Edgar Morin vivenció todos los Mundiales. Nacido en 1921, a los 103 años, mientras se mueve entre París, Montpellier y Marrakech, ansía cancelar cualquier compromiso durante el Mundial 2026 para poder ver todos los partidos. El sociólogo francés atesora en la memoria el “éxtasis histórico” de Francia 98, “el ombligo de un mundo mágicamente transformado en una aldea global lúdica, infantil y efímera”. A Zinedine Zidane y sus “hazañas individuales en el seno de un juego completamente colectivo”, cuando “el Brasil vencido brasileñizó a su vencedor”. Y la posterior “melancolía poscoital” en las calles parisinas. Porque, como escribió por aquellos días, “el fútbol es, pues, un juego soberbio, en el que, como en todo gran juego, el arte y la suerte se combaten y se combinan”.

Morin no es un mero futbolero: es una referencia en la comprensión del juego para entrenadores del mundo, desde César Luis Menotti y Matías Manna hasta los portugueses José Mourinho y Leonardo Jardim y el preparador físico español Paco Seirul·lo, clave en la historia moderna del Barcelona. Esto lo asentó Dante Panzeri, el periodista deportivo más citado y menos leído, en Fútbol, dinámica de lo impensado (1967): “Debo confesar que lo mejor que he leído hasta ahora en libros de fútbol… han sido siempre algunos libros de sociología y filosofía…”. Lo son los del sociólogo -y filósofo- Morin.

Si el pensamiento científico clásico es analítico, fragmentario y descontextualizado, Morin es el padre del pensamiento complejo y la teoría de los sistemas dinámicos, vivos. Si “un sistema es una interrelación de elementos que constituyen una unidad global”, un equipo es un sistema, y dos equipos enfrentados en un partido constituirán un nuevo sistema, los que siempre, bajo el paradigma de la complejidad que plantea Morin, son guiados por los principios de “incertidumbre”, “totalidad”, “interdependencia” y “emergencia espontánea”. En el fútbol, se trata de no aislar las “cuatro acciones” del juego que enumeró Menotti -defender, recuperar, gestar y definir-, porque, nos dice Morin, “un todo produce cualidades que no existen en las partes separadas”, ya que “el todo no es únicamente la suma de las partes: es algo más”. Y agrega que “la hiperespecialización impide ver lo global (que fragmenta en parcelas), así como lo esencial (que disuelve)”, porque “el saber parcelarizado”, ese “principio de reducción” sin “contexto”, “antecedentes” y “devenir”, es “inhumano cuando se aplica a los humanos”. Morin aspira, dice, a un pensamiento multidimensional. Menotti le regaló para su cumpleaños el libro Enseñar a vivir (2014), de Morin, a Mauro Navas, exfutbolista, hoy entrenador de la Novena de Boca. Se lo dedicó. “Tenés que leer a éste”, le dijo.

Matías Manna, asistente de Lionel Scaloni en el cuerpo técnico de la selección, se enamoró de Morin mientras estudiaba en la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales, de la Universidad de Rosario. Lo cita en su bello libro El tiempo de los árboles (2024), en tres introducciones a capítulos: 1) “El principio de precaución sólo tiene sentido si va asociado al principio de riesgo, indispensable para la acción y la innovación”; 2) “Antes que la doctrina que responde a todo, mejor la complejidad que todo lo cuestiona”; y 3) “Estrategia vs Programa. Tienen una misma finalidad pero el programa está organizado y está previsto. Se sigue un programa sin cambiar nada hasta su realización. Ahora bien, esto solo es posible en un ambiente casi artificial en que no se produzcan acontecimientos. Pero en la vida real donde se encuentra la incertidumbre no se puede trabajar con programas cerrados. Estrategia es otra cosa. Estrategia significa que si nosotros hacemos un guion de la acción, podemos cambiar ese proceso en función de nuevas informaciones que nos lleguen, en función de los aleas, en función del factor sorpresa”. Inevitable no trasladarlas a la cancha.

El preparador físico Paco Seirul·lo, a quien los estudiosos acerca de la filosofía y el estilo del Barcelona sitúan a la altura de Johan Cruyff, le dijo en 2024 al periodista Javi Roldán en una entrevista en Jot Down: “Edgar Morin, con su teoría sistémica, es el padre de todo esto. Llevado al fútbol, ello dice que si somos capaces de eliminar el yo y construir un nosotros siempre nuevo en función de donde esté el balón, estamos jugando al fútbol-Barça. Y si no, estaremos jugando a otra cosa”.

Entre 2014 y 2019, cuando fue el DT del Mónaco, el portugués Leonardo Jardim hizo que los propios franceses (re)descubrieran a Morin. “No creo en la disociación de los ejercicios -le dijo a L’Équipe-. Hay que mezclar todos los factores en el entrenamiento y orquestarlos, desarrollarlos juntos. Pegada, cambios de dirección, apoyo. No se pueden mejorar tan eficazmente fuera del campo como dentro. Lo mismo ocurre con la comunicación: cuando el enlace de la pelota está ahí, es diferente. Edgar Morin tiene una visión global del mundo, de la complejidad de los factores que interactúan. Ante el fracaso, no intentará simplificar y señalar un defecto. Tiene una percepción sinfónica de la vida. En el fútbol ​​es lo mismo. Si no funciona, es muy fácil decir: ‘¡Ah, el equipo no estaba bien físicamente!’. ‘¡Ah, la moral está baja por las derrotas’. ‘¡Ah, tal jugador!’. ‘¡Ah, la culpa es del técnico!’. Un equipo que funciona bien es una orquesta donde todos los instrumentos tocan al mismo ritmo. Cuando no, es una sucesión de errores: los intérpretes, la calidad de los instrumentos, el director y tantos otros factores imperceptibles desde fuera. El fútbol es complejo. Debemos analizarlo de esta manera y evitar la simplificación”.

El Mónaco de Jardim fue el primero en quebrar, en la temporada 2016/17, la hegemonía de títulos en la Ligue 1 del París Saint-Germain, ganador de diez de las últimas doce ligas. Jardim estudió a Morin en la Universidad de Madeira. Mourinho, en la Universidad Técnica de Lisboa. Portugal es la cuna de la “periodización táctica”, inspirada por el profesor Vítor Frade. “Defiendo la globalización del trabajo, la no separación de los componentes físicos, técnicos, tácticos y psicológicos. No consigo decir si lo más importante es defender bien o atacar bien, porque no disocio esos momentos. El equipo es un todo y su funcionamiento es hecho en un todo también”, expuso Mourinho, hoy DT del Fenerbahçe turco, en la revista Única del diario Expresso en 2006.

“El fútbol bien jugado implica una técnica refinada, el arte de la improvisación, la intuición y, en los momentos de máxima inspiración, una cuasi-telepatía entre los compañeros de equipo, que se presentan ante el arco contrario sin dejarse ver”, escribió Morin en plena algarabía tras el Mundial de Francia 98-. Pero ninguna estrategia elimina la vigencia todopoderosa del azar. Todo partido implica una serie de casualidades, suerte y mala suerte. De ahí que algunos partidos mantengan la incertidumbre hasta el final”.

Morin -uno de los grandes intelectuales del siglo XX, autodefinido como “un hombre de izquierdas”- estudió a la estética, “hecho fundamental de la sensibilidad humana”, a los “fragmentos de armonía en nuestra vida cotidiana: fiestas, comidas con amigos, partidos de fútbol y amoríos” y a las estrellas de Hollywood, que pueden compararse con los futbolistas. Siempre desde una mirada popular.

No veo el fútbol como una forma de alienación moderna, lo siento más bien como una poesía colectiva”, es, acaso, su frase más citada. Poesía colectiva, interpretamos, porque cada uno, desde un lugar distinto, aporta un verso -el jugador, el entrenador, el hincha, el dirigente- para componer el poema-fútbol. Puesto a definir qué es el fútbol, Edgar Morin respondió: “Arte y juego, el fútbol necesita una estrategia móvil y plural. Es un arte cuyas sutilezas son inteligibles y están al alcance del público de cualquier nivel. La palabra arte es la que mejor le calza. Es un juego que toca puntos fuertes del alma humana: en una cancha hay 22 personas que necesitan diferenciarse, pero a la vez formar un grupo interdependiente. A esto se suma la estrategia, que consiste no sólo en hacer un gol -eso sería muy simple-, sino en bloquear los planes del adversario. Y siempre a partir de dos alternativas básicas para el jugador que lleva la pelota y que quiere llegar a la red: o va derecho hacia el arco, pero corre peligro de que lo detengan, o hace un pase hacia el costado y así se aleja del objetivo. Riesgo y chance, eso define un buen partido”. El partido que veremos hoy a través de la TV, o en cualquier estadio, es una muestra de complejidad. Fútbol.