Y Roger va.

Y Racing va.

En casa, Valen se sienta en la punta del sillón y dice, bajito como para no molestar, para no desconcentrar a nuestro jugador: Vamos, Roger, vamos. Tal vez sólo sea un ruego. Vicky se tapa la cara con las manos, ve la pantalla a través de una hendija en sus dedos. Raúl en una silla, atrás de todo, se para, ansioso. Juli se queda quieta, no quiere que nadie la acuse de modificar el destino, nos mira con picardía, algunos de nuestros movimientos la divierten. Joaco hace el último esfuerzo y da un mordisco más al budín de vainilla: cuando dejó de comer nos hicieron el gol de descuento. Vero pellizca el sillón, lo aprieta fuerte como para desgajarlo y se agita como si tuviera un conejo dentro de la panza. Roxi le toca la rodilla a Diego, trata de darle sosiego, él también se para, hay ilusión en sus ojos. La otra Vicky abraza a Benja, sonríen los dos. Nico estira el torso y retuerce las manos y suspira. Yo me quedo quieto, trato de quedarme quieto, las manos me tiemblan, muevo la pierna derecha como si fuera un baterista y los dientes me castañean. Por menos de un segundo desenfoco mis ojos de la corrida y me fijo en el tiempo de juego. 

94’ 49’’

Y Roger va.

Y Racing va.

En Asunción, en la cancha, Fede, como siempre esperanzado, empuja con sus gritos a Roger, como si fuera un burrero en medio de un Carlos Pellegrini. Nacho, en cueros, salta en el lugar. Ale abraza, estruja, a uno de sus hijos, le quiere transmitir una tranquilidad imposible, no quiere que se angustie. Nico, ya parado de nuevo en su escalón, pega un alarido lleno de fe y siente que la tensión la tiene concentrada en sus gemelos. Diego fue solo pero piensa en su hijo Nacho y en su papá, siente que necesita, como nunca antes, que esa pelota entre. Pedro con sus siete años no está preocupado, para él ya somos campeones. Martín trata de atrapar cada detalle para poder transmitirlo en su programa de radio aunque en el transcurso del partido haya arruinado su voz. Rocco y su papá acarician el sticker de Marcelo que mandaron a hacer, para sentirlo más cerca. Teté Quiroz, rodeado de sus hijos, abre los brazos como en una plegaria, y repite, ordena: “Hacelo vos, hacelo vos”. Decenas, centenares, tienen los teléfonos levantados. Muchos apuntan al césped, otros filman las caras de los otros hinchas en la tribuna. Saben que están registrando un momento histórico.

Y Roger va.

Y Racing va.

En la línea de costado, Carbonero acompaña la jugada corriendo paralelo al campo de juego, Barrios se saca la pechera violeta, Vietto lo esquiva por detrás y corre junto a Roger: parece que pica mostrándole el pase, Mura se agazapa como impulsar a su compañero, Costas tiene las manos en la cintura y de pronto las pone al costado del cuerpo y comienza a caminar hacia el lado del arco rival, va adquiriendo velocidad, los demás lo siguen, una coreografía improvisada pero obligatoria, uno de sus hijos a unos metros de él, parece empujar al delantero, Maravilla cimbrea y parece querer alejar con el pensamiento al defensor que va al cruce, Cambeses con su camiseta verde se mete cinco metros en la cancha, Almendra tiene una remera en la mano, está más pegado al banco, más atrás que el resto, como para no tentarse y entrar de nuevo a jugar, no puede refrenar el impulso de seguir la jugada.

Y Roger va.

Y Racing va.

Y Roger encara recto hacia al área. En algún momento parece dudar entre apuntar hacia el primer palo o dirigirse al banderín del córner para consumir tiempo, para que se difumine el partido. Sigue adelante. Roger va. Levanta la cabeza y ve al defensor que trata de llegar al cruce, también a Maxi Salas que acompaña casi sin fuerzas por adentro: comprende que el pase no es una opción. No se da cuenta de que Solari arrancó de atrás y está por llegar a su lado. Y va. Le cuesta correr, tiene el tobillo casi enyesado y está infiltrado. Toca la pelota con la derecha una vez. Y va. Dos veces. Se olvida del tobillo. Y va. Un tercer toque con la derecha. Y va. Ya está dentro del área. Cassio, gigante, le achica el arco. A Roger no le importa, sabe lo que va a hacer, lo que tiene que hacer. Esperó siempre este momento. Le pega de lleno, con el empeine. La pelota no se levanta, se desliza por el pasto corto a gran velocidad, debe ir a 100 kilómetros por hora. Pero para todos nosotros tarda una eternidad en hacer el recorrido, es como si alguien hubiera puesto la vida en cámara lenta.

Y es gol. El tercero.

En casa, en Asunción, en la cancha gritamos, corremos, saltamos, nos abrazamos. Lloramos. Maravilla empuja a Costas y corre dentro del campo de juego, lo mismo hacen el resto de los jugadores, los titulares y los suplentes. Como si alguien hubiera pateado un hormiguero. Costas corre también mientras trata de asumir que su sueño se cumplió, cambia el ángulo de carrera y grita y levanta los brazos hacia la tribuna, festeja con la gente. Son pocos los que lo ven, están hundidos en los brazos de sus familiares, de sus amigos, del desconocido con la camiseta de Racing que estuvo parado al lado suyo durante esa tarde infernal. Costas gira y se abraza con su cuerpo técnico que regresó a él, con Pepi, con sus hijos.

Corro desesperado de la alegría por el living. Valen se tira encima mío y  me abraza más fuerte que nunca y tiene los ojos acuosos, Juli se ríe a carcajadas y se cuelga de mi cuello, Vero llora y cuando me suelta va hasta la biblioteca y agarra una foto de ella, en el 2001, abrazando a su papá en la cancha de Vélez apenas el referí tocó el silbato, y la besa con ternura. Uno, dos, le da muchos besos. Diego, Roxy, Vicky y Nico forman una montaña. A un metro de ellos, otra montaña: Raúl, Vicky, Benja y Joaco. Todos gritamos. El resto sigue gritando el gol. Yo, por primera vez en mi vida, no grito gol. Grito algo distinto. Repito sin parar, como si me quisiera convencer de que está ocurriendo, de que se concretó después de esperar mucho: “Somos campeones, campeones, somos campeones”. Y los vuelvo a abrazar. Y lloramos y reímos.

Somos felices. Racing nos hizo felices. Vendrán derrotas, dolores, tristezas profundas y muertes pero mientras vivamos llevaremos tatuada la alegría de esta tarde. Ya está. No se borra más.

¡Vamos Academia, Carajo!