El escenario todavía está vacío pero el Luna Park, desbordado, ya es una fiesta. Es temprano y la gente está manija. Nueve mil espectadores, que agotaron las entradas de la fecha en apenas minutos, ya no saben qué más hacer. Cantan “¡La patria no se vende!”, entran en calor con el clásico contemporáneo “¡El que no salta votó a Milei!”, bardean “¡Milei basura, vos sos la dictadura!” y hasta entonan desaforados el himno nacional. El adelanto del horario del show por el partido debut de Argentina contra Canadá en la Copa América llega como una bendición para aplacar la ansiedad.
A las 19.45 se apagan las luces y empieza a retumbar el estadio. No pasaron ni 24 horas del primero de los shows de presentación de Por césarea, su último álbum, que Dillom ya está listo para una segunda vuelta, recargado. Con un intenso concierto de hora y media y casi 25 temas de todo su repertorio, Dillom y más de diez músicos —ensamble de cuerdas incluido— demolieron el estadio a puro rock pesado, trap y oscuridad teatral. Día de la bandera, feriado, juega la selección y toca Dillom. 20 de junio, gran día patrio.
Comienzan a sonar violines sombríos. A través del telón, cosido como la cicatriz de una cesárea, se ven sus siluetas y relampaguean destellos cada vez que golpea fuerte la batería de “(Irreversible)”, el interludio percusivo y descarnado de Por cesárea. Los gritos ganan volumen, se enciende y late un corazón gigante en el techo de Luna Park. Escala la tensión y con los primeros acordes de la punkrockera “Coyote” el telón desaparece succionado hacia arriba y se desata un terremoto de cuerpos. “¡Acá estoy! / ¡Vengan a buscarme!”, vocifera el estadio a todo pulmón.
Dillom ya no tiene el juguito tatuado en el pómulo, la cosa se puso seria. Se dispone a contar la historia trágica y ominosa de su disco conceptual. Usará máscaras, pelucas, sangrará sangre falsa y morirá en el escenario, cambiará de vestuario media docena de veces y desaparecerá como por arte de magia en una noche donde la música comparte protagonismo con lo dramático. Tras un arranque soberbio, enmarcados en una caverna orgánica hecha de lo que parecen jirones de piel, Dylan León Masa en voz, Giuliano “Gringo” Tomatis en guitarra principal, Franco Dolzani en bajo y teclados, Nacho Haye en la batería hacen sonar “PISO 13”, el primero de los varios temas que se escucharán del álbum debut Post mortem, luego la trapera “MICK JAGGER” engancha con el hit “PELOTUDA”, recitado por el público a la perfección desde el primer al último verso. Flamean banderas de Bahía Blanca, Rosario, transpiran las remeras suturadas y ensangrentadas del dresscode sugerido.
Pronto las plateas se mecen hipnotizadas con “La novia de mi amigo”. El artista invitado Juan López hace las voces mientras Dillom levita con la ayuda de un manojo de globos. En su remera blanca manga larga se lee una carta suicida mientras van explotando uno a uno. Con el final de la canción, sobrevive el último, que vuela hasta perderse en las alturas. Irrumpe entonces “LA PRIMERA”. Dillom, con una cadena con candado al cuello como Sid Vicious, menea las caderas al ritmo reguetonero, el público enloquece, el Luna Park se transforma en pista de baile. Cambia el tono con “Mentiras piadosas”, cantado por el músico invitado Carrey, con una escarapela en el pecho para la ocasión.
El escenario se prepara para que suene el tema más lúgubre del repertorio, “La Carie”, esta vez sin Lali, pero con el ensamble Cuarteto divergente: Javier Casalla en primer violín, Julio Domínguez, en segundo violín, Alejandro Terán en viola y Karmen Rencar en cello. Las cuerdas se quedan para el hiphopero “RILI RILI”, ante un estadio completamente de pie que bouncea sincronizado. Llega el tanguero y devastador “Mi peor enemigo”, que se canta entera y a viva voz, hasta la parte recitada por Andrés Calamaro, que no pudo asistir.
El clímax de la noche se desata enloquecido con “Buenos tiempos”. Los fans literalmente saltan la valla de la platea al campo para ser parte del pogo desenfrenado que se rompe mientras miles de voces gritan “¡El día que muera moriré en mi ley / el día que muera moriré en mi ley!” hasta quedar sin aire. Una verdadera fiesta. Las pantallas laterales corren atrás del sonido que llega primero y todo se tiñe de rojo para “OLA DE SUICIDIOS”, que cierra con un demoledor solo del Gringo. Un medley de “Personal Jesus” con “REALITY” estalla con chispas, trap y distorsión mientras se prende fuego el escenario con un juego visual de proyecciones. Sigue el segmento trapero con “OVARIO” con Quentin invitado y enseguida arremete “SIDE”, explosivo: Dillom está cómodo en su esencia. Culmina con “POST MORTEM” en un pogo masivo y violento.
Vuelve la teatralidad con “Muñecas”, la canción del femicidio: con una máscara color carne bien psicópata, Dillom hace descender a su público a la oscuridad del crimen. Disfrazado de mujer, en clave madre de Norman Bates, se auto apuñala, sangra, muere. Lo arrastran hombres de negro fuera del escenario y el estadio se deshace en aplausos. Luego entra en escena un mini Dillom con un peluchito todo roto, que se sienta a escarbar y sacar el relleno por las costuras, mientras suena “Últimamente”, el lamento triphopero sobre una infancia traumática, al que se une Fermín Ugarte en teclados.
Antes de continuar Dillom se toma un momento para hacer un largo agradecimiento a sus músicos y a los presentes: “Feliz día de la bandera para quienes aman este país, porque algunos parece que lo odian”, implica, y el Luna ovaciona. “Gracias por venir y por pagar la entrada, sé que en estos momentos es difícil”, sigue el músico, y le asegura a sus fans que sin ellos sería imposible “flashear estos sueños”. Así, Dillom se calza la guitarra con su correa color carne y la intensidad cede al pop indie con “Cirugía”, su tema favorito. Para el himno romántico “220” miles y miles de flashes de celulares se prenden y hacen un efecto inmersivo de marea luminosa. El gringo deja el alma en su solo y Dillom lo mira y se agarra el corazón, conmovido como sus fanáticos. Reina el amor y el Luna Park queda exorcizado de todo mal.
La mansa “Ciudad de la paz” purga a los fans que cantan alegres “La oscuridad ya no da miedo”. Después de “AMIGOS NUEVOS”, el encore se hace desear. Se prepara el acto final. Bajo una lluvia de aplausos, suena el intenso y suicida “Reiki y yoga”, desenlace cantado. Dillom toca los últimos acordes y desaparece tragado por una columna de humo blanco. Magia. Después de hora y media de un show desaforado, la fantasía terminó. Pero la pasión es infinita: esto recién empieza.