienta central en sus tratamientos. Si mucho no se sabe de esta historia es porque mucho no se habló. ¡Viva la Pepa! (Ed. Planeta) de Damián Huergo y Fernando Krapp llega para reparar (y explicar) el silencio de tantos años.
–¿Qué relación tenían con el LSD antes de este libro?
Fernando Krapp: -En un comienzo me interpeló por gustos culturales, la literatura que se cruza con las experiencias con drogas, los beatniks, el hippismo. Pero no solo ese universo, también está la música con The Doors y el cine con Busco mi destino, de Peter Fonda y Dennis Hopper. Lo que no conocía era esta otra faceta del uso del LSD en el ámbito científico y psicoanalítico. Yo solo conocía la faceta contracultural y de consumo personal.
Damián Huergo: -En mi caso, también fui consumidor, tanto de la droga en sí como de las manifestaciones culturales; el LSD impregnó muchos de los libros que leímos, ni hablar de la música. Lo psicodélico es un adjetivo en sí mismo y está muy pegado al LSD. Además, yo venía escribiendo sobre adicciones, pero desde un lugar más oscuro. Me tentó pasar a una dimensión más luminosa de las drogas.
–¿Cuál es el costado luminoso del LSD?
DH: -La parte luminosa es justamente la que tenemos como consumidores, la ampliación de las percepciones, el viaje en nuevos sentidos. Pero el libro también tiene algo luminoso que tiene que ver con las revelaciones y epifanías que fueron apareciendo en las historias. El LSD ayudó a desenredar nudos o patologías muy profundas en los pacientes. En el marco de un tratamiento se llegaba más rápido a zonas que estaban tapadas por las narrativas de cada uno.
–¿Como autores tuvieron algún tipo de descubrimiento sobe el tema?
FK: -La mayor sorpresa para mí fue descubrir que existía un supuesto uso correcto del LSD. Los psicoanalistas y psiquiatras establecían cómo usarlo en determinadas circunstancias y con una determinada voluntad del paciente de hacer ese viaje. Al mismo tiempo, aunque no principalmente en la Argentina, había un uso policial; los servicios secretos o la CIA lo usaban en interrogatorios. Si bien tuvo una explosión como fenómeno contracultural, también se le dio un uso científico que generaba otro tipo de viaje. Ese choque cultural me llamó mucho la atención.
En su trabajo de reconstrucción, el libro de Huergo y Krapp rescata personajes –pioneros– como Alberto Fontana, Luisa “Rebe” Gambier de Álvarez de Toledo, Francisco Pérez Morales, Noé Jitrik, Arminda Aberastury o Enrique Pichon-Rivière. Apellidos ilustres de una época en permanente efervescencia. “En una entrevista, Fontana dijo que si no habías ido nunca al Di Tella ni a su clínica entonces no habías estado nunca en Buenos Aires. Era un poco el termómetro de la ciudad. Iban desde Marilina Ross hasta Graciela Fernández Meijide. Era en cierto punto una snobeada”, explica Krapp.
–¿Por qué creen que la llegada del LSD al país y su posterior uso es una historia silenciada?
DH: -Esta es una historia silenciada desde adentro, trabajos de esta gente muy documentados fueron rechazados. Por ejemplo, aún hoy el tema no figura en los programas de la Facultad de Psicología, sumado a cierta persecución de la época. En el libro contamos cómo se tiraron valijas con ampollas de LSD al río y cómo se quemaron historias clínicas en parrillas y estufas. Había una intención de no dejar huellas de esta historia.
FK: -Creo que el silenciamiento también ocurre porque ciertas prácticas dentro de las clínicas, a los ojos de hoy, podrían llegar a ser abusivas, bastantes machirulas.