Durante la mañana del pasado 28 de diciembre –Día de los Santos Inocentes–Javier Milei, acompañado por la primera línea del Poder Ejecutivo, se asomó al balcón de la Casa Rosada para saludar a una multitud inexistente, dado que en la Plaza de Mayo sólo había un puñado de turistas y algunos peatones. Una gran escena del presente, que remite al cuento de Hans Christian Andersen, «El nuevo traje del emperador», referida a una prenda que –según le habían hecho creer al monarca en cuestión– resultaba invisible a los ojos de los estúpidos y los incapaces de ejercer su cargo. De manera que el tipo, convencido de lucir semejante indumentaria, se exhibió desnudo ante sus súbditos, sin que nadie se atreviera a decirle la verdad.
Pero en aquella imagen también se deslizaba un detalle más coyuntural: la tensión entre él y la vicepresidenta Victoria Villarruel: ella, al principio, se encontraba en un extremo del cuadro y, luego, al colocarse junto a Milei, éste la miró de soslayo con un dejo de desprecio, antes de retirarse de allí.
Lo cierto es que eso cuaja con un asunto que acaba de ser rumoreado desde algunos portales afines a Mauricio Macri: la furia del presidente hacia esa mujer a raíz de una presunta reunión que, a sus espaldas, habría mantenido con el fundador de PRO, sin que nadie la desmintiera o confirmara.
En concreto –de acuerdo al sitio La Política Online–, hay dos versiones del encuentro. La primera indica que Macri recibió a Villarruel en Cumelén, el country de Villa La Angostura donde pasa las fiestas y gran parte del verano. La segunda sostiene que tal cónclave habría sido por zoom (de hecho no hay registros de que ella haya efectuado un viaje al sur en los últimos días).
Al respecto, resulta notable que ese medio también accediera al supuesto diálogo entre ellos, en el cual Macri quiso saber si ella estaba preparada para hacerse cargo del Gobierno si Milei no pudiera sostenerse.
La respuesta habría sido:
–Estoy en condiciones de garantizar la institucionalidad.
Y siempre según La Política Online, el ex presidente entonces dijo:
–Si fracasa Milei, nos arrastrará con él.
A eso se le suma otro chimento: el de otra cita entre ambos, al filo del ballotage, justo cuando Villarruel comenzó a mostrar signos de autonomía que hasta incluyeron el lanzamiento de su propio logotipo electoral.
Pues bien, dada la naturaleza secreta de tales encuentros, sin terceros ni testigos, es de suponer que sus existencias (reales o no) fueran filtradas nada menos que por el mismísimo Macri. ¿Cuál sería su intención?
Lo cierto es que esto configura el capítulo más reciente de una auténtica comedia de intrigas. Una hoguera de traiciones agitadas por la ambición. Y en ella, el ex presidente también le tocó ser el último en enterarse de algo.
En este punto es necesario situarnos en los frenéticos días posteriores al 19 de noviembre, con Milei ya convertido en mandatario electo.
El denominado “Pacto de Acassuso” entre él y Macri crujía. Y estando este último en Dubai por cuestiones relacionadas a la Fundación FIFA, supo de las negociaciones de Patricia Bullrich con el libertario para ser ministra de Seguridad.
La llamada telefónica que Macri entonces le hizo no tuvo desperdicios.
– ¡Te cortaste sola! ¿No habíamos quedado en que absolutamente todos los nombramientos tenían que pasar por mí?
–Vos ya no sos el presidente. El presidente es Milei. Y él me convocó.
Esa frase dio pie a un intercambio de insultos. Y el vínculo entre ellos quedó indefectiblemente quebrado.
Villarruel también trinaba.
Ella, que en principio iba a controlar las áreas de Seguridad y Defensa, asimilaba los movimientos de Bullrich como una afrenta a su investidura. Y decidió torcer el asunto con dos acciones: presionar a Milei y dejarse ver ante la opinión pública en sus visitas a los jefes de las fuerzas policiales, como si ya tuviera atributos de mando sobre ellos.
Pero la designación de Bullrich cayó sobre su alma con el mismo peso que una enorme roca en el océano.
Se dice que hubo un factor determinante para que Milei la relegara a la única tarea de tocar la campanita en el Senado: su visita –también a espaldas de él– al embajador de los Estados Unidos, Marc Stanley. Aquel encuentro al presidente lo habría contrariado sobremanera.
Ya el 10 de diciembre, Macri tampoco estaba de mejor talante. Todo lo que había acordado con Milei se fue a pique: los seis ministerios que exigía para sus hombres de confianza y los siguientes nombramientos: Javier Iguacel, en YPF, Cristián Ritondo, en la jefatura de la Cámara Baja, Guillermo Dietrich, en la Secretaría de Transporte, y Guido Sandleris, al frente del Banco Central.
¡Una traición! Al fin y al cabo, su hazaña fue haber trasvasado a Milei el grueso de los votos obtenidos por Bullrich en la primera vuelta.
Su fineza estratégica era resaltada sin disimulo por propios y ajenos. El tipo pasó a ser considerado la reencarnación misma de Maquiavelo.
Pero se trataba de un Maquiavelo fallado. Lo cierto es que él no demoró mucho en comprenderlo.
El 20 de noviembre, durante su última reunión presencial con Milei en el Hotel Libertador, salió con cara de pocos amigos. No era el de siempre.
Luego viajó a los Emiratos Árabes, donde se enteró del salto de Bullrich a las filas de Milei. De modo que también se distanció de él, mientras tejía su alianza con Villarruel. Un acto swinger en clave involuntaria.
Desde entonces parece haber transcurrido un siglo. Un lapso temporal animado por la suba del dólar en un 118%; la triplicación inflacionaria en tres semanas, con el consiguiente deterioro de sueldos y haberes, a lo que se añade el DNU 70/23 y el proyecto de “Ley Ómnibus”. Tamaño combo terminó por afinar un escenario cargado de manifestaciones multitudinarias, cacerolazos en todo el país y una huelga general en puerta, no sin pedidos de amparo ante la Justicia –con algunas cautelares ya concedidas– que apuntan a desbaratar la angurria legislativa del Poder Ejecutivo.
En medio de estas circunstancias, Macri le susuró a Villarruel:
–Si fracasa Milei, nos arrastrará con él.
A buen entendedor, pocas palabras. «