Carlos Masoch se hizo conocido para el gran público como Douglas Vinci. Bajo ese seudónimo y junto a Bobby Flores y Lalo Mir, idearon el programa Aquí Radio Bangkok, que desde la mítica Rock & Pop revolucionó el panorama de las FM. El programa fue uno de los más escuchados de finales de los ’80 y quizás el más influyente. Desplegaba un humor corrosivo y por momentos psicodélico como nunca se había escuchado en nuestro país. Tanto fue así que parte de esa química se exportó brevemente al ciclo Rock & Pop TV, los domingos a la noche en el primetime de Telefe.
Pero tanto antes como después Masoch fue, es y será un hombre de intereses diversos. Su pasión por la pintura se remonta a la infancia, desde hace años le dedica la mayoría de sus horas y hasta hace días participó de una nueva muestra, esta vez en el Central Newbery de Chacarita. Por estos días también se lo puede ver en la película Vladimir, en la que tiene un importante rol secundario, junto a Daniel Araoz y Carlos Belloso. “En la primaria comencé con la actuación y hasta fui figurante en el Teatro Colón”, recuerda.
-¿Cuándo empezaste tu relación directa con el arte?
-De chiquito, más o menos a los cuatro o cinco años.
-¿En la carpintería de tu viejo?
-No, en mi casa, en la carpintería iba a ver a mi viejo trabajar. Me encantaba.
-¿Jugabas ahí?
-Sí, con el aserrín. Me gustaban mucho los soldaditos y como no había plata para comprarlos intentaba hacerlos. Nunca me salió nada, por supuesto.
-En un programa con Lalo Mir dijiste que tu obra de arte favorita de la ciudad era el Cementerio de la Chacarita.
-Sí, porque yo nací y jugué ahí desde niño. La gente que vive en el barrio tienen el tema de la muerte incorporado. Veía carrozas con caballos y tipos con levita que llevaban los cortejos. Yo jugaba en la calle a la pelota y teníamos que parar a cada rato porque pasaban los cortejos fúnebres: jugábamos en una calle que tiene vía directa a la entrada de Jorge Newbery. Y me gustaba mucho por las esculturas que había, las bóvedas, el diseño, la arquitectura. Y pensaba que había gente que diseñaba esas cosas como una obra de arte, como se diseñó el Edificio Kavanagh o una catedral. Es más, mi familia tenía una bóveda y de chiquito yo iba a los entierros. El tema de la muerte me fascinó desde chico y lo sigue haciendo. En mi pintura está muy presente eso, en la oscuridad, en los personajes que pinto.
-¿Fuiste de noche al cementerio?
-Sí, claro. Nosotros salíamos de la escuela Rubén Darío que queda en Otero y Jorge Newbery a las cinco de la tarde e íbamos a jugar a lo que llamamos la rotonda, que era la entrada del cementerio. Poníamos los útiles como arcos y jugábamos ahí como dos horas. Y en invierno a las seis de la tarde ya era de noche y la pelota se colgaba, como decíamos, y teníamos que saltar el portón. Y ya saltábamos el portón al crepúsculo, esa hora que es la raja de los mundos, como dicen los hindúes, que es el momento donde las almas que mueren ese día se escapan, es una línea de luz entre el día y la noche. Íbamos dos o tres a buscar la pelota entre las tumbas.
-¿Pintar es un trabajo?
-No. Hago vida de monje y pinto porque para mí es una necesidad. He abandonado todo, ya no trabajo. Ya no me siento con las energías o la ganas de otra época de mi vida cuando todo lo que me proponían me apasionaba.
-A los 20 años exhibiste en el Bellas Artes, ¿te acordás la sensación?
-Sí, era como Gardel. Era trabajador de una fábrica de calzados en Valentín Alsina y me inscribí en el salón nacional que en el ’73 se hacía para obreros y estudiantes: estaba el salón nacional para pintores y estaba el salón nacional para obreros y estudiantes. Y en la categoría dibujo me dieron una mención y un diploma que todavía lo tengo enmarcado. Me acompañó mi mamá, que creo que era la primera vez que entraba al Museo Nacional de Bellas Artes. Desde ahí no paré.
-¿Creés que llegaste demasiado temprano al reconocimiento?
-Cuando tenía 15, 16 años era vivir rápido y morir joven, la muerte a los 27… Los de mi generación se morían jóvenes, o en la lucha armada, o por el rock y lo que venía con eso. Los Beatles y los Rolling Stones grabaron sus mejores discos cuando tenías 20 años. Yo a los 23 tuve una ruptura que fue el golpe. Y yo fui famoso a los 33, o sea 10 años después. Me hice conocido en la radio, ya era un hombre grande, y tenía una hija. Si yo no hubiera estado un día a la hora precisa en el lugar preciso y no me lo cruzara Daniel Grimbank y Lalo Mir y Bobby Flores, no hubiera hecho la carrera que hice. Así me pasó sucesivamente
-¿Militaste políticamente?
-Sí.
-¿En qué agrupación?
-En la JP (Juventud Peronista). De base, nunca fui un gran cuadro. Éramos pibes de barrio y abrimos una unidad básica en Velasco y Fitz Roy, en el barrio (Villa Crespo).
-¿Dejaste de militar antes del golpe o después?
-En el golpe mismo porque en el barrio habían desaparecido dos chicos militantes que eran de la Iglesia de la Resurrección del Señor. Uno que se llamaba Kali, de mi edad. Ahí me casé y me mudé a Valentín Alsina y empecé a hacer una vida distinta a la que venía haciendo, fui operario en una fábrica. Y después trabajé en publicidad como diseñador, hice tapas de discos, después vino la etapa más conocida.
-¿Alguna vez extrañaste a Douglas Vinci?
-No, la verdad que no. Eso fue un flash, un momento, no fue como el Rucucu de (Alberto) Olmedo, o Biondi.
-¿Sos de Ford o de Chevrolet?
-De Torino.
-Bien nacional.
-Sí, soy peronista, ¿viste? Qué voy a hacer.