Hay una imagen de esta semana, una imagen muy fuerte para la Argentina, para Bolivia y para toda la América Latina, que ha sido el abrazo de Evo Morales y Alberto Fernández en La Quiaca, con la frase inolvidable del presidente argentino, que venía a simbolizar que, cuando cruzara el puente, el ex mandatario boliviano se iba a encontrar con su propio pueblo.
El abrazo tiene un alto significado entre ellos, porque Alberto Fernández fue un protagonista importante para salvarle la vida a Evo, cuando lo quería asesinar la derecha de su país. Lo estuvieron buscando horas y horas, arrasaron con su casa, se la mostraron a todo el mundo como si fuera una casa especial y era una común y corriente. Estaban enloquecidos los golpistas, los seres más reaccionarios de su país que lo buscaban afanosamente para borrarlo de la faz de la tierra. Evo debió esconderse, no sé de qué manera, durmiendo debajo de un techito de lona, sostenido por palos, parecido a lo que puede hacer una persona que se lanza a una desesperada toma de tierras, imágenes como la que tuvimos de Guernica.
Así pasó la noche del golpe de estado, el presidente del país. Un hombre honesto, maravilloso héroe de la historia de Bolivia que cambió a su país como no había ocurrido antes. Y Alberto consiguió que el avión que trasladaba a Evo –que, recordemos, el presidente depuesto del Perú, Martín Vizcarra, le impedía atravesar el territorio de su país y siquiera cargar combustible, en una actitud más que repudiable- pudiera bajar en Paraguay; luego, en una gestión realizada por Jorge Argüello, que ahora es el embajador en los Estados Unidos, pudiera atravesar Brasil. Hay que recordar que Alberto era el presidente electo pero todavía no estaba en funciones. Luego, ya sí en el cargo, lo salvó a Evo de un exilio lejano, sin tantos compatriotas como los que tiene en la Argentina, donde hay miles y miles, que lo rodearon, lo mimaron y le hicieron sentir que todavía era el presidente de ese pueblo.
Con todo esto, la acción del presidente de la Argentina merece mucho respeto, porque sostuvo a Evo, y ayudó a que saliera de su país, cuando lo buscaban para matarlo, contra la opinión de los medios de derecha, de los partidos de derecha, de la Embajada de los Estados Unidos y del propio gobierno de ese país. Y con una mirada torva, recelosa, de los gobiernos neoliberales que todavía hay en América Latina. Eso que motivó un brindis del propio Evo con Alberto Fernández, la noche anterior al esperado regreso, delante de mucha gente, diciéndole: “Gracias por salvarme la vida”.
Es una demostración de lo que se puede hacer por nuestra América Latina. Proteger, ayudar y abrazarse con aquéllos presidentes que están pensando que esta parte del continente americano es la región más desigual de la tierra. No la más pobre, que eso sería África, pero sí la más desigual.
Y que no todo está perdido. En ese abrazo está la esperanza de reencontrarnos con ese comienzo del siglo en el cual había varios gobiernos exitosos y reconocidos, sobre todo por sus propios pueblos, y con una gran inquina internacional que exigía el coraje de todos y cada uno, para resistirla. Es decir que no sólo fue el abrazo entre dos hombre que aprendieron a quererse todavía más de lo que la empatía natural podía determinar. Sino que es un abrazo latinoamericano, que se proyecta de múltiples maneras y efectos hacia toda nuestra territorialidad. Porque, en esas mismas horas, en la embajada de Venezuela en La Paz, se estaba quitando el retrato de Guaidó, es decir, que se estaba reconociendo al gobierno de Maduro como tal…
En ese abrazo estaba comprendido también México, con su presidente Andrés López Obrador, que había recibido antes a Evo, en la primera parte de su exilio. Estaba allí la esperanza por Ecuador y por Chile, que tienen chances serias de retroceder del neoliberalismo y avanzar hacia gobiernos progresistas, inclusivos, aunque cada vez se haga más difícil en un mundo tan corrido a la derecha. Y por supuesto, allí estaba Lula da Silva que parece tener las baterías completas de carga para arremeter contra la ferocidad de la ultraderecha brasileña.
Hay que tener coraje y ojalá que ambos lo mantengan para confrontar con la enorme, la brutal potencia que la derecha tiene en el mundo para arrasar con gobiernos, con historias personales y con la honra de los hombres públicos que no se alinean con su pensamiento.
Los dos parados en esa parte del puente, antes de que Evo lo atravesara, es la imagen de un gran puente hacia la ilusión de los latinoamericanos, que ellos dos estaban construyendo en el imaginario de la gente que quiere un mundo diferente al que nos hemos dado en los últimos años con los neoliberalismos de Mauricio Macri, de Sebastián Piñera, de Jeanine Áñez, de Jair Bolsonaro, de Iván Duque, de Lenin Moreno…
Esto es algo muy distinto a lo que debimos soportar. Y por ser tan distinto, tan humano, tan profundo, tan creíble, me parece que ese fue el abrazo latinoamericano más importante de estos tiempos. Los trasciende a ellos, trasciende a la época.
Y cuando hagamos una lectura de esta realidad que nos toca vivir, los que todavía estén en este mundo, los que puedan rescatar de este encuentro de Evo Morales y Alberto Fernández, será seguramente una de las imágenes a las que más fácil se podrá recurrir para señalar que en América Latina estará siempre latiendo el deseo de justicia.