“Recuerdo que me tomé un par de pastillas para dormir. Le pedí ahí al doctor: ‘Dame algo porque sino esta noche no duermo’”, dice Cristian “Cuti” Romero en la serie documental Sean eternos: campeones de América (Netflix, 2022). Se refiere a la noche previa a la final de la Copa América 2021 ante Brasil en el Maracaná. Cuti no sabía si jugaría al día siguiente después de que sufriera una sobrecarga en el muslo izquierdo y una distensión en la rodilla derecha durante la Copa. Jugó. Y la selección argentina fue campeona después de 28 años. “¿Dormiste bien?”, le pregunta la periodista Sofía Martínez a Ángel Di María en su entrevista de Llave a la eternidad (TV Pública, 2023). Se refiere a la noche previa a la final del Mundial de Qatar 2022 ante Francia. Di María, el que había metido el gol en el Maracaná, el que meterá otro en el Lusail, se ríe: “Sí, yo me tomo la pastilla, y chau. Yo siempre, es la única manera de dormir bien, mínimo ocho horas, tranquilo”.
Tomar mate, jugar a la Play y al truco, tomar pastillas para dormir.
Los somníferos no aparecen prohibidos en las listas de sustancias y métodos de dopaje en el deporte. Cuti Romero y Di María apenas fueron los futbolistas argentinos que lo contaron, pero en la selección -y en cualquier plantel de élite- abundan los que necesitan las pastillas para dormir, sea para descansar o para bajar la ansiedad. Lo problemático es el abuso y la consecuente dependencia. Hay jugadores que reconocen en privado las dificultades que tendrían para llegar al partido sin las pastillas para dormir. “Es una enfermedad que se propaga silenciosamente por el fútbol”, le dijo un médico de un equipo de la Premier League al periodista Simon Hughes en una investigación de The Athletic. “Nadie está siquiera intentando iniciar el proceso de ocuparse de ella. Las pastillas para dormir son tan peligrosas como algunas drogas prohibidas si se abusa de ellas. Y muchos están abusando”. El lorazepam, temazepam y diazepam -sedantes, hipnóticos, relajantes- crean hábitos y se asocian a futuro con la demencia. Algunos jugadores, en medio de calendarios extenuantes con cada vez más partidos de noche y viajes, se automedican a pesar de las advertencias de los médicos.
Dele Alli -o Dele, como elige llamarse en la camiseta, obviando el apellido de su padre- confesó en julio pasado que a los seis años sufrió abuso sexual. Que a los siete ya fumaba. Que a los ocho vendía drogas. Y que a los 11 lo quisieron matar colgándolo de un puente en Milton Keynes, antes de que sus padres biológicos lo enviasen en un viaje de “disciplina” a Nigeria. Dos veces mejor futbolista joven de la Premier League (2015/16 y 2016/17) con el Tottenham de Mauricio Pochettino. Titular en la semifinal de Rusia 2018 con Inglaterra. En la entrevista con Gary Neville en The Overlap, Dele, hoy en el Everton, admitió que a los 24 había pensado en retirarse, que era adicto a las pastillas para dormir: “Me decía a mí mismo que no era un adicto, que no era un adicto, pero definitivamente lo era. Probablemente es un problema que no sólo tengo yo. Creo que es algo que está dando vueltas más de lo que la gente se imagina en el fútbol. Por fuera sonreía, parecía que había ganado la batalla. Por dentro, la perdía”. Dele pasó seis semanas en un centro de rehabilitación centrado en la salud mental, los traumas y las adicciones. Hay historias, en el fútbol de Europa y en el de Sudamérica, de clubes que les dan pastillas para dormir a todo el plantel, antes y después de los partidos, para aplacar la adrenalina.
El uruguayo Agustín Lucas jugó de defensor central entre 2004 y 2017 en clubes de su país, Guatemala, Venezuela y Argentina (Comunicaciones, en la B Metropolitana). Es poeta. Este año publicó Caballo, mezcla de novela y diario íntimo y de viaje de su vida como futbolista. Lucas anota, en tercera persona, acerca de sus días en el Deportivo Jalapa de Guatemala: “El jugador se paraba desnudo contra la pared y el doctor hablándole en quiché le clavaba la jeringa en la nalga para inyectar B12 y así recuperar más rápido. Tenía un subidón placentero la B12. Le eran cercanos esos fármacos al jugador, el diclofenac, los corticoides, el paracetamol, la cafeína, las pastillas para dormir, el orudis, hasta la morfina”. Lucas dice ahora que conoce compañeros a los que les quedó la costumbre de tomar pastillas para dormir. O la adicción.
Fernando “El Rifle” Pandolfi salió campeón de la Copa Intercontinental con Vélez en 1994 y con Boca en 2000. En 1999 había jugado dos partidos en la selección argentina, citado por Marcelo Bielsa. Dos años más tarde, a los 27, se retiró, hastiado y asqueado del ambiente del fútbol, y se concentró en la música. “No era un tipo de tomar mucho alcohol, pero como me costaba dormir me daban pastillas para dormir, las cuales después me crearon una adicción -relató Pandolfi en diferentes entrevistas-. Lo único que hacía era ir a comprar pastillas para dormir. Caí en la oscuridad sin darme cuenta. No sabía que era una depresión”. Una vez, el Rifle se durmió en la pileta. Casi muere ahogado. Como la nutrición, el sueño influye más de lo que la mayoría se imagina. No sólo en el deporte. El diazepam se expandió en la década de 1950 como “la píldora de la felicidad”. Era recetada a los hombres que intentaban conciliarse con las pesadillas de la Segunda Guerra Mundial. En el fútbol, coinciden los especialistas, a veces se piensa que las pastillas para dormir son una tecla que enciende y apaga el sueño. La normalidad. Cuando, en el viejo término futbolístico, son el “último recurso” del sueño.