Es actor, bailarín, comediante, director de teatro y conductor de televisión. Con su simpatía y un humor ácido e inteligente, Diego Reinhold se fue ganando su lugar en la escena local. Estudió con Hugo Midón y rápidamente comenzó en el teatro. Trabajó en obras de todos los géneros, con figuras de peso como Eleonora Wexler, Favio Posca, Julio Bocca, Gustavo Garzón y Elena Roger, entre muchos otros. En cine fue dirigido por Bruno Stagnaro, Juan José Jusid, Daniel Barone, Sebastián Borensztein y Carlos Sorín.
En televisión, donde consagró su popularidad, participó de programas como Nueve lunas, Verano del ’98, Son amores, Durmiendo con mi jefe, La niñera, Casados con hijos, Sos mi vida, Los exitosos Pells (por el que ganó su primer Martín Fierro como Revelación en 2008 y al año siguiente como Mejor actor de reparto en comedia) y Botineras (propuesta en la que obtuvo su segundo Martín Fierro).
El 9 de febrero estrenará junto a Daniel Casablanca Argentina al diván en el ND Teatro, una obra que repetirán los viernes y sábados a las 20:30.
–¿Cómo te llevas con el futuro?
–Tengo la visión individualista y la mirada colectiva. Eso choca dentro mío, tengo una lucha de clases en mi cabeza. Pero creo que en el largo plazo no hay otra chance que un futuro mejor, porque sino, no hago nada. Creo que la civilización avanzó un montón: vivimos más, tenemos tecnologías de todo tipo, pero bueno, este es un proceso complejo. Todo es con avances y retrocesos. Las tecnologías y el nuevo paradigma quizás nos cueste. Hay un proceso de saturación.
–¿Cómo sería eso?
–Estamos agotando los recursos, concentrando el capital, estamos volviendo a ideologías que parecían superadas pero vuelven y con fuerza. No están dando respuestas los estados, la democracia, ni el capitalismo. Estamos en un punto que no brinda bienestar esta manera de vivir en este planeta. Eso es un escenario perfecto para la industria tecnológica. Veremos qué pasa.
–¿Qué opinas de la tecnología y el uso cotidiano que le damos?
–Es asombroso lo que se logró. Tengo el privilegio de tener un auto, o de subir al colectivo, y al moverme en una ciudad, no dejo de maravillarme. Me imagino si alguien del pasado viene y ve esto… ¿Qué pensaría? O yo que sé: ir al dentista, te pone anestesia y no sentís nada. No siempre fue así y ahora lo damos por sentado. Todos los descubrimientos que después tienen una aplicación en la realidad son magia para mí. Quedo absorto con todo lo digital, imagínate. Pero bueno no todos pueden sentir así.
–¿Por?
–Porque soy un privilegiado, que no está enfrentando carencias ni situaciones límites. Creo que el que está en esa situación ni se plantea o se maravilla por poder sacar fotos y mandar mensajes de cualquier lado. Necesita comer. O la persona a la que le toca sufrir una catástrofe climática.
–¿Cómo se despertó tu sensibilidad artística?
–Pude decir lo que quería y fue escuchado, fue casi como ganarse la lotería. Tuve siempre todo y entonces pude hacer esto que me gustaba. Mis viejos pagaron mis cursos de formación, hacer teatro, baile y lo que se me ocurría. Tuve suerte. Me topé con gente cultivada que instaló en mí ideas de lo social, político y de tomar el arte como herramienta y amalgama de una sociedad. Además, hubo otra cosa.
–¿Qué cosa?
–Verlo trabajar tanto a mi papá me ayudó para darme cuenta que esa concepción, de buscar dinero para mantener una familia y de hacerlo aunque no te guste, no era para mí. Eso es alienante, hay otras formas de armarse una vida.
–¿Por ejemplo?
–Reflejando lo social en una obra, un reflejo de una situación, pero contando historias. Y no sólo como entretenimiento, sino con algo para decir.
–¿Cómo te iba en la escuela?
–Mal, todos los rituales escolares eran un problema: la bandera todas las mañanas, la tarea, las pruebas, el recreo. Ni hablar del machismo y el bullying o la cosa hegemónica, que todavía está ahí metida. Lo padecí mucho, pero no me llevé nunca nada. Quería estar lo menos posible en ese lugar.
–¿Te tocó hacer la colimba?
–Me tocó un número alto y zafé en la revisación médica. Habrán visto mi cara de terror y me perdonaron la vida. Yo creo que moría. Era desesperante y aunque no lo hice me enfermé de los nervios: a la semana estaba con cálculos en el riñón. Haber vivido en ese paradigma en el que era obligación hacer algo así, me parece una bizarreada. Pero bueno, por suerte zafé y pude ser actor.
–¿Cómo te sentís con tu carrera?
–Es una película. Estoy jugando todo el tiempo, cambiando de compañeros, conociéndome a mí mismo, aprendiendo, poniéndome a prueba. Es la mejor de las profesiones. Es muy volátil, con momentos de éxtasis y otros de incertidumbre. Pude cumplir metas y otras no. Pero es algo fantástico. «
–¿Hay intuición para encontrar la comicidad?
–Sin dudas. Es una forma de ser. Vino conmigo y con mi familia. Pero soy también bastante trágico, bastante pesimista. Como Krusty el payaso: una persona un poco amarga a la que le sale ser cómico.